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Economía de mercado y responsabilidad social

Con el derrumbe del comunismo y el repliegue de los socialismos a fines de la década pasada, surgió una versión de economía de mercado el «neoliberalismo», caracterizada por la reducción del papel del Estado en la economía, la apertura comercial, la desregulación administrativa, la privatización de las empresas públicas, la disciplina fiscal, la supresión de subsidios y controles, y el debilitamiento del sindicalismo. A este retorno a la economía de mercado en su versión más radical, se añadió la globalización económica mundial, propiciada por el colosal desarrollo de la informática, las comunicaciones, la ciencia, la tecnología y los flujos de capital.
Esta liberalización de la economía, que ha permitido su mayor eficiencia, ha propiciado en nuestros países una mejoría en el nivel general de la población, como puede ser reducción del analfabetismo, aumento de esperanza de vida al nacer, supervivencia infantil de menores de un año, etcétera. Sin embargo, deben hacerse notar datos adversos y desconcertantes: en América Latina la pobreza ha crecido significativamente en los últimos años según un informe de la CEPAL, el crecimiento en la década actual ha sido bajo, la distribución del ingreso en el área empeora y se han exacerbado los efectos negativos de un crecimiento limitado en la reducción de la pobreza.
En nuestro país, el cambio del sistema económico tiene resultados desiguales para la población. Datos recientes indican que el 20% más alto de la población recibe el 54.4% del ingreso, y el 20% más bajo, el 4.4%. El rezago salarial es evidente. La pobreza en México alcanza cifras muy altas. En Guerrero, Chiapas, Hidalgo, Oaxaca, Puebla y Campeche es más del 57%. Y la pobreza absoluta, que podemos llamar miseria, es de 26 millones de habitantes, que según el Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas corresponde a un dólar por día. Este fenómeno es desgarrador y preocupante. En este «dualismo social», conviven vanguardias y retaguardias. Al lado de una minoría adinerada con todas las comodidades del mundo moderno, mal vive una mayoría en la más dolorosa indigencia.
Kimon Valaskakis afirma que el fenómeno de la globalización, el mercado mundial, a fines de 1997, enriqueció a alrededor del 30% de la humanidad y que el 70% restante no fue convidado al banquete, y se encuentra marginado y excluido.
En el mundo de la empresa ocurre algo semejante: las grandes empresas con acceso al crédito extranjero, a la tecnología más avanzada y a las mejores técnicas de administración y productividad, con capacidad exportadora y dedicadas principalmente al mercado moderno, sobreviven mejor a la crisis. Por el contrario, las micro y pequeñas empresas, sin capital ni crédito, con poco acceso a nuevas tecnologías, quedan atrás o desaparecen.
Son evidentes los cambios demográficos, el crecimiento de las ciudades, el dinamismo de las comunicaciones, los avances técnicos y científicos, las empresas multinacionales, las crisis económicas, la conciencia ecológica y aún más preocupante, la declinación de la fe religiosa, el deterioro moral y, especialmente en nuestros países, el aumento de la violencia e inseguridad públicas, así como el proceso de incremento de la desigualdad social.

VOCES DE ALERTA

La economía de mercado o de libre empresa, indudablemente ha contribuido a mejorar el nivel de vida de la humanidad. Sin embargo, algunas de sus características la han marcado con rasgos negativos: la lucha despiadada de la competencia, que si bien elimina a los ineficientes también resta oportunidad a los débiles y concentra la riqueza; la actividad financiera que si bien cumple una función de poner los recursos donde se requieren, también permite manejos especulativos que no crean verdadera riqueza; la obsesión por la ganancia que puede traducirse en explotación de clientes, trabajadores o proveedores débiles; la posibilidad de manejos de apoyo político; de los trastornos por cambios cíclicos con sus secuelas de devaluaciones, depresiones, desempleo y ruptura social; la preocupación del corto plazo sin tomar en cuenta las necesidades del futuro y en las últimas décadas, el daño que irresponsablemente se causa al medio ambiente.
Otra crítica es que este sistema económico sostiene que el aumento de la prosperidad de la parte más dinámica de la sociedad finalmente se derrama hacia los demás y que todo es cuestión de esperar un poco. La realidad es que este «derrame» (trickle down) no les llega nunca o exiguamente; la brecha entre ricos y pobres se ensancha y se propicia la marginación y el desempleo. Se presenta una paradoja: existe crecimiento económico sin generación de empleo. Hay una dinámica «darwinista» que privilegia la supervivencia de los fuertes, que recompensa generosamente a los ganadores y no deja nada a los perdedores.
Con objetividad ha de señalarse el espíritu que anima esta economía de mercado: espíritu de avaricia, cálculo, indiferencia ante la necesidad y el mal ajeno, de afán de poder y lucha sin cuartel. Un materialismo feroz e inhumano.
En este sistema, la empresa no suele concebirse como una comunidad de intereses, ligados por «un afecto social» que reúna a los accionistas, los asalariados y la dirección. Con frecuencia en ella prevalece la relación adversaria, resabio de la lucha de clases marxista y que en muchos aspectos se asemeja a la lucha competitiva del libre mercado. El accionista casi siempre se desentiende de la vida de la empresa; le interesan las plusvalías y los dividendos. Al director o gerente, los sueldos, gratificaciones o su prestigio. A los trabajadores y empleados las prestaciones, los salarios y ascensos.

Se han hecho oír voces con sobrias advertencias acerca de la actual economía de mercado.

* Guillermo Bedregal, ministro de Planteamiento de Bolivia en 1985 y agresivo introductor de la economía de mercado en su país: «El neoliberalismo tiene a […] naciones de América Latina al borde de estallidos sociales».
* George Soros, famoso financiero internacional: «Podemos tener una economía de mercado pero no una sociedad de mercado».
* El pensador español, Luis de Sebastián: «El liberalismo económico de hoy es una lucha de todos contra todos, que discrimina en favor de los más fuertes».
* Juan Pablo II: «Es necesario denunciar la existencia de unos mecanismos económicos, financieros y sociales, los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de unos y de pobreza de otros».

SOLIDARIDAD MÁS EFICAZ Y EFICACIA MÁS SOLIDARIA

Es evidente el desafío a la economía por una exigencia de eficacia pero también por una exigencia de solidaridad. Existen los verdaderamente fuertes, los verdaderamente débiles y los falsos débiles, y esta cultura de arriba los fuertes y abajo los débiles es peligrosa. En pocas palabras, como dijo Michel Falise, se necesita «una solidaridad más eficaz y una eficacia más solidaria».
Una convivencia pacífica y próspera de los seres humanos reclama la conciliación entre las exigencias de eficiencia y productividad que favorece la libertad y las exigencias del orden y la justicia que hacen posible la equidad a favor de los débiles y desprotegidos. Todos los pobladores del planeta son seres humanos con dignidad humana inviolable y tienen derecho a una vida digna.
Sin un mínimo de bienestar no es posible vivir ni obrar bien. De ahí que se aspire a una economía con responsabilidad social, «que esté verdaderamente al servicio del hombre y de todo el hombre», en palabras de Paulo VI.
El distinguido economista alemán Wilhelm Roepke, hace ya muchos años subrayó la necesidad de esta conciliación. Y la aclaraba con la imagen de un reloj que requiere de una cuerda que lo mantenga en movimiento y un volante que regule su marcha. Es imposible decía una economía satisfactoria sin un sistema de fuerzas propulsivas y ordenadoras. Añadía que no deberíamos contentarnos con la consecución del orden en líneas generales sino que habría que preocuparse, además, por una cierta rectificación de la distribución de la renta resultante, así como por la seguridad y protección de los débiles, por una economía ordenada, productiva y justa, y por aquellos aspectos que dan auténtico sentido a la vida moral y espiritualmente y que son el supuesto previo a la felicidad.

EL CASO ALEMÁN

Se ha hablado mucho de la economía social de mercado como una solución a estas exigencias. Este sistema se implantó de manera concreta en la República Federal Alemana en 1948, a partir de la reforma monetaria del canciller Ludwig Erhard y se caracterizó por dos principios básicos: la economía reposaría sobre el mercado con la mayor libertad de funcionamiento (sobre todo precios y salarios;el mercado no podía, él solo, regir la vida social, debería equilibrarse por una exigencia «social» que el Estado garantizaría.
Los elementos principales de esta economía social de mercado siguen siendo:
* Condenación del intervencionismo estatal en la medida que distorsione la competencia.
* El Estado es responsable de la protección social y la libre negociación de los partícipes sociales.
* Participación de los trabajadores en la vida empresarial.
* Autonomía del Banco Central que asegure la estabilidad monetaria, su relación con los bancos comerciales y el papel de éstos en el financiamiento de las empresas.
* Promoción del acceso a la propiedad en general mediante medidas fiscales y administrativas.
En esta economía, el Estado tiene dos razones para intervenir:
* Velar por la igualdad de condiciones de la competencia, evitando acuerdos y abusos de las empresas dominantes. Ayudar a las pequeñas y medianas empresas ante el exceso de poder de las grandes por medio de condiciones legales y fiscales ventajosas, y tomar en cuenta las diferencias en el desarrollo de las distintas regiones del país.
* Otorgar subsidios a ciertas empresas para su reconversión y pugnar porque los representantes sindicales jueguen activamente en la gestión empresarial.
En Alemania, a pesar del liberalismo del mercado, el Estado no está obstaculizado para realizar su función propia. El gasto público representa del 47% al 48% del PIB, en comparación con el 35% del Japón y el 24% de México, además de su equitativa distribución entre lo federal, lo estatal y lo municipal. En materia de salarios, el Estado no interviene directamente, pero alienta a las partes a respetar ciertas normas y a no perturbar los grandes equilibrios económicos y monetarios.
¿Basta una economía social de mercado como existe en la República Federal Alemana? Desde luego que todo modelo económico debe adaptarse a las particulares condiciones de cada país y estar diseñado a su medida. Sin embargo, en las realizaciones históricas de esta economía de mercado y en las economías mixtas y proyectos de «terceras vías», salta a la vista que fundamentalmente persiguen un simple equilibrio entre la acción del Estado y el funcionamiento del mercado.

EL MUNDO DE LA VIDA DIARIA

Es evidente que un sistema económico no ha de reducirse a la interacción del mercado, el Estado y las comunicaciones, ni el hombre ser simplemente un objeto de los intereses, la influencia, las presiones y aun los caprichos de unos y otros.
Existe en la convivencia humana otro mundo, fincado en lo más profundo de nuestro ser, que calladamente añoramos y que nos pide y exige reivindicarlo: el de la confianza, amistad, alegría, generosidad, tolerancia, ayuda mutua, cortesía, perdón y otros valores fundamentales.
Es la existencia de lo que Husserl llamó el lebenswelt como verdadero cimiento de la sociedad, el mundo de las relaciones personales y comunitarias. O como denominó Gaos, el mundo de la vida corriente. El que está fuera del intercambio riguroso y del contrato que requiere exactamente un precio. En el que hay cierta reciprocidad, pero no exigencia de la misma; como alguien ha dicho, «se toma sin quitar y se da sin perder».
La depositaria de todo este mundo es la sociedad civil, entendiéndola como el rico tejido no sólo de asociaciones y grupos voluntarios no lucrativos de toda índole, sino también las parroquias, clubes, barrios, familias, escuelas, sindicatos, organizaciones profesionales, empresas, partidos políticos y las redes de amigos y personas afines, vinculadas por los más diversos motivos.
Stefano Zamagni, destacado economista, señala que en la sociedad civil existe lo que él llama «economía civil», constituida por una variedad de organizaciones y grupos cuyo objetivo no es filantrópico pero tampoco estrictamente lucrativo. Organismos y grupos que piden una cierta reciprocidad por lo que ofrecen o venden. Empresas cooperativas, mutualidades, comunidades de apoyo, prestadoras de servicios semi-gratuitos, instituciones culturales o de promoción humana, cajas de ahorros y préstamo populares.
En la vida social hay fundamentalmente tres cauces ordenadores para la conducta: la ley, las buenas costumbres y la moral personal. La ley es el último recurso para ordenar la convivencia. Las normas sociales o buenas costumbres facilitan la ordenación de la conducta de los ciudadanos. Pero es la moral personal, con su mayor exigencia, la que en definitiva puede asegurarla.
Sin embargo, hay que insistir que el Estado, como responsable de promulgar y hacer cumplir las leyes, tiene una ineludible responsabilidad en muchos y muy señalados aspectos del campo económico. Como reacción ante los excesos de los socialismos y de los regímenes estatistas y populistas, su papel se ha visto disminuido en las versiones actuales de la economía de mercado.
Es indispensable restituir las atribuciones que legítimamente corresponden al Estado de acuerdo con las exigencias del bien común y de la subsidiaridad. Hay que rechazar tanto su idolatría como su satanización.
El Estado tiene funciones que él y sólo él puede desempeñar; no se le pueden regatear si se quieren evitar males mayores. Para no caer en los excesos que hemos padecido, se impone una permanente actitud crítica y vigilante de los ciudadanos. Se impone desterrar el quietismo social, el abstencionismo, la indiferencia cívica. Necesitamos una acción responsable del Estado. La participación política es imperativa si queremos evitar su desbordamiento.
El Papa Juan Pablo II en la encíclica Centesimus Annus dice que la «actividad económica, en particular la economía de mercado, no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político». E insiste en que «es deber del Estado proveer la defensa y tutela de los bienes colectivos, como son el ambiente natural y el ambiente humano, cuya salvaguardia no puede estar asegurada por los simples mecanismos del mercado».

