Dar una clase amena, que invite al estudio y despierte en los alumnos el interés por la materia, supone mucho más que la simple lectura de los apergaminados apuntes del profesor o plantarse al frente para improvisar. Un auténtico maestro imprime a sus clases pasión y conocimiento, sacude el espíritu de los oyentes a través de su palabra, porque en su discurso es incisivo, claro y agudo.

Contra la visión actual, el liderazgo no es tarea exclusiva de elocuentes políticos o poderosos empresarios. Los educadores están obligados a ser verdaderos líderes de sus educandos, alumnos o hijos. Recuperar su papel de influencia en la sociedad es deber impostergable.

¿Cómo motivar, dirigir y al mismo tiempo descubrir los talentos de cada persona? En la delicada labor de educar, ese hallazgo es tarea quirúrgica. La eficacia de la educación depende del desarrollo integral de los talentos, que redunda en una personalidad completa, articulada, irrepetible.