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El 68: La semilla que permitió soñar, imaginar y disentir

La década de los sesenta sorprendió a un mundo que quizá no estaba preparado para cambios tan vertiginosos. La posguerra había multiplicado a una clase media que accedía a las universidades públicas y privadas en ambos lados de la cortina de hierro. La estructura vertical del poder político y las instituciones creadas al final de la guerra, entrarían en profunda contradicción con el pensamiento libertario, reformador e irredento de una generación que buscaba encontrarse «en el camino»1 de sus propias respuestas.
Estamos ya a 40 años de aquel 1968, el del enfrentamiento, el de los estudiantes, la estridencia artística y los sueños colectivos. Año emblemático de una década que legó un sinfín de saldos y facturas que aún hacen eco.

UN MUNDO EFERVESCENTE

En pocos momentos de la historia reciente sucedieron tantos acontecimientos como en la llamada década prodigiosa. Años a la vez frescos, irreverentes, violentos, desesperados, creativos, impetuosos, libertarios, psicodélicos y represores. La década despertó con la resaca de la recién conquistada Revolución Cubana; presenció el auge y el crepúsculo del clan Kennedy; erigió un «muro» como símbolo de la fría guerra; estalló ante la lucha por los derechos civiles de Luther King; trazó los cielos y las selvas de Vietnam con el cruel naranja del napalm; desangró al continente olvidado, en pos de bipolares e inciertas independencias y también, arrojó a millones de jóvenes a las calles en busca de sus propios destinos. Esos fueron los sesenta. Los sesenta de enormes luces y terribles sombras.
Son también los años de la sensibilización y consolidación del rock. Heredera del jazz, del blues y del soul, la música se convirtió en un vehículo de comunicación universal. México recibió con brazos abiertos a los Beatles y los acompañó en sus múltiples transiciones. Se encendió con los Stones, con Morrison, con Janis, con Mayall, con Led Zeppelin, con Grateful Dead y con Hendrix. Se contagió de la esperanza psicodélica del «summer of love», se comprometió con la poesía desgarrada de Dylan y la guitarra delirante de Clapton. Muchos alcanzaron la cúspide y muchos quedaron en el camino.
Los sesenta llegaron a México en medio de un inu-sitado clima de estabilidad política. El partido gobernante cumplía cuarenta años en el poder. La fragilidad inicial y los resabios caudillistas terminaron por desvanecerse para dar paso a un régimen ambivalente que combinaba solidez, autoritarismo, paz social y simulación democrática.
La economía mundial crecía acelerada y México no era la excepción. Vivía el famoso «milagro mexicano» que permitió elevar el nivel de vida de millones de mexicanos y la creciente clase media enviaba a sus jóvenes a las escuelas buscando consolidar la posibilidad de mejores escenarios futuros.
La ciudad de México vivía su propia dinámica cultural. Para 1968, alcanzaba 7 millones de habitantes. Mezcla curiosa de moderna metrópoli que emergía desordenada entre resabios y nostalgias provincianas. Una nueva generación de escritores clasemedieros la convirtió en su escenario natural: Carlos Fuentes con La región más transparente, José Agustín con La tumba y Parménides García Saldaña con El rey criollo. Los capitalinos progresistas y favorecidos adoptaban y adaptaban el modo de vida estadounidense. Aparatos electrodomésticos, televisores, automóviles, viajes a la playa, ropa de moda y educación universitaria para sus hijos.

DOS VISIONES ANTAGÓNICAS

El partido hegemónico colocó en la presidencia a dos de sus hijos predilectos, promotores de la modernización del México de la posguerra. Esta era probablemente la principal y quizá única afinidad entre ambos. Adolfo López Mateos, hombre culto, bohemio y diplomático, con una imagen y forma de ver el mundo fiel a los tiempos. Era el turno de los «cachorros de la revolución», quienes habían construido un régimen civil, que parecía dejar atrás las contradicciones de siglo y medio de vida independiente.
La segunda parte de la década la encabezó Gustavo Díaz Ordaz, el abogado del orden,2 aquel que había construido una carrera política desde los tres poderes de gobierno de la estructura burocrática. El administrador era también inflexible e incapaz de comprender el espíritu de cambio que la década reclamaba. Muchos de los que encabezaron el 68 provenían de la clase media, beneficiaria del sistema político mexicano, que en la visión de Díaz Ordaz debería ser agradecida y dócil, y nunca rebelde y contestataria.
El 68 fue, entre muchas otras cosas, dos visiones antagónicas del futuro. Un choque de trenes a toda velocidad, uno provisto de la fuerza del Estado y el otro ataviado de sueños, incertidumbres e ingenuidades. Desde luego salió victorioso el que ostentaba el poder de las armas.

