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Ciudadanía y espacio público

¿Ha muerto la ciudad? ¿Está en crisis? ¿Es residuo del pasado, objeto de melancolía de urbanistas maduros? Aunque a los urbanistas-cívicos nos complace recordar aquello de que «el aire de la ciudad nos hace libres», la realidad urbana actual más bien nos lleva al «the hell is in the city» (el infierno está en la ciudad), como sentenció The Economist hace algunos años. Las prácticas sociales parecen indicar que la salida es hacerse un refugio, protegerse del aire urbano que resulta peligroso. En las grandes ciudades se imponen los shopping centers y los guetos residenciales con policías privados.
Hay temor al espacio público. No es un espacio protector ni protegido. En unos casos no ha sido pensado para dar seguridad sino para ciertas funciones. En otros, ha sido ocupado por las clases sociales peligrosas.
Nuevamente, como en todos los momentos históricos de cambios sociales y culturales acelerados, se diagnostica la muerte de la ciudad. Las hordas están a las puertas de la ciudad, pero también en su corazón. Es una prefiguración de pesadilla de nuestro futuro urbano con ejércitos protegiendo los barrios civilizados frente a la barbarie popular.
Para los más optimistas, la ciudad moderna es otra, la de los límites de la urbe actual, en sus periferias suburbanas. La Edge City, el auge de las teorías del caos urbano expresa esta mitificación de la ciudad desurbanizada o de la urbanización sin ciudad. En esta nueva ciudad, las infraestructuras de comunicación no crean centralidades, más bien segmentan o fracturan el territorio y atomizan las relaciones sociales.

UN DESAFÍO PARA LOS URBANISTAS

Es cierto que la historia de las ciudades ha sufrido cambios por lo menos tan aparatosos como los actuales, y podría aducirse que estamos simplemente presenciando una nueva fase del crecimiento metropolitano. Tienen razón los historiadores cuando critican el simplismo de reducir la historia urbana a tres grandes etapas: 1) la ciudad concentrada, separada de su entorno; 2) la ciudad metropolitana (ciudad más periferia) y 3) la actual, la ciudad a repensar en la globalización.
Sin embargo, esta distinción nos estimula a los urbanistas a focalizar la atención como un desafío, a descubrir los elementos de continuidad posibles respecto al pasado y proponer nuevos modelos y proyectos con respuestas integradoras.
Creemos que un ángulo interesante es del espacio público, la relación entre su configuración y el ejercicio de la ciudadanía, porque ahí se manifiesta con más fuerza la crisis de ciudad y porque las nuevas realidades urbanas, especialmente en los márgenes, plantean retos novedosos con las nuevas centralidades. Estamos convencidos de que la dialéctica movilidades-centralidades es clave del urbanismo moderno.

ESPACIO PÚBLICO: LUGAR DE RELACIÓN E IDENTIFICACIÓN

El espacio público es un concepto jurídico: un espacio sometido a una regulación específica que posee la facultad de dominio del suelo, que garantiza su accesibilidad a todos y fija las condiciones de su utilización. El espacio público moderno proviene de la separación formal (legal) entre la propiedad privada urbana (vinculada normalmente al derecho de edificar) y la propiedad pública, que se supone libre de construcciones (excepto equipamientos colectivos y servicios públicos) y cuyo destino es de uso social.
También tiene una dimensión socio-cultural. Es un lugar de relación y de identificación, de contacto y expresión comunitaria. La dinámica propia de la ciudad y el comportamiento de su gente puede crear espacios no previstos, donde lo que define su naturaleza de público es el uso y no el estatuto jurídico. El funcionalismo predominante en el urbanismo moderno descalificó pronto el espacio público al asignarle usos específicos. En ocasiones, el juridicismo burocrático considera que el espacio público ideal es el que está prácticamente vacío, o tan protegido que nadie lo usa (por ejemplo cuando se peatonalizan las calles y se prohíbe todo tipo de actividades comerciales).
El espacio público supone dominio público, uso social colectivo y multifuncionalidad. Se caracteriza físicamente por su accesibilidad, que lo hace un factor de centralidad. La calidad del espacio público se evalúa sobre todo por la intensidad y calidad de las relaciones sociales que facilita, y su integración cultural. Por ello conviene que tenga algunas calidades formales como la continuidad del diseño urbano, la facultad ordenadora del mismo y la adaptabilidad a usos diversos a través de los tiempos.
El urbanismo contemporáneo, heredero del movimiento moderno, fue reconstructor de ciudades después de la segunda guerra mundial. Se enfocó en un funcionalismo eficientista, con un instrumental separador más que integrador. El resultado ha sido casi siempre aplicar políticas sectoriales en lugar de articular la diversidad y complejidad de las demandas urbanas.
El movimiento moderno y las políticas públicas actuales configuraron un urbanismo que se confundió con la vivienda y las obras públicas. Hacer ciudad como producto integral e integrador quedó olvidado, y con ello, el espacio público. O por lo menos relegado a un rol secundario.

URBANISMO FUNCIONALISTA Y REACCIONES CIUDADANAS

El urbanismo funcionalista ha pagado el precio de sus limitaciones y los usos perversos derivados de él. La combinación del monofuncionalismo de los programas y la sectorialización de las políticas públicas con las dinámicas del mercado en ciudades clasistas, ha dado lugar a situaciones urbanas insoportables.
Grupos residenciales que se degradan rápidamente por su mala calidad; áreas centrales congestionadas y especializadas que pierden su rol integrador; barrios históricos despedazados por actuaciones poco respetuosas con los entornos y la calidad de vida de los residentes; diseminación de centros comerciales en el territorio metropolitano, campus universitarios e industrias que ordenan la vida según la triada sarcástica de 1968: «Metro, boulot, dod» (Metro, trabajo, dormida).
Las reacciones no se hicieron esperar. En los años sesenta y setenta la conflictividad urbana irrumpió en la vida política y social de la mayoría de los países de Europa y América.
El movimiento moderno no era tan simplista como el urbanismo funcionalista. Sus propuestas urbanas interesaban por su complejidad, por la capacidad de integrar objetivos sociales, ambientalistas y estéticos.
Por su parte, los movimientos sociales de los sectores populares, no ajenos a las críticas y reivindicaciones urbanas, consiguieron a veces que se negociaran proyectos y se cualificaran áreas marginales.
A las reacciones de carácter social se añadieron las de profesionales e intelectuales unidos por la preocupación cultural, estética, a veces «paseista» de la ciudad y levantaron su voz contra los excesos del urbanismo desarrollista y funcionalista. En unos casos prevaleció revalorizar la ciudad existente, la mitificación culturalista de la ciudad histórica y la preocupación por el ambiente urbano, y en otros, la reivindicación de un urbanismo austero frente al despilfarro.
La crítica política a este urbanismo recogía muchas críticas sociales y culturales y aportaba un plus: contra el autoritarismo tecnocrático o corrupto, contra el sometimiento de las políticas públicas a grupos de intereses privados, por la transparencia y la participación ciudadana, por la revalorización de la gestión política local y la descentralización. En esta crítica coincidieron los movimientos sociales urbanos y las fuerzas políticas más democráticas o progresistas.
Es indiscutible que la crítica, las reivindicaciones y las propuestas de las reacciones ciudadanas influyeron en el urbanismo de los últimos 10 años. Pero como nada es perfecto, señalo algunos aspectos discutibles de estas reacciones cívicas:
El conservacionismo a ultranza de los barrios. En algunos casos los residentes se consideran los únicos propietarios de su barrio y se constituyen en una fuerza social contraria a cualquier cambio o transformación. En otros el conservacionismo es cultural. Ciertos sectores consideran intocable cada piedra o forma que tenga una edad respetable, sin apercibirse de que no hay preservación urbana sin intervención transformadora que contrarreste las dinámicas degenerativas.
El segundo aspecto es la desconfianza o el prejuicio opuesto a los grandes proyectos urbanos, justificado muchas veces por las experiencias nefastas de proyectos de los años sesenta y setenta. En todo caso parece más positivo, en un marco democrático, debatir los grandes proyectos y, si es preciso, proponer alternativas para evitar el fundamentalismo de que solamente lo small is beautiful.
De todas formas, los movimientos ciudadanos han hecho importantes contribuciones a la gestión de la ciudad y al urbanismo de final de siglo:
a) La revalorización del lugar, del espacio público, del ambiente urbano, de la calidad de vida, de la dialéctica barrio-ciudad, del policentrismo de la ciudad moderna…
b) La exigencia de la democracia ciudadana y de la participación en planes y proyectos, la gestión de proximidad y la recuperación del protagonismo de los gobiernos locales en la política urbana.
c) Como consecuencia de lo anterior, o quizás como premisa, la recreación del concepto de ciudadano, como sujeto de la política urbana, que se hace ciudadano al intervenir en la construcción y gestión de la ciudad. El ciudadano es el que tiene derecho al conflicto urbano.

