Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

Nacionalismo y globalización, falso dilema

Para avanzar, América Latina debe buscar corresponsabilidad de los países europeos y Estados Unidos. Pero para hacerlo debemos comenzar a quitarnos la máscara, a ser verdaderamente autocríticos, a mirarnos en el espejo sin velos; es decir, debemos abandonar para siempre la retórica victimista y tercermundista a la que hemos recurrido permanentemente.
El arribo de la democracia en América Latina no se ha traducido en condiciones económicas y sociales más justas para nuestras sociedades, por lo que hoy Nuestra América no sólo padece crecientes y alarmantes rezagos y carencias, sino que se mantiene siempre al borde de la ingobernabilidad, lo que pone en peligro la persistencia de la democracia.

ATRAPADOS EN UN FALSO DILEMA

Una de las posiciones más influyentes sobre el presente latinoamericano, respaldada incluso por algunos mandatarios del continente, aunque muchas veces de manera retórica, mira a descalificar a la globalización y al neoliberalismo por ser los principales causantes de la pobreza en la región, por lo que apelan a un nacionalismo como reservorio moral de identidad y soberanía sobre los embates voraces de las trasnacionales y los intereses de los países poderosos.
En la posición extrema están quienes defienden proyectos regionales de comercio, como el ALCA, como única vía para posicionar a nuestras economías en un mundo globalizado cuya principal regla es ser competitivos. El hecho es que tiende a afirmarse en nuestros países un dilema que quizá no ha estado muy bien planteado, un falso dilema: nacionalismo y globalización.
Ciertamente, las actuales circunstancias del mundo, que acrecientan los procesos de globalización en todos los órdenes -economía, cultura, política, ciencia, etcétera-, obligan a redefinir la idea de nación y soberanía. Más aún, la mundialización aparece cada vez más como una tendencia opuesta al nacionalismo, al grado de que ambas parecen afirmarse como las corrientes ideológicas contrapuestas que se disputan hoy el interés y respaldo del mayor número posible de adeptos.
En el contexto de globalización que vive el planeta, se ha dado cierto debilitamiento tanto del Estado nacional en términos de soberanía como del nacionalismo, en virtud de la heterogeneidad de formas de vida diversas, que se hace ostensible en un marco de intenso intercambio de información y de flujos migratorios crecientes en todo el mundo. Estos actores han dado lugar a un cambio de forma en las identidades nacionales, identidades más abiertas a contenidos universales y abstractos y menos apegados a tradiciones locales, más sensibles a las coincidencias que a las diferencias. Con todo, existe un debate inconcluso sobre la manera en que la globalización afecta realmente a las culturas nacionalistas.
¿CONCIENCIA NACIONAL O CONCIENCIA GLOBAL?
Para los escépticos, el ascenso de las naciones, del nacionalismo y de los Estados-nación llevó a una organización de la vida cultural según parámetros nacionales y territorios muy sólidos y que por lo mismo no puede verse erosionada por las fuerzas trasnacionales, y en particular, por el desarrollo de una cultura de masas global.
En la posición contraria, los convencidos sostienen que el nacionalismo pudo haber sido funcional y hasta esencial para la consolidación y el desarrollo del Estado moderno, pero hoy se enfrenta a un mundo en el que las fuerzas económicas, sociales y muchas veces políticas escapan a la jurisdicción del Estado-nación, lo que ha conllevado la aparición de una conciencia global que incluso representa la base de una incipiente sociedad civil global.
Pero estas discusiones no son sólo teóricas, sino que son también expresión de una disputa ideológica entre posiciones cada vez más alejadas e irreconciliables, y que tiene en los así llamados «globalifóbicos» y los «globalifílicos» a sus portavoces. El problema con esta disputa es que muchas veces conduce a alegatos estériles que en lugar de alentar soluciones a los muchos problemas de exclusión social, asimetría entre naciones y desigualdad, que indudablemente ha conllevado la globalización, abonan a la incertidumbre y a la confrontación.
Y en este aspecto, por estar nuestros países colocados del lado de los menos favorecidos por la globalización, no es difícil que se exalten los rasgos nacionalistas por sobre los trasnacionales, y con ello la crítica a la globalización. Pero en ese caso, habrá que advertir también los riesgos y contradicciones que abrazar esta posición puede acarrear.
MIRARNOS AL ESPEJO SIN HIPOCRESÍAS
Es muy fácil fustigar a los demás, a un otro real o ficticio, antes que mirarnos en el espejo de nuestras propias mediocridades y de asumir sin hipocresías nuestra propia responsabilidad en el desastre económico de nuestros países. De hecho, cuando se trata de medirnos con los países ricos casi siempre surge esa voz lastimera y victimista con la que santiguamos nuestras almas.
Los países ricos nos han saqueado toda la vida, nos han explotado y condenado a la miseria. Si a alguien hay que culpar de nuestra ruina es al neoliberalismo o al imperialismo o al capitalismo o a Estados Unidos o a la «madre Patria» o a la globalización, para el caso da lo mismo, siempre y cuando nos concibamos como las víctimas indefensas de la voracidad desmedida de los poderosos.
Huelga decir que esta actitud victimista tan introyectada culturalmente en América Latina puede resultar sumamente peligrosa en el momento de ensayar vías para aliviar nuestros rezagos. Esto es así porque el victimismo, como recurso para transferir a otros la culpa de nuestros males y desentendernos de nuestras responsabilidades, va casi siempre de la mano del inmovilismo y la apatía.
Ciertamente, no se trata de negar los efectos desiguales y desventajosos que para los países menos desarrollados impone el capitalismo global. Así, por ejemplo, en los países desarrollados, sobre todo los europeos y Estados Unidos, no ha sido del todo congruente su discurso de apertura comercial y libre mercado con sus propias prácticas, más bien proteccionistas.
En los hechos, los acuerdos de libre comercio e intercambio de bienes entre países latinoamericanos y países desarrollados han encontrado múltiples trabas, restricciones e interpretaciones parciales por parte de estos últimos y en perjuicio de aquellos. Pero tampoco se puede depositar en estas variables todo el peso de la debacle económica, social y política de nuestros países.
Es decir, ya no tienen cabida ni el victimismo que arrastramos cultural e históricamente los países subdesarrollados, ni el proteccionismo disfrazado de libre mercado de los países desarrollados. De lo que se trata hoy es de introducir coherencia en el mundo de las relaciones internacionales para el beneficio de todos. La idea misma de globalización sigue esperando por contenidos y valores mucho más humanos y corresponsables de los que ahora posee en términos de racionalidad y expansión de mercados.
Tendríamos pues que cambiar de dirección e indagar la parte de responsabilidad de nuestros propios gobiernos y de las oligarquías locales en la opresión y penuria de nuestras sociedades, y no sólo hablo de ineficacia sino sobre todo de prácticas perversas y asfixiantes, como la corrupción, el centralismo, la simulación, el clientelismo, y un interminable etcétera.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter