La pantalla, desde el cine hasta las plata formas, están ávidas de historias. Tal pa rece que el triunfo de un escritor consiste en que sus novelas se lleven a Netflix. Los estudiantes incluso se fían de este fenómeno y, antes de leer una novela, primero buscan si ya está en película. Cómics, novelas, cuentos, leyendas… Todos parecen ser adaptables para lo audiovisual.
Fue imposible no hablar sobre adaptaciones literarias durante las últimas semanas de 2024.
En menos de dos meses, salieron a la luz dos obras que, se pensaba, eran inadaptables: Pedro Páramo, como película, y Cien años de soledad, como serie. Quienes se hayan topado con estos títulos sabrán que la exigencia hacia el lector es grande. En ambas historias se entrelazan constantemente el sueño con la vigilia, lo fantástico
con lo real. En ambas obras, nuestra imaginación juega un papel fundamental para construir el universo que se narra. Esa es la misma razón por lo cual resulta tan difícil adaptarlas a un formato audiovisual. No sólo es caro, también implica limitar la imaginación del espectador al
establecer una sola visión.
El caso de Cien años de soledad explica mejor esto último. Es sabido que Gabriel García Márquez se negó en varias ocasiones a adaptar su novela. Ni siquiera un cortejo del italiano Sergio Leone sirvió. La razón de su negativa fue explicada varias veces por el propio García Márquez: «la novela, a diferencia del cine, deja al lector un margen para la creación que le permite imaginarse a los personajes, a los ambientes y a las situaciones como ellos creen que es […] en cine eso no se puede. Porque en cine la cara es la cara que tú estés viendo, la imagen es de tal manera impositiva que tú no tienes escapatoria, no te deja la mínima posibilidad de creación».
Y precisamente este fue el principal punto que desató críticas hacia la adaptación de su novela. El otro día leí en el encabezado del periódico: «Los lectores de Cien años de soledad, el público más difícil de la serie». Me pareció lógico. Hay cierto recelo cuando el lector de la obra contempla la adaptación audiovisual. El simple hecho de hacerlo confronta la visión que propone el producto audiovisual contra la visión que el lector armó al momento de leer la novela. De alguna forma, la adaptación propone cómo mirar la obra y eso compite con la versión que cada uno de nosotros estableció durante los íntimos
momentos de lectura.
Y esto último no es cualquier cosa. Estamos frente a uno de los temas sustanciales de la literatura: la visión del lector. Carlos Fuentes decía que «una vez publicada, la obra literaria deja de pertenecerle al escritor y se convierte en propiedad del lector». En efecto, todo creador literario sabe que el punto final, paradójicamente, no es el final de su obra. Aún falta que el lector le dé vida a la palabra escrita. Por eso cualquier novela, aun y cuando ya haya sido publicada, está
incompleta y lo seguirá estando hasta que el lector la materialice por medio de su imaginación.
Es dentro de esa materialización literaria que el lector encuentra una relación íntima con la obra. Al final, la construcción de la historia se basa en su experiencia personal y en sus cono cimientos. Por ello, quererle imponer otra visión amenaza la intimidad del lector con la obra.
Para algunos, es incluso una ofensa al papel ineludible del lector como segundo creador de los hechos literarios.
La gran novela de García Márquez da rienda suelta a la imaginación y, por tanto, a la visión del lector. Cada quien, por ejemplo, tiene su forma de imaginar la mirada gris y la barba montaraz de Melquiades. O qué me dicen de la hermosura inefable de Remedios, la bella. Si de por sí ya es un reto imaginar algo inefable,
ahora piensen en adaptarlo.
¿Es, pues, incorrecto adaptar una obra literaria a un formato audiovisual? No necesariamente. Hay grandes ejemplos de adaptaciones que han tenido gran éxito y, además, han gozado de la aprobación de los lectores. La saga de El señor de los anillos es un claro ejemplo de ello.
Aunque las historias de J. R. R. Tolkien ya habían tenido algunas adaptaciones antes, la trilogía de Peter Jackson fue la más aclamada por los fanáticos y la crítica. Tan sólo la última de estas tres películas se llevó once premios de la Academia en la 76 edición de los Oscar.
Y si hablamos de trilogías galardonadas, no podemos pasar por alto la de El Padrino. Aquí es curioso lo que pasa. No muchos saben que las películas protagonizadas por Al Pacino en realidad son la adaptación de una novela homónima, escrita por Mario Puzo. En su momento fue una obra aclamada, incluso consagró al autor como novelista. Sin embargo, es evidente que las películas de Francis Ford Coppola la terminaron opacando.
Harry Potter es otra gran saga literaria que se adaptó con éxito. La singularidad aquí es que la propia autora, J. K. Rowling, estuvo dentro del
proceso y con su ayuda se llevó el mundo mágico al mundo del cine.
¿Pero estas adaptaciones, a pesar de su éxito, escapan de las críticas de García Márquez?
¿Acaso Gryffindor o la Tierra Media no son escenarios que estimulan la imaginación de los lectores?
Si bien la relación entre el lector y la historia se pierde cuando la obra es adaptada a lo audiovisual, lo cierto es que esto último también puede tener sus ventajas. Nos gusta el cine porque nos permite ver la fantasía hecha realidad. Nos encantan los efectos especiales, las explosiones, las películas en 3D o en 4D. Intentamos vivir la fantasía de manera cada vez más auténtica y, para prueba de ello, las nuevas tecnologías de realidad virtual. Hacer realidad lo que imaginamos es muy atractivo. De ahí que muchos se hayan vuelto fanáticos del mundo de Tolkien o de Rowling gracias a las películas.
Así como hay buenas y malas novelas, también hay buenas y malas adaptaciones. Hay muchos factores que contribuyen a que el resultado sea un éxito o un fracaso: la historia, el ritmo, los personajes… No creo, por ejemplo, que una novela como La náusea de Jean-Paul Sartre sea buen material para adaptar a la pantalla grande. En todo caso, sería una película muy lenta, contemplativa y con muchos cambios de por medio.
Adaptar o no una obra literaria parece ser un volado al aire. Materializar lo imaginativo es una promesa que puede llamar la atención de un público muy grande. No obstante, el riesgo de que esa materialización vaya contra las visiones particulares de los lectores, siempre estarán presentes. Tampoco valdría la pena ser tan dua listas. El hecho de que una novela sea adaptada al cine no impide que la gente pueda seguir le yendo esa novela.
Aun así, llevar la literatura a la pantalla grande debería ser una elección selecta. En todo caso, sólo debería consumarse si es que se tiene la seguridad de que el producto audiovisual estará, cuando menos, a la altura del producto literario. Sólo así valdría la pena sacrificar la relación entre el lector y la obra.
En cualquier caso, me están gustando las adaptaciones de Pedro Páramo y de Cien años de soledad. Están bien logrados. ¿Les confieso algo? Me encantaría que mis novelas fuesen llevadas al cine. Dos de ellas han sido llevadas al teatro y mi experiencia ha sido buena. No creo que la pantalla y escenario sean los enemigos del libro.