GLOBALIZACIÓN Y URBANISMO, EFECTOS CONTRADICTORIOS

La globalización económica y la revolución informativa tienen efectos contradictorios sobre los espacios urbanos.
La ciudad se convierte en elemento nodal de sistemas de intercambio regionales y mundiales. Pero se conecta por partes y el tejido urbano se fragmenta. La no-correspondencia entre el espacio urbano de los flujos y los territorios político-administrativos y el debilitamiento de los lugares, o simplemente su inexistencia, estimulan dinámicas anómicas o tribales, fracturan la cohesión social y dificultan la gobernabilidad.
También se producen tendencias contrarias de revalorización de la ciudad. Las políticas públicas necesitan consolidar territorios gobernables mediante actuaciones positivas a favor de la cohesión social regenerando centros, áreas degradadas y nuevas centralidades, mejorando la movilidad y visibilidad de cada zona metropolitana y promoviendo nuevos productos urbanos que diversifiquen y reactiven el tejido económico y social y creen empleo, autoestima, etcétera.
El dilema del urbanismo actual es si acompaña a los procesos desurbanizadores o disolutorios de la ciudad, que se expresan por medio de políticas sectoriales o si, por el contrario, impulsa políticas de ordenación urbana que se planteen hacer ciudad, favoreciendo multiplicar las centralidades polivalentes y los tiempos y lugares de integración cultural.
Cuestión clave es analizar los proyectos urbanos y ver qué consideración merecen los espacios públicos. Los proyectos, característicos del urbanismo actual, son actuaciones estratégicas de escala variable que dan respuesta a demandas o cumplen varias funciones. Engendran dinámicas transformadoras sobre sus entornos combinando el rol iniciador o regulador del sector público con la participación de diversos actores privados.
Los proyectos urbanos no tendrán valor estratégico si no forman parte de una política de conjunto coherente, de un proyecto de ciudad con base legal, acuerdo político y consenso ciudadano. Considerar los espacios públicos en los grandes proyectos urbanos es factor clave al menos por tres razones principales:
a) El espacio público facilita la multifuncionalidad de los proyectos urbanos, pues permite diversidad de usos en el espacio y adaptabilidad en el tiempo.
b) Es el mecanismo idóneo -confirmado por el diseño y luego verificado y desarrollado por el uso- para garantizar la cualidad relacional de un proyecto urbano.
c) Es una posible respuesta al difícil y novedoso desafío de articular: barrio, ciudad-aglomeración y región metropolitana.

