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Globalización o la hipocresía de los países ricos

Los artículosprecedentes hablan de vías para resolver la miseria que aqueja a una elevada porción de la humanidad. Ya hace algunos años, en istmo 261 (julio – agosto de 2002) el doctor Termes (1918-2005) abordó el delicado asunto con argumentos contundentes y ejemplos concretos de empresas que buscaron y lograron hacer negocios a la vez que resolver con ingenio y sentido social problemas endémicos de poblaciones pobres.
“La globalización  es hoy un fenómeno presente en todos los ámbitos de la vida humana, pero es un fenómeno que hay que gestionar con sabiduría. Es preciso globalizar la solidaridad” (Juan Pablo II, Tor Vergata, 1/V2000) (…).
Contra lo que podría pensarse, la globalización no es la culpable de este escenario; [de desigualdad] es un proceso imparable que produce resultados favorables para los países que participan en él, no sólo naciones avanzadas, sino también en desarrollo.
La integración de las economías de los distintos países ha estimulado las altas tasas de crecimiento económico, aumentado el empleo, ayudado a disminuir la población debajo del umbral absoluto de pobreza y ha promovido sustanciales mejoras en el bienestar social. Los más beneficiados han sido aquellos países que se han integrado más rápidamente a la economía mundial.
Sin embargo, este panorama positivo no debe ocultar el problema de los países estancados en su pobreza, no por la globalización, sino exactamente al contrario: por no haber participado en ella, perdiendo así las ventajas que el proceso integrador proporciona.
Desde luego, hay que esforzarse por corregir tal situación, pero no con interferencias gubernamentales a nivel nacional o supranacional, bajo el pretexto de proteger a los países pobres, marginados por la globalización. La solución está en la reclamada solidaridad de los países ricos con los países pobres, a fin de crear en ellos las condiciones necesarias para su integración internacional, cuyos efectos positivos son indiscutibles. Esto no se logrará mediante subvenciones o donativos, que en muchas ocasiones sólo han perpetuado las causas del subdesarrollo, como sucede en los países subsaharianos, que reciben la mayor tasa de ayuda per cápita del mundo.
La verdadera cooperación para el desarrollo de los países pobres consiste en ayudarles a transformar sus sistemas económicos para que sea posible invertir y crear riqueza. (…)