PREGUNTAS CLAVE

Hace más de 35 años Barbara Ward, distinguida economista, en su libro Las naciones ricas y las naciones pobres, señalaba que una de las mayores fuerzas que mueven al mundo en nuestra época es la revolución de la igualdad, la aspiración de todos los seres humanos de mejorar su condición, sobre todo en relación a la de otros. Y esta legítima aspiración igualitaria debe cristalizar en una efectiva reducción de las desigualdades, sobre todo las más lacerantes en el tener, el poder y el saber.
Hay teorías convencionales que sostienen que la eficiencia económica tiene necesariamente «un costo social», que una alta inequidad es necesaria para alcanzar la acumulación de capital e impulsar el crecimiento. Son teorías totalmente erróneas. El análisis econométrico riguroso demuestra que, en los últimos años, la realidad funciona en dirección opuesta. Los países que han mejorado la equidad han obtenido resultados económicos superiores de largo plazo.
Le corresponde a la sociedad, por conducto de sus más autorizados portavoces, insistir en la vigencia de los valores fundamentales que deben regir toda la vida económica. La Doctrina Social Cristiana nos interpela: ¿En las actividades económicas se toma en cuenta la dignidad de la persona humana? ¿Se respetan sus derechos y no se soslayan sus obligaciones? ¿Se insiste en la solidaridad social que nos impulsa a sentir como propias las necesidades de los demás y a conseguir juntos lo que no podemos lograr solos? ¿Se reconoce la exigencia de la subsidiaridad para que la sociedad realice lo más posible y el Gobierno solamente lo necesario? ¿Hay suficientes espacios de libertad para el pleno desarrollo de los individuos y los grupos? ¿Se otorga amplia vigencia a la justicia? ¿Se insiste en la obligación de aportar al bien común si se quiere alcanzar el beneficio de todos? ¿Se promueve y educa para la comprensión, la ayuda mutua, la responsabilidad y el servicio a los demás? ¿Se reconoce el daño que hace a una sana convivencia social y familiar, el hedonismo, la corrupción y la violencia?

HACIA UNA NUEVA ECONOMÍA DE MERCADO

¿Cómo debe ser una economía de mercado con responsabilidad social adecuada a las condiciones particulares de nuestro país? Subsiste la necesidad de definir los cómos concretos.
* Por lo que se refiere a la acción vital del mercado: pugnar porque se respeten sus elementos esenciales. Proteger el derecho de propiedad legítima de todo tipo de ataques y confiscaciones. Facilitar la competencia y estimular la libre iniciativa de los empresarios. Sin ella los países están condenados al subdesarrollo.
* Es evidente que el mercado necesita la protección del Estado para funcionar correctamente. Además de combatir los monopolios ha de instrumentar las llamadas «políticas estatales amigables al mercado» y también las externalidades negativas como son el deterioro ecológico, el juridicismo, el contrabando y otras.
* No debe temerse la acción de justicia y promoción que le corresponde al Estado (aunque muchas veces ha sido justificado en vista de los desastres económicos a los que nos han conducido nuestros gobernantes).
Una parte de los ingresos del Estado tiene un fin redistributivo. Es infantil creer que el Estado cumplirá con sus obligaciones si no se le dota de los recursos necesarios.
René Villarreal, en un interesante libro titulado Hacia una nueva economía de mercado, insiste que en nuestro país se ha privilegiado la exportación como pivote del desarrollo, lo cual es positivo, pero que se debe dar una mayor atención a la sustitución de importaciones y a lo que él llama el mercado endógeno.
Esto, desde luego, refuerza la necesidad de la actividad promotora del Estado que implica varias medidas: una política industrial que apoye a pequeñas y medianas empresas; a la reconversión industrial cuando ésta sea indispensable; al fomento constante de la capacidad empresaria del país; a la reestructuración y supervisión eficaz del sistema financiero para que cumpla cabalmente con su obligación de captar ahorro y otorgar crédito, y la articulación de las cadenas productivas.
Se podrían incluir también: esfuerzo permanente de fomento del ahorro interno, tanto de las empresas como de los particulares; promoción del aprendizaje y la capacitación en todas las empresas; desarrollo de un auténtico cooperativismo; aliento al auto-empleo, la microempresa y los pequeños productores rurales; facilidades para la construcción de viviendas modestas y las instituciones de ahorro y crédito popular. Y de manera muy importante, para combatir los males de la economía dual, la reorientación de las actividades productivas a fin de que las inversiones se destinen en mayor medida a la satisfacción eficiente de las necesidades de los sectores más necesitados. Todo esto implica, desde luego, desgravaciones fiscales y otorgamiento selectivo del crédito.

LA TAREA DE LA SOCIEDAD

Queda pendiente lo que debería hacer la sociedad, toda vez que el efecto de las disposiciones legales no es suficiente.
* Ningún sistema económico será eficaz ni estará al servicio de la sociedad si los ciudadanos no se ocupan de la «cosa pública».
Es indispensable el desarrollo de una ética social, es decir, una manera de comportarse de los agentes económicos: consumidores, ahorradores, empresas, organizaciones gremiales, medios de comunicación y otros de los más diversos tipos quienes, por el convencimiento profundo de su responsabilidad social, han de adoptar políticas de creación de confianza, respeto al bien común, solidaridad humana, de modo que esto se traduzca en una acción cívica y política.
La acción de estos agentes de la sociedad ha de manifestarse de muchas maneras: acierto y moderación en el consumo; propensión y desarrollo del ahorro; ampliación de la seguridad social tanto la que cubre el Estado como la de los seguros privados; multiplicación de las asociaciones de carácter voluntario no lucrativo para atender todo tipo de necesidades asistenciales, culturales, deportivas, ecológicas y de promoción humana.

EMPRESAS RESPONSABLES

De manera especial, hay que insistir en la responsabilidad social de la empresa, que se refiere a la obligación de cumplir bien con sus finalidades económicas que son específicamente sociales. Una responsabilidad social externa que consiste en contribuir al pleno desarrollo de la sociedad en la que se encuentra, no sólo no vulnerando los valores fundamentales de esa sociedad sino promoviéndolos. Y esto implica toda una gama de consideraciones de su relación con clientes, proveedores, Gobierno y comunidad, y todo lo que la empresa debe y puede hacer en esta materia.
La responsabilidad social interna de la empresa se refiere a su relación con el personal e incluye el destierro de la relación adversaria que tanto daño ha hecho a todos, la aceptación de la nueva cultura laboral, los programas de formación permanente de trabajadores, empleados y ejecutivos y, sobre todo, el desarrollo de la participación del personal en la vida de la empresa por su cada día mayor involucración en ella, en su conocimiento, sus problemas, planes resultados y, a ser posible, en su capital.
La vida económica, en último análisis, no podrá ordenarse sin las exigencias de la conciencia moral de cada actor de la vida económica: seres humanos concretos, con fortalezas y debilidades, ideales y prejuicios, recursos y necesidades.
Se habla de cambiar las estructuras de nuestra vida moderna (leyes, costumbres, instituciones y valores que las rigen). Pero ese cambio no se dará si antes no hay un cambio en la conducta personal de quienes participan en la vida económica, si no se toma conciencia de los problemas y se asume el compromiso de contribuir a resolverlos.
Cambio particularmente importante es el del empresario, quien debe responder a las crecientes exigencias de la modernización y la responsabilidad social. Que no sólo tenga la capacidad profesional de crear, organizar y manejar las empresas, sino también la sensibilidad humana y la capacidad política de guiar e inspirar a sus hombres, dando lo mejor de sí mismo para su propio bien y el de la empresa, y juntos contribuir a la superación y progreso de la sociedad entera. Que ponga en la empresa ese suplemento de alma que tanto necesita.
La necesidad y urgencia de una renovación moral es evidente. En la familia, la educación, las comunicaciones, y desde luego la empresa, se impone la vigencia de principios y valores morales fundamentales.
El diseño y la implementación de una economía de mercado con sentido social en nuestro país sólo se logrará si se consigue « desideologizar» el debate económico y si todos los actores sociales, especialmente los políticos, logran llegar a acuerdos que la hagan posible.
En esta tarea urgente e indispensable, los empresarios, como una de las fuerzas más positivas y eficaces de la sociedad, tenemos una responsabilidad ineludible. Y tenemos que hacerlo a partir de nuestra empresa. Hacerla núcleo de una auténtica eficacia productiva, y por medio de una inteligente participación de sus integrantes, hacerla un reducto de libertad, creatividad e iniciativa, una segunda escuela en la que sus hombres no sólo se capaciten sino que se formen y desarrollen, una segunda familia en la que encuentren confianza, amistad y afecto. Una empresa en la que ellos, al fin reconciliados, se unan en el logro de objetivos comunes. Así podremos ofrecer a la sociedad un modelo real y vivo de una institución que puede servir para la transformación de otras instituciones y de la sociedad misma. Así podremos contribuir al diseño y advenimiento de una economía de mercado a la dimensión del hombre, economía que esté verdaderamente a su servicio.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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