INFLUENCIAS DEL 68

La ideología del movimiento estudiantil de 1968 tiene herencias propias y prestadas que vale la pena traer a cuento. Entre las propias, cabe mencionar aquellas forjadas desde las llamas y cenizas de la Revolución Mexicana y las fraguadas desde las trincheras del sindicalismo y heredadas al pensamiento y la acción pública de muchos intelectuales de los primeros gobiernos posrevolucionarios. Sin olvidar al movimiento ferrocarrilero encabezado por Demetrio Vallejo ni la larga lucha agraria de Rubén Jaramillo.
A partir de la década de los treinta, un México cerrado y apenas en reconstrucción, volvió a mirar al resto del mundo, aunque todavía no cerraba las cicatrices de su propia guerra. El periodo de entreguerras llegó cargado de profundas crisis económicas sociales, políticas e ideológicas. El fantasma de los totalitarismos recorría Europa. El asfixiado grito que tan claramente sintetizó Munch, presagiaba la tragedia por venir.
México no se mantuvo ajeno. En la España de 1936, Francisco Franco derrocó al gobierno republicano y decenas de miles salieron al exilio. Muchos se refugiaron en México, se insertaron en el tejido social y en la cultura del país, legaron una enorme riqueza que nutrió muchos ámbitos. Su espíritu republicano es herencia vital en la construcción ideológica del pensamiento de la posguerra.
Un par de décadas después, otra herencia fundamental llegó de Cuba. En 1959, el sueño libertario de un puñado de guerrilleros depuso al gobierno de Batista. Su juventud y desparpajo, su filiación de izquierda y su actitud contestataria ante el gobierno estadounidense cosecharon miles de adhesiones incondicionales en toda Latinoamérica. México no fue la excepción. La mítica presencia del «Che» Guevara, héroe de la Sierra Maestra y mártir del fallido intento de revolución bolivariana, alimentó el espíritu de buena parte de la clase media universitaria.
Representó un símbolo de libertad, como Luther King, Gandhi, Ho Chi Minh, Fidel Castro, Mao Tse Tung y otros. Sus efigies sirvieron de estandarte para un movimiento dotado de una ideología amplia, dispersa y muchas veces contradictoria. Las ideas socialistas eran parte del discurso de muchos protagonistas del 68, pero no eran, ni con mucho, las únicas.

COMO UN GRITO DE ESPERANZA

El 68 mexicano, y su rostro visible, el Consejo Nacional de Huelga, arropado por un puñado de maestros, intelectuales y millares de estudiantes, definió su pliego petitorio como respuesta ante la agresión y construyó sus estrategias a golpes y empujones, tratando de entender la dimensión y reaccionar ante la desbordada reacción oficial.
El 68 mexicano recibió docenas de influencias. ¿Acaso existe algún movimiento que no? Ello no le resta la legitimidad. En menos de cien días alcanzó su cénit y ocaso, (aunque en realidad no inició el 22 de julio, ni terminó el 2 de octubre). Consecuencia de múltiples legados que a su vez heredó mucho al México actual.
El mayor error de perspectiva de Díaz Ordaz fue considerar que México sería el mismo antes y después de Tlatelolco. Tomó por sorpresa a gobernantes y gobernados. Cada cual respondió de la forma acostumbrada. El mayor logro del 68 mexicano estuvo en las semillas que esparció y esperanzas que tejió. Su mayor aportación estuvo en la fuerza de la acción civil organizada, la solidaridad y simpatía de sectores antes considerados apolíticos y la irrupción de jóvenes interesados, preocupados, proactivos y contestatarios. Ahí radicó y radica su legitimidad.

EL AÑO DE «LA GRAN TENTACIÓN»

Cuatro décadas permiten una sana distancia. Los sesenta representaron, como afirma Raúl Álvarez Garín, «los años de la gran tentación». Tentación por cambiarlo todo y vivir a toda velocidad. Tal vorágine arrojó muchas facturas, algunas trágicas ?que jamás deberían repetirse, especialmente Tlatelolco, y otras indispensables y perdurables: la lucha por la democracia, las revoluciones artísticas, la búsqueda del reconocimiento a las minorías, los derechos civiles, la igualdad de género, la preocupación medioambiental y tantas más que permiten albergar esperanzas para hacer del planeta un mejor lugar para vivir, uno en el que no se reprima a aquellos que aún se atreven a soñar, a imaginar y a disentir.

1 Parafraseando el título de la obra cumbre de Jack Kerouac uno de los principales poetas de la generación beat.

2 Frase de Enrique Krauze que define a Díaz Ordaz con deslumbrante precisión.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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