ESPACIO PÚBLICO Y CIUDADANÍA

La ciudadanía plena no se adquiere por el hecho de habitar una ciudad ni por contar con un documento legal que lo acredite. Existen relaciones dialécticas entre la ciudad como espacio público y el ejercicio de la ciudadanía:
1) Los no-ciudadanos oficiales y la ciudad ilegal. La ciudad como espacio público, necesita zonas ilegales o alegales, porque en ellas se puede obtener alguna protección y excedentes de los bienes y servicios urbanos. El proceso hacia la ciudadanía requerirá un proceso de legalización del habitante y del territorio/vivienda.
2) El espacio público como espacio político de ejercicio de derechos cívicos es un medio de acceso a la ciudadanía para los marginados. Es la autoestima del manifestante en paro que sueña que ocupa la ciudad.
3) La violencia urbana en el espacio público es, aunque paradójico, una reivindicación de ciudadanía, porque expresa una rebelión del no ciudadano, una contradicción entre el hecho de estar y el no derecho de usar la ciudad formal y ostentosa.
4) El espacio público es indispensable, o al menos muy necesario, para desarrollar el proceso de socialización de pobres, niños y recién llegados a la ciudad. Allí se expresa la diversidad, se produce el intercambio y se aprende la tolerancia. La calidad, multiplicación y accesibilidad de los espacios públicos definirán en buena medida el progreso de la ciudadanía.
5) Hoy el funcionamiento eficaz y democrático de la ciudad se mide por la dialéctica entre movilidades y centralidades. Una ciudad que sólo funciona con automóvil privado y centralidades cerradas (centros administrativos, shopping centers) no facilita el progreso de la ciudadanía, tiende a la segmentación, al individualismo y a la exclusión.
6) El espacio público con su infraestructura y equipamientos puede ser un importante mecanismo de redistribución e integración sociales. Por ejemplo, no es lo mismo construir en un centro histórico un gran museo con un gran estacionamiento y poner policía, que plantearse en paralelo la animación cultural y comercial de la zona.
7) El espacio público contribuirá más a la ciudadanía cuanto más polivalente y funcional sea y más favorezca el intercambio. El «lujo» será cuestión de justicia social.
8) Las Administraciones públicas han de asumir, como fuente de su legitimidad, el promover espacios públicos. Considerar revertir áreas de organismos estatales o empresas de servicios que por sus condiciones o localización resulten obsoletas y que puedan servir para generar espacios ciudadanos. Los nuevos productos urbanos no pueden legitimarse únicamente por criterios de competitividad o de competencia burocrática.
9) La renovación del instrumental urbanístico puede ser un mecanismo de progreso de la ciudadanía. Los planes estratégicos deberán ser un ámbito importante de participación cívica, porque favorecen la manifestación de aspiraciones e intereses diversos, incluso de sectores cuya voz se escucha normalmente poco.
10) El empleo es factor clave para el ejercicio de la ciudadanía, para obtener reconocimiento social y evitar la marginación. Las políticas urbanas son una gran oportunidad para crear empleos. Es posible establecer una relación entre el salario ciudadano y la ciudad como fuente de ocupaciones y ámbito de formación continuada.

DESAFÍO POLÍTICO SOCIAL Y URBANO

La ciudadanía fue en el pasado un atributo que distinguía a los habitantes permanentes y reconocidos como tales de la ciudad. Suponía un estatus compuesto por un conjunto de derechos y deberes cívicos, socio-económicos y políticos, que se ejercían en el ámbito del territorio.
A partir de los siglos XVIII y XIX, la ciudadanía se fue vinculando al Estado-nación. Los ciudadanos poseían la nacionalidad y eran titulares de derechos sociales, cívicos y políticos exclusivos.
Sin embargo, hoy enfrentamos hechos nuevos que permiten replantear la relación ciudad y ciudadanía:
a) La reducción de la soberanía del Estado-nación por la globalización de la economía y la creación de uniones políticas supraestatales. La Unión Europea tiende a igualar los derechos y deberes de todos los ciudadanos de los países europeos.
b) La población inmigrada o descendientes de inmigrados que no poseen la nacionalidad del país en el que viven es, en muchas ciudades, relativamente importante y estable. En la mayoría de los casos no hay proyecto de retorno al país de origen.
c) En el marco europeo una solución que parece razonable y viable respecto a estos problemas es crear el estatus de ciudadano europeo, distinto al de nacionalidad, pero con los mismos derechos y deberes de la ciudad en la que residan.
d) La ciudad es la mejor oportunidad de innovación política. Los ámbitos regional-metropolitano, de ciudad y de barrio requieren soluciones originales, no uniformistas. Son el lugar para innovar en las relaciones entre Administración y ciudadanos y en las de justicia y seguridad.
e) Hoy se habla más de participación ciudadana que de participación política. La gestión política local requiere multiplicar la información, la comunicación y socializar las potencialidades de las nuevas tecnologías que permiten el feed-back.
f) Los déficits de la ciudad afectan de manera desigual a distintos sectores de la población. Una política ciudadana exige desarrollar un conjunto de acciones positivas hacia cada grupo, por ejemplo desarrollar el multiculturalismo, considerar las demandas de niños y viejos, hacer la ciudad más femenina, etcétera.
g) Los proyectos y gestión de los espacios públicos y equipamientos colectivos son siempre oportunidades para promover derechos y deberes (políticos, sociales, cívicos) constitutivos de la ciudadanía y sirven como un test de su desarrollo.
El estatuto de ciudadano representa un triple desafío para la ciudad y el gobierno local:

