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Feminismo eficaz para nuestra época. Un movimiento sin excesos radicales

1Coloquio_cA mi juicio, el movimiento feminista contemporáneo está perjudicando la noble causa de la emancipación de las mujeres al menos de tres modos. Primero, tiene una visión muy negativa de los hombres; segundo, exagera desaforadamente la opresión que dice sufren las mujeres norteamericanas, y tercero, se adhiere dogmáticamente a la idea de que hombres y mujeres son esencialmente iguales.
De admirada a traidora
Hasta los noventa, yo era una profesora feminista bien situada. Me invitaban a intervenir en congresos feministas y me pedían que revisara artículos para una publicación de pensamiento feminista. Mis cursos en la Clark University estaban incluidos en el plan de la especialidad de «Estudios sobre la mujer». Todo cambió cuando en 1994 publiqué Who Stole Feminism? El libro era totalmente feminista, pero rechazaba la idea de que las mujeres americanas estuvieran oprimidas.
Sostenía que el feminismo había logrado la mayor parte de sus objetivos, que en los años noventa las mujeres americanas se contaban entre las más libres del mundo. Ya no era razonable afirmar que estaban mucho peor que los hombres. Sin duda aún había desigualdades, pero decir que la sociedad americana era un «patriarcado» o que las mujeres americanas, ciudadanas de segunda clase, era francamente absurdo.
Cuando apareció el libro, algunas feministas destacadas se mostraron de acuerdo conmigo; incluso recibí felicitaciones, pero no muchas. En general, el establishment feminista estaba indignado y prodigó críticas por mis herejías. Muchas líderes y escritoras feministas estaban convencidas de que Estados Unidos era un patriarcado opresivo. No aceptaron mi llamada a la moderación. Hubo quienes me llamaron reaccionaria, traidora a mi género, enemiga de las mujeres.
Defiendo el feminismo de la igualdad
No es mi intención condenar aquel feminismo clásico que consiguió para las mujeres el derecho al voto, la igualdad de oportunidades en la educación y muchas otras libertades. Soy una defensora apasionada de ese estilo al que denomino feminismo de la igualdad, que quiere para la mujer lo que quiere para todos: un trato justo, respeto, dignidad. Promueve la armonía y la buena voluntad entre los sexos y puede contribuir a que en el mundo haya más cordura, felicidad y ética.
El feminismo de la igualdad no es nuevo: tiene sus raíces en la tradición política del liberalismo clásico que surgió en la Ilustración europea. El liberalismo clásico inspiró la primera ola del feminismo en el siglo XIX, que obtuvo el derecho de voto para la mujer e inspiró también la segunda ola de los años 60 y 70, que logró nuevos avances en libertades y oportunidades para las mujeres. El feminismo de la igualdad ha sido sin duda un gran éxito en Estados Unidos.
Las mujeres americanas están prosperando. Por poner sólo algunos ejemplos tomados de la enseñanza superior: hoy obtienen 57% de las licenciaturas, 59% de los títulos de máster y 50% de los doctorados. En todos los grupos raciales y étnicos estudiados por el Departamento de Educación norteamericano, las jóvenes están superando a los varones.
¿Es todo perfecto para las mujeres? Ciertamente no; pero tampoco para los hombres. El hecho es que se han ganado las batallas más importantes por la igualdad de oportunidades y de trato para las mujeres americanas. Es verdad que aún no se ha resuelto el problema de conciliar familia y trabajo; que no sabemos cómo hacer para que más mujeres jóvenes se interesen por entrar en la política o en campos como matemáticas, informática e ingeniería.
Pero en general, las mayores batallas pendientes del feminismo de la igualdad en el siglo XXI no están aquí, sino en países donde las mujeres están siendo realmente oprimidas. Hay muchos lugares del mundo, especialmente en Oriente Medio y África, donde las mujeres no conocen aún una brisa de libertad, mucho menos dos grandes olas de liberación. Creo que la liberación de la mujer en los países en vías de desarrollo será la principal lucha por los derechos humanos en nuestro tiempo.
