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La sabrosa rusticidad del Quijote

Recuerdo haber leído en istmo, hace ya algunos años, un artículo de Rafael Jiménez Cataño sobre el lenguaje. Se llamaba, si no me engaña la memoria, «Cuando en México se habla bien» (istmo 219). El autor lamentaba que alguna gente «culta» en nuestro país llegara a juzgar de rudos o ignorantes a los que dicen palabras como «mesmo», «haiga» o «trajieron», tratándose de cosas dichas «en muy buen romance». No es un español mejor o peor que el nuestro, es simplemente antiguo. Algunas formas arcaicas de voces españolas se conservaron mejor en zonas rurales de Latinoamérica que en España. Su evolución fue distinta a la que los expertos con no siempre tan buenas razones dictaminaron como «correcta», cumpliendo así su alta misión académica: que nos entendamos bien los centenares de millones de hablantes del español. Por otra parte más subjetiva y discutible, la que expresa el lema de la Real Academia Española y que cualquier día copia un publicista para vender barniz de uñas: «Fija, pule y da esplendor».
Pero me estoy desviando. Decía que Rafael Jiménez Cataño rescataba en aquel artículo algunas de esas palabras que todavía se oyen en México, que hacen ver mal a quien las dice, a pesar de que lucían bien cuando salían de la pluma de escritores como Manrique, Cervantes o Quevedo.
Releyendo el Quijote ahora en su aniversario, he ido marcando algunas de esas palabras, pongo unas cuantas:

  • «de perlas» para algo maravilloso
  • «luego luego» para «inmediatamente»
  • «trujo» por «trajo»
  • «ansimesmo» por «asimismo»
  • «denantes» por «antes»
  • «la vía» por «la veía»
  • «sentirse» por «ofenderse»
  • «vido» por «vio»
  • «rebién» por «muy bien»

Y ya que estamos en estos terrenos lingüísticos, me gustaría citar un párrafo de uno de mis libros favoritos: Los 1001 años de la lengua española, del filólogo Antonio Alatorre. Debo advertir que el autor usa «discreción» no en el sentido de reserva y circunspección en el hablar, sino en el de sensatez y buen juicio. Dice:
«un aspecto de la discreción de los discretos consiste en no dejar que sus hábitos lingüísticos personales se atraviesen entre ellos y los demás, estorbando ese fluido de simpatía que es el alimento de la comunicación humana. Quien desprecia al gañán, al baturro, al obrero, al indio, al pocho, etcétera, porque hablan mal (o sea, porque no hablan como él) está muy lejos de la discreción. El discreto que abre el oído exterior y el oído interior a un buen discurso pronunciado por un viejo campesino iletrado, y oye expresiones como mesmo, haiga, truje, jediondo, la calor, naiden, etcétera, podrá sonreír, pero no por burla, sino por deleite. El discreto es un apreciador de otros lenguajes. La consciencia de su propia norma lingüística lo hace capaz de comprender las posibilidades expresivas de quienes no comparten esa norma. Palabras como mesmo y la calor dejan de ser incorrecciones y regresan a lo que son: voces cien por ciento castizas, y además hermosas y significativas» (FCE, 3° ed., p. 299).

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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