  • Desafío político: conquistar la capacidad legal y operativa para contribuir o universalizar el estatuto político-jurídico de toda la población. Y adquirir las competencias y recursos necesarios para desarrollar las políticas públicas que hagan posible el ejercicio y protección de los derechos y deberes ciudadanos.
  • Desafío social: promover las políticas públicas que ataquen las discriminaciones que imposibilitan o reducen el ámbito de la ciudadanía.
  • Desafío específicamente urbano: hacer de la ciudad una productora de sentido a la vida cotidiana, de ciudadanía.

La producción de ciudadanía y el rol de los gobiernos locales es un desafío político no exclusivo de ellos. La política no reduce su espacio a las instituciones, los partidos y las elecciones. Hay otro espacio, el de la sociedad política (mejor que sociedad civil), donde la participación ciudadana plantea demandas, propuestas, deberes y responsabilidades para criticar y ofrecer alternativas, pero también para ejecutar y gestionar programas y proyectos sociales, culturales, de promoción económica o de solidaridad. Y de urbanismo.
Para terminar: la responsabilidad de hacer ciudadanía también pertenece a los profesionales del urbanismo. En nombre de su ética y tecnicidad, del conocimiento de los avances de la urbanística y de la experiencia internacional, por su sensibilidad respecto a las herencias de la ciudad en la que trabajan y por su potencial creativo de reconocer tendencias e inventar futuros. Deben reclamar autonomía intelectual frente a los políticos y los distintos colectivos sociales, elaborar y defender sus propuestas, asumir riesgos ante las autoridades y opiniones públicas y saber renunciar públicamente antes de traicionar sus convicciones.
Reinventar la ciudad ciudadana, el espacio público constructor-ordenador y el urbanismo como productor de sentido no es monopolio de nadie.
Los políticos elegidos democráticamente tienen la responsabilidad de la decisión de los proyectos públicos. Las organizaciones sociales tienen el derecho y el deber de exigir que se tomen en cuenta, se debatan y se negocien sus críticas, demandas y propuestas. Los profesionales tienen obligación de elaborar análisis y propuestas formalizadas y viables, de escuchar a los otros, pero también de defender sus convicciones y proyectos hasta el final.

ANECDOTAS QUE ILUSTRAN

«Lo peor no es nuestro nombre, o el color de nuestra piel. A pesar de que nos hayan dicho que damos el perfil para un puesto de trabajo, cuando debemos dar nuestra dirección, si es un barrio considerado no deseable, lo normal es que suspendan la entrevista». De un programa de televisión (Sagacités) sobre los barrios difíciles y los jóvenes de origen inmigrado en las ciudades europeas.
Los viernes, sábados y domingos, Champs Elyseés se llena de jóvenes africanos, árabes, asiáticos. Ocupan la avenida más simbólica de París, se apropian de la ciudad, se pueden sentir plenamente franceses. Pero alguien (¡un diputado socialista!) dijo: «No son franceses como el resto». Aunque la mayoría de las veces hayan nacido en París y posean la nacionalidad francesa.
«Nosotros también tenemos derecho a la belleza» (Una abuela de favela, en Sao Paulo, Brasil).

* Síntesis de un artículo publicado en VVAA, «Ciutat real, ciutat ideal. Significat i funció a l´espai urbà modern». Urbanitats No. 7. Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

BIBLIOGRAFÍA
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De Nuno Portas, con quien compartí la dirección de un curso en el Institut Français d´Urbanisme (París 1997):
«El planeamiento urbano como proceso de regulación variable». Ciudades, núm. 3. Instituto de Urbanística, Universidad de Valladolid, 1996.
O Projeto Urbano. Cidade e imaginaçao. prourb. Universidad de Río de Janeiro, 1996.
«Planes Directores como instrumentos de regulaçao». Sociedade e territorio, núm. 22. Lisboa-Porto, 1995.
Véase también la colección Projet Urbain, revista del Ministére de l´Equipament (Francia), dirigida por Ariella Masboungi (12 números publicados entre 1994 y 1997) y la serie de libros
Conferénces Paris d´Architectes. Edicions du Pavillon de l´Arsenal. París, 1994-1997.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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