Me opongo al feminismo victimista
¿Por qué, entonces, despierta tanta oposición mi postura y la de otras feministas de la igualdad como Camilla Paglia, Daphne Patai o la desaparecida Elisabeth Fox-Genovese?
Si uno oye a una conferenciante feminista, se matricula en un curso de introducción a «Estudios sobre la mujer» o visita la web de algún grupo feminista, no encontrará muestras de satisfacción por los éxitos del feminismo de la igualdad, por las libertades y oportunidades de que hoy disfrutan las mujeres en Estados Unidos. Ahora la corriente dominante no es el feminismo de la igualdad, sino el «feminismo victimista». Sus representantes no quieren oír hablar de logros. Se centran en nuevos casos –a menudo inventados– en que la mujer se puede considerar oprimida o subordinada al varón. Cuando critico al feminismo contemporáneo, me refiero a esta modalidad.
Muchas activistas y académicas feministas están convencidas de que las investigaciones feministas han revelado y denunciado la existencia de un sistema sólido y poderoso con el que los hombres siguen dominando y oprimiendo a las mujeres: lo llaman el sistema sexo/género. Sandra Lee Bartky, profesora de Filosofía de la Universidad de Illinois, parafraseando a la socióloga Gayle Rubin, ha definido el sistema sexo/género como «un complejo proceso por el que niños bisexuales son transformados en personalidades de género masculino o femenino, uno destinado a mandar, el otro a obedecer». Cuando leí esta cita a mi marido, preguntó: ¿ahora qué sexo es el que tiene que obedecer?
El feminismo de género tiende a ver la masculinidad convencional como una patología y como el origen de muchos males del mundo. Pero la mayoría de los hombres no son unos brutos, ni unos opresores. Sin duda, algunos son despreciables neandertales por los que no tengo simpatía alguna, pero confundirlos con la mayoría de los hombres es patentemente sexista. El feminismo contemporáneo escoge los casos extremos de masculinidad patológica y los considera como la norma en el hombre.
Estadísticas equívocas o falsas
Paso a mi segunda objeción contra el feminismo de hoy: su temeraria indiferencia por la verdad. Para escribir mis libros examiné con cuidado algunas afirmaciones feministas muy difundidas sobre mujeres y violencia, depresión, trastornos alimentarios, igualdad salarial y educación. Me di cuenta de que la mayoría –no todas– de las estadísticas sobre víctimas eran, en el mejor de los casos, equívocas, y en el peor, completamente inexactas.
He aquí unos ejemplos de lo que encontré sobre el tema de la violencia doméstica en un conocido manual de Derecho. Nancy Lemon, profesora en la Facultad de Derecho de la Universidad de California en Berkeley es una autoridad en el tema y editora de Domestic Violence Law, con dos ediciones (2001 y 2005), que la web de su Facultad describe como «el manual imprescindible sobre la materia».
Joan Zorza, quien colabora en el libro, escribe que «entre 20% y 35% de las mujeres que acude a urgencias en los hospitales en Estados Unidos lo hace por motivos
de violencia doméstica». Se trata de un tópico consolidado del canon feminista. Pero es falso. Hay dos estudios serios sobre los ingresos en urgencias: uno de la Oficina de Estadísticas Judiciales y otro de los Centros para el Control de Enfermedades. Los resultados de ambos indican que la violencia doméstica es un problema grave, pero muy abajo en la lista de razones por las que las mujeres acuden a urgencias. De las mujeres atendidas allí, aproximadamente 0.5% va por lesiones causadas por violencia doméstica.
