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La narración del silencio

Pedro Páramo es la novela del silencio. ¿Se puede narrar el silencio? ¿Pueden las palabras, con sonido y significado describir el silencio? No su definición, el concepto de un diccionario: Ausencia de todo tipo de sonido. ¿Se puede sentir el silencio por medio de una narración? El de un pueblo que sólo es un recuerdo, o el del sepulcro, o el silencio de un amor no correspondido, o el de la nostalgia y el anhelo. Juan Rulfo lo logra, su Pedro Páramo es la narración del silencio.
Posiblemente es la obra literaria más importante de las letras mexicanas. Para muchos es difícil, oscura, sin lógica, atemporal; en fin, misteriosa. Igual que su autor. Juan Rulfo no perteneció a ningún círculo literario o a una corriente en particular. No formó parte de ninguna camarilla intelectual o mafia de escritores, donde los elogios, premisos y publicaciones son como pactos secretos, favores pagados y conveniencias publicitarias.
Tímido, burócrata, agente viajero, vendedor de llantas, fotógrafo, melómano, silencioso pero gran conversador en la intimidad. Aunque reconocido y premiado siempre estuvo a una prudente distancia de los reflectores y los escaparates como para que sólo se viera su sombra. Con dos grandes vicios: la compra de libros y el alcohol. Autor sólo de El llano en llamas y la mencionada Pedro Páramo (escribió mucho, publicó poco). Todo esto ha contribuido a crear una serie de mitos y leyendas entorno a él su persona y a sus escritos.
Rulfo fue autodidacta. No fue a las bibliotecas, una llegó a él, gracias al cura Irineo Monroy quien dejó una gran cantidad de libros en su casa. Leyó cuanto libro cayó en sus manos, desde Homero hasta Faulkner. Sus influencias estas son de lo más ajenas a la mediana cultura de un entorno pueblerino como en el que Rulfo creció y se formó. Leyó a los mexicanos Azuela, Martín Luis Guzmán, Yañez; y sobre todo Rafael Muñoz. Pero el horizonte literario de Rulfo no acababa en lo nacional. Leyó a los noruegos Knut Hamsun y Boyesen, al danés Jens Peter Jacobsen, a la sueca Selma Lagerlof, y al islandés Helldar Laxness. Autores tan extraños y lejanos de un ambiente provinciano del México de la primera mitad del siglo XX y sin embargo, tan cercanos en la nostalgia, en la melancolía, en humanidad, en el silencio.
Me parece que la pauta de su lectura no es un trasfondo psicológico, sino el juego descriptivo y rústico de una mexicanísima cosmovisión abordada imaginativamente, donde la palabra y el diálogo son la fuerza e identidad de uno de los muchos Méxicos ya perdidos. La muerte le era cotidiana a Rulfo, tanto que se podría decir que platicaba con ella, y Pedro Páramo es, a veces, una plática con una muerte tan normal, natural, tan amiga, que no provoca rechazo ni miedo, más bien silencio.
El Pedro Páramo de Juan Rulfo es ante todo la poética narrativa de un pueblo, porque con el pretexto de regionalismo se presentan mexicanamente al modo mexicano los valoresy los e ideales de toda la civilización occidental. En ese poema hay amor y desamor, tristeza, pero también esperanza, resentimiento y un gran anhelo de perdón, hay vida y muchos muertos, hay en fin, un pueblo. Es como sentarse a escuchar a un viejo campesino y ver pasar su vida en fotografías blanco y negro.
Traducida a poco más de 30 lenguas, como elchino, ruso, japonés, búlgaro, danés, estonio, árabