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Etiología de la idea de la nada

Etiología de la idea de la nada
Carlos Llano
Ensayo
FCE. México, 2004


Una metafísica del ser que pretenda llegar a un buen puerto quedaría sin orientación a menos que emprendiera al mismo tiempo una indagación sobre el sentido, el contenido y la etiología de la nada..

Carlos Llano tiene algunas aficiones un poco extrañas. No me refiero a la empresa, sino a su interés por redactar libros de filosofía en los que se ocupa de temas capitales y complejos, por ejemplo: Etiología de la idea de la nada. En este, le impulsa una preocupación que denomina «la convivencia con la nada», es decir, una sensación de tedio y vacío inaugurada tal vez por Nietzsche y por los filósofos existencialistas y que parece ser característica de nuestro tiempo.

Sin embargo, no es un escrito de motivación personal para remediar lo que la tradición filosófica alemana ha denominado langeweile, larga espera, tedio o aburrimiento. Es un trabajo que se ocupa hondamente de un asunto perenne de la filosofía: la nada. Dice: «Una metafísica del ser que pretenda llegar a buen puerto quedaría sin orientaciones a menos que emprendiera al mismo tiempo una indagación sobre el sentido, el contenido y la etiología de la nada».

DE SARTRE A MACHADO
Como es de esperarse, en el libro Llano va de la mano de Aristóteles y Tomás de Aquino, sin excluir a otros filósofos como Platón, Buenaventura, Cayetano, Maritain, Gaos, Camus, Heidegger, Jean Paul Sartre, Bergson y hasta su poeta favorito, Antonio Machado. A pesar de su conocido interés por el aristotelismo y su simpatía por el tomismo, toca un tema que ni el Estagirita ni santo Tomás trataron con detenimiento, a saber, cómo es posible la idea del no-ser. El estudio del no-ser en estos filósofos remite enseguida a la afirmación del ser y no se detienen demasiado en la idea de no-ser. La noción positiva de ser sirve a Llano para defender, en el capítulo primero, que la idea del ser es anterior a la de la nada. Este tema, ciertamente complejo, ocupa los cuatro primeros capítulos.

En el capítulo quinto, titulado «Reificación (u ontologización) de la nada», el autor selecciona a un grupo de filósofos modernos vinculados al existencialismo, aspecto que llama la atención, puesto que en la filosofía contemporánea los partidarios de Sartre y de Camus son especie en extinción. La filosofía ha tomado otro camino y en este sentido, hubiese sido oportuno debatir con filósofos analíticos para quienes la discusión sobre la «nada» no dejaría de ser un asunto superado.

No obstante, hay que tener en cuenta que el de Llano, aunque publicado recientemente, es un trabajo de juventud y, como tal, fue escrito en tiempos en los que el existencialismo tenía adeptos. Muy pertinente es el apartado dedicado a Heidegger. A partir de él, la pregunta por la nada se introdujo explícitamente como pregunta metafísica. Después de revisar los planteamientos de Heidegger, Sartre y Camus, Llano dedica un apartado a su poeta de cabecera, Machado. Pocas líneas, pero estupendamente logradas. Después, tres apartados sobre tres antiguos: Aristóteles, santo Tomás y Platón. Pienso que el quid para comprender el tema del no-ser en Aristóteles está, como observa el autor con atino, en su noción de analogía que reaparecerá en el capítulo décimo tercero, que será definitivo para resolver la cuestión central del libro.

En el sexto capítulo, Llano aborda el pensamiento de su maestro José Gaos y, en concreto, su idea de la indenotabilidad del no. Capítulo clave para comprender la ruta hacia la etiología de la idea del no-ser absoluto. En el capítulo séptimo, sostiene que la causa del no-ser es la negación intelectual. Distingue con nitidez el no-ser (que tan sólo se encuentra en el ámbito de la idea) y el del ser-no (que se encuentra en el ámbito del juicio). A pesar de estas distinciones no estoy seguro de que la argumentación que nos tendría que resolver por qué el entendimiento niega, se presente con suficiente fuerza. Quedan claras, las confusiones generadas en la escolástica: la limitación del ser no es la negación del ser.

El sugerente capítulo octavo insiste en que la idea del no-ser proviene de un juicio negativo sobre la realidad. Aparece un tema que roza con el existencialismo y con algunas cuestiones de orden antropológico, quizás las más atractivas para el lector no filosófico. Carlos Llano examina lo que denomina «claves existenciales» que provienen del no-ser. Se ocupa, entonces y en primer lugar, del error. Haciendo eco de su libro anterior, Etiología del error, explica que no es un fenómeno intelectual y que, la mayoría de las veces, se da por causas ajenas al entendimiento e imputables al sujeto que piensa pero no al pensamiento. Después, de la relación baudelaireana entre nada y aburrimiento, a la soledad en Kierkegaard (no de Kierkegaard, que es una historia aparte), el fracaso en Jaspers (no el fracaso de Jaspers, que también es otra historia), la noción de ser para la muerte en Heidegger. Éste es un capítulo estupendo en que «se interpretan los estados de ánimo en clave de experiencia metafísica»; recurre a Sartre, a José Saramago, a Machado, a Paz.