LOS CAMINOS DE LA SOLIDARIDAD

El cambio de modelo económico –al margen de los compromisos esporádicos exigidos por las instituciones multilaterales– no se logrará si cada país no lo decide por sí mismo. Pero la ayuda es posible si, desde fuera, cambiamos la situación económica, a fin de que experimenten las ventajas derivadas del cambio, y así decidan entrar a una economía de mercado que les permita participar en la globalización. Hay dos caminos principales para hacerlo:
1. Inversiones de multinacionales adaptadas a situaciones distintas
Inversión extranjera en proyectos industriales, utilizando la compra de deuda externa del país o, directamente, sin recurrir a esto. Lo importante es que la empresa transnacional ?tras negociar con el gobierno las condiciones administrativas, legales y fiscales? establezca un negocio que creará empleos y generará salarios. Además, si se trata de bienes destinados a la exportación habrá ingreso de divisas, mejorando la balanza comercial del país. Así, con la reiteración de los casos y por sus materias primas y mano de obra, cada país se hará atractivo para la inversión extranjera permanente que, en un mundo globalizado, busca la expansión.
Un ejemplo es lo sucedido en Sudáfrica. La colaboración del gobierno, las administraciones locales, el Banco Mundial y la multinacional francesa Suez Lyonnaise des Eaux, ha llevado agua potable a más de 600 mil personas en Cisira, provincia de El Cabo. Ahí, como en otros muchos pueblos de la región, el agua era gratuita, pero insalubre. Sus habitantes caminaban a diario dos horas para tomarla del río y llevarla a casa, y con frecuencia enfermaban por beberla.
Hoy, se aprovisionan de agua de buena calidad en los surtidores automáticos repartidos por el pueblo: introducen una tarjeta magnética para abrir la válvula y llenan sus cubos. El sistema, construido por Suez Lyonnaise, extrae agua del río, la trata en una depuradora y la bombea hasta los surtidores. Se acabaron caminatas y enfermedades. Hasta ahora, la empresa ha desarrollado en El Cabo 30 proyectos similares.
Se dudaba que la gente pagara por el agua potable, pero con un precio asequible, 2-3 dólares mensuales (entre 2 y 5% de los ingresos de una familia), se comprobó que los pobres están dispuestos a pagar por agua en buenas condiciones.
El director de la subsidiaria en Sudáfrica lo tenía claro desde el principio: «Si la gente puede permitirse comprar una cerveza al día, puede permitirse pagar por el agua. Es una cuestión de prioridades». Los habitantes de Cisira lo corroboran: “¿Se imagina lo que era pasarnos la vida yendo al río para sacar agua sucia y turbia?” –afirma una mujer– . Es magnífico. Por supuesto que conseguimos el dinero».
Esta estrategia responde al principio señalado por el profesor Prahalad, de la Escuela de Negocios de la Universidad de Michigan: «Dejemos de ver a los pobres como un problema, para verlos como una oportunidad». Es decir, dejemos de hacerlos objeto de nuestra caridad para convertirlos en nuestros clientes, bajo el lema trade-not-aid (comerciar, no ayudar) invocado por los propios países pobres.
Contra opiniones hoy difundidas, los pobres pueden convertirse en un mercado rentable si las multinacionales están dispuestas a y son capaces de cambiar sus modelos comerciales para adaptarlos a sus posibilidades.
Otro ejemplo es el de la empresa Arvind Mills, que en India ha creado un nuevo sistema de aportación de valor basado en pantalones vaqueros. Como quinto de los mayores fabricantes mundiales de jeans, Arvind observó que las ventas en India eran limitadas porque, a un precio de 40 a 60 dólares el par, tales pantalones no estaban al alcance de las masas ni eran fáciles de conseguir, dado que el sistema de distribución llegaba tan sólo a unas cuantas ciudades rurales y aldeas.
En respuesta directa a este problema, Arvind introdujo los jeans Ruf and Tuf, un paquete ya preparado (tela cortada, cremallera, remaches y bolsillos) aproximadamente en 6 dólares. Se distribuyeron los paquetes a través de una red de 4 mil sastres –muchos de ellos establecidos en pequeños pueblos y aldeas– quienes, ante todo por su propio beneficio, se interesaron por su comercialización intensiva. Ruf and Tuf se ha convertido en el pantalón de mezclilla más vendido en India. Aunque cuesta 80% menos que los Lev´s, su producción y comercialización –además de beneficiar a los usuarios– crea abundante riqueza para el numeroso ejército de sastres locales, quienes también son almacenistas, promotores, distribuidores y proveedores de servicios: todo en uno.
2. Abrir mercados de países desarrollados
Otro camino para cooperar eficientemente al desarrollo es abrir los mercados de los países industrializados a la exportación de productos en los que son competitivos los países pobres. No es tarea fácil, ya que tropieza con los intereses de grupos de presión de los países desarrollados, que pretenden protegerse de la competencia de los países pobres con vallas a la importación de sus productos.
Y tropieza, sobre todo, con la hipocresía de gobiernos y organizaciones sindicales que, escudándose en razones de incumplimiento de las normas sobre trabajo infantil, horarios laborales y demás reglamentaciones, legislan a favor de exigencias de grupos industriales, comerciales o agrícolas, cuyos votos quieren conservar. De esta forma, olvidando que los niños de estos países necesitan sobrevivir, alfabetizarse y acceder a una mayor formación, y con la pretensión de protegerlos de la explotación infantil, los países desarrollados los perpetúan en la miseria, aunque luego, para justificarse, harán como que la remedian con dádivas en dinero o alimentos.
Hay que distinguir entre explotación infantil y trabajo que permite a los niños ganar dinero y adquirir destrezas, sin perjudicar su escolaridad.
Es ilustrativo el caso de Sialkot, en Pakistán, productora de balones de futbol cosidos a mano. Efectivamente, empleaba mano de obra infantil, pero dos tercios de los niños cosían balones a tiempo parcial en casa, y entre 80 y 90% iba al colegio. Al no poder comprobarlo los observadores de la Organización Internacional del Trabajo, se suprimió el trabajo a domicilio; muchas familias perdieron el salario de los niños, y sus ingresos, por término medio, descendieron alrededor de 20%. (…)
Muchos opinarán que el camino propuesto para ayudar a los países afectados a salir de la pobreza ?entrando a disfrutar de los beneficios de la globalización? es demasiado largo y que más bien urge remediar sus necesidades de inmediato. No me opongo a que se concedan ayudas en forma de donativos o cancelación de deuda, para necesidades perentorias, pero no como sustitución de los objetivos de fondo.
El autor (1918-2005) fue doctor Ingeniero Industrial y académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y de la Real Academia  de Ciencias Económicas y Financieras de España. Profesor de Finanzas del Instituto de Estudios Superiores de la Empres (IESE) y de la Universidad de Navarra.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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