Difundir errores perjudica
la eficacia del feminismo

Quizá alguien piense que, como la literatura feminista es amplia y compleja, no puede menos de haber algunos errores. Pero otros investigadores y yo no hemos encontrado «algunos errores», sino una gran masa de información descaradamente falsa. Es más, las feministas que difunden estadísticas falsas creen que son ciertas. Esto ayuda a explicar su antipatía a críticos como yo, su alarma ante la masculinidad y su convicción de que las mujeres norteamericanas comparten cadenas de opresión con aquellas de países como Afganistán.
¿Importa que en el núcleo del feminismo contemporáneo haya un gran cuerpo de datos cuestionables? ¿Importa que los líderes del feminismo en Estados Unidos piensen y digan tantas cosas desmesuradas? La respuesta es un sí rotundo. Primero, para las mujeres que verdaderamente están en riesgo de sufrir violencia o discriminación serían de gran ayuda investigaciones veraces y de calidad. Su situación no mejora con política de género y exageraciones, por mejor intencionadas que sean. Las tergiversaciones casi siempre nublan las auténticas causas del sufrimiento y estorban los genuinos esfuerzos para prevenirlo. La verdad está del lado de la compasión.
En segundo lugar, las afirmaciones falsas, las hipérboles y alarmas infundadas perjudican la credibilidad y eficacia del feminismo en general. El mundo necesita con urgencia un movimiento feminista ponderado, responsable y basado en la realidad. Por último, como profesora de Filosofía y como persona que aprecia la racionalidad, la investigación objetiva e integridad intelectual, me consterna encontrar distinguidos profesores de universidad y prestigiosos editores que diseminan falsedades. Es una vergüenza.
La naturaleza
es
políticamente incorrecta
Puedo imaginar las protestas de algunos: «Usted ha encontrado un montón de estadísticas falsas, y estamos de acuerdo en que deberían corregirse. Y sí, hay algunas feministas que exageran. Pero ¿y las estadísticas exactas que muestran que las mujeres están lejos de la igualdad con los hombres en Estados Unidos? ¿No es verdad, después de todo, que una mujer con jornada completa gana aproximadamente 76% de lo que gana un hombre? ¿No es cierto que en Estados Unidos las mujeres ocupan sólo 15% de los escaños en el Congreso? ¿No es verdad que siguen estando subrepresentadas en lo alto de la jerarquía de las empresas, la ciencia y la tecnología?».
No niego nada de eso, pero no veo razón para aceptarlo ciegamente, lo que me lleva a la tercera razón por la que pienso que el feminismo actual ha tomado un giro errado. Las razones por las que existe una diferencia salarial y por las que hay más hombres que mujeres en ámbitos como la ingeniería o la física tal vez tengan poco que ver con discriminaciones u opresión, y mucho con que hombres y mujeres tienen –por término medio– diferentes preferencias en la vida. No descarto la posibilidad de que en algunos ámbitos persistan discriminaciones injustas –de hecho, estoy segura de que las hay–, pero existe también otra explicación, convincente y poderosa: las diferencias persisten.
Como feminista de la igualdad, acepto que hombres y mujeres puedan ser diferentes en su configuración psicológica y cognitiva. Aunque el ambiente y la socialización tienen mucha influencia, desde hace 30 años un creciente cuerpo de investigaciones en neurociencia, endocrinología y psicología sugiere que algunas diferencias de aptitudes y preferencias entre los sexos tienen base biológica.
Los hombres, por lo general, poseen mejores aptitudes mecánicas y espaciales; las mujeres ganan en las verbales. En 1998 David Geary, psicólogo de la universidad de Missouri, publicó, bajo los auspicios de la Asociación Americana de Psicología, un resumen de la literatura existente sobre las diferencias sexuales, titulado «Masculino y femenino». Tiene cerca de 50 páginas con notas al pie y artículos revisados por especialistas, según los cuales hay diferencias innatas. Esos estudios no tienen la última palabra, pero ciertamente no se les puede ignorar o despreciar.