Después del respiro, regresa a las andanzas especulativas sobre el proceso del entendimiento. Revisa la posición de filósofos aristotélicos y tomistas a quienes llama, con suma decencia y tacto, mecanicistas que entienden la idea de la nada como una evolución natural de la inteligencia humana, como si el entendimiento fuese endógeno. Y entonces aparecen Manser y Maritain.

LA VOLUNTAD Y LA NADA
El enlace entre el noveno capítulo y el décimo, comprende uno de los temas que mejor conoce el autor. Hace unos 10 años tuve la fortuna de ser su alumno en un seminario apasionante en donde discutíamos las relaciones entre el entendimiento y la voluntad. Me dio gusto reencontrarme con aquella problemática: si se cuestiona la posibilidad de que el entendimiento genere por sí mismo la idea de la nada (carácter endógeno del entendimiento), parece que es oportuno postular que podría proporcionárnosla la voluntad. Escribe: «la voluntad no puede decidir el origen mental de la nada si no se encuentra en ella una razón de bondad, esto es, una razón para ser querido al menos el acto que la origina, es decir, la negación del ser. ¿Cómo puede la voluntad querer negarlo?».

El resto del libro trata de resolver esta pregunta: ¿qué podría ocasionar que el entendimiento desde sí mismo o, tal vez, seducido (para sonar schopenhauerianos) por la voluntad, conciba la idea del no-ser, cuando todo apunta a que su objeto propio es el ser y no la nada?

La salida de Carlos Llano se apoya claramente en el sentido común. Su método es muy similar al que ya hemos visto en Etiología del error. La idea del no-ser no se origina por el entendimiento ni por la voluntad, sino por ciertos aspectos de la propia realidad. La realidad tiene una composición específica: es contingente y finita; también los seres humanos. De ello trata el capítulo décimo primero: la finitud temporal y la limitación espacial de la realidad nos permiten reconocer la falta de plenitud que hay en el mundo y en el ser humano. El capítulo décimo segundo está dedicado a la ausencia, noción que fácilmente adquiere un tinte fenomenológico-existencial: las carencias del ser humano.

LA OTREDAD
La carencia se relaciona con otra idea que aparece en el capítulo décimo tercero, a saber, la otredad. Éste es uno de los capítulos mejor logrados. Platón, Heidegger, Machado y también Octavio Paz son los interlocutores para plantear dos temas: el de la otredad antroplógica y la otredad metafísica. Carlos Llano explica, prácticamente como un personalista, el encuentro entre personas como algo ontológico. Y no excluye, el encuentro con lo Otro (con mayúscula), la otredad del Dios trascendente.

A mi parecer, este capítulo es fundamental para comprender el origen de la idea de la nada. Los juicios que se dan a partir de la experiencia con la otredad, incluyen la afirmación del propio sujeto. Afirmamos lo otro y, en ese juicio, nos percatamos de que no somos lo otro. He aquí el origen de la idea de no-ser. Aunque esta resolución suena bastante simplista, no lo es y nos conduce a otro tema, el último de este libro: la reflexividad del juicio.

Cuando emitimos un juicio, somos conscientes de que hemos sido nosotros quienes lo hemos emitido: el juicio es sobre lo otro. Y lo otro es, por tanto, el origen de la idea de no-ser, al menos en un sentido temporal. Para rematar, Carlos Llano abre un apartado dedicado al principio de no contradicción: un mismo juicio no puede afirmar y negar lo mismo simultáneamente. Todo indica que este era su interés primordial. Para ello, ha recorrido un largo camino.

Decía Fernando Pessoa: «Suficiente metafísica hay en no pensar en nada». Etiología de la idea de la nada es una obra filosófica densa, sugerente y, me atreveré a decirlo, genial. Es admirable la habilidad de Llano para articular temas gnoseológicos con asuntos antropológicos y metafísicos; su capacidad para hacer que confluyan Tomás de Aquino, Bergson, Machado, Octavio Paz, Saramago, Sarte, Platón. He tenido la alegría de ser testigo de estos dones como estudiante, colega y amigo del doctor Llano. He aprendido mucha filosofía gracias a él y sigo aprendiendo en el diálogo filosófico que hemos logrado mantener ahora como colegas. He aprendido, sobre todo, que entre amigos, se puede hablar hasta de la nada.


istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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