Si ese resumen es medianamente fidedigno, podría explicar por qué las mujeres están mucho más inclinadas que los hombres a cuidar niños o a trabajar en campos como la enseñanza, asistencia social, enfermería o pediatría, y por qué los hombres están ampliamente sobrerrepresentados en materias como la mecánica de helicópteros, la ingeniería hidráulica o la carrera militar. Quizá la madre naturaleza no obedece las reglas de la corrección política.
En una sociedad que reconoce la diferencia, aún hay mucho campo para el feminismo de la igualdad. Al fin y al cabo, siempre habrá gran número de mujeres que se salen de los estereotipos, y no hay derecho a frenar su avance. Las feministas de la igualdad queremos ver más mujeres presidentes de empresas, premios Nobel y pilotos de carreras. El feminismo de la igualdad vigila el cumplimiento del principio de igualdad de oportunidades para todos. Pero, a diferencia del feminismo de género, no insiste en la igualdad de resultados. Por el contrario, la igualdad de resultados –dadas las genuinas diferencias en las preferencias de hombres y mujeres– conduciría a un nuevo tipo de discriminación.
Incluyamos también
a las conservadoras y moderadas

En resumen, se puede reprochar al feminismo contemporáneo su irracional hostilidad hacia el hombre, su mal uso de datos y estadísticas y su incapacidad para tomar en serio la posibilidad de que hombres y mujeres sean iguales pero diferentes.
Sin embargo, me complace decir que en el feminismo contemporáneo hay cosas que me gustan mucho, como Equality Now, que lucha por el reconocimiento de los derechos de las mujeres en países del Tercer Mundo. Hay, pues, mucho de valioso, responsable e incluso heroico en el feminismo contemporáneo.
Pero si el movimiento en su conjunto quiere seguir siendo relevante y eficaz en la lucha contra la crueldad y la injusticia sexista, tendrá que cambiar, moderar su retórica contra los hombres, ser cuidadoso con la verdad y la exactitud. Finalmente, y tal vez más importante, convertirse en un movimiento inclusivo: que ofrezca un lugar en su mesa a las mujeres conservadoras o moderadas.
En su libro Two Paths to Women’s Equality (1995), Janet Zollinger Giele, profesora de Brandeis University, explica cómo en Estados Unidos las mujeres no lograron el derecho al sufragio hasta que los grupos progresistas (dirigidos por Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony) se aliaron con mujeres conservadoras (dirigidas por Frances Willard, presidente de la Women’s Christian Temperance Union).
Unos pequeños grupos de feministas de izquierda no van a conseguir derrotar el tráfico sexual, la mutilación genital femenina, las violaciones masivas en tiempos de guerra o las lapidaciones. La historia recordará su fracaso. Pero ¿qué ocurriría si Equality Now siguiera el ejemplo de Stanton y Anthony y formara una alianza con mujeres moderadas
y conservadoras, y aun con las creyentes tradicionales?
El establishment feminista actual tiene una visión negativa de las mujeres con convicciones religiosas y centradas en la familia. Pero la historia enseña que tales mujeres tuvieron una importancia crucial en movimientos de liberación, desde el abolicionismo al sufragismo. Ellas podrían tener la clave del éxito para organizar un eficaz movimiento internacional de mujeres. En primer lugar, son numerosas, en Estados Unidos hay diez millones de mujeres evangélicas. Muchas podrían movilizarse a favor de las causas nobles y humanitarias de Equality Now. Cuando se alíen con las fuerzas progresistas y conecten con grupos de mujeres de otras partes del mundo, la historia indica que podrían vencer.
En otro tiempo, el título de esta conferencia era «Rechacemos el feminismo contemporáneo». No creo que debamos rechazar el feminismo contemporáneo. Debemos reformarlo, corregir sus excesos, insistir en que se dé voz a las feministas moderadas y conservadoras, y luego contribuir a escribir el siguiente gran capítulo de la historia de la búsqueda de la libertad para las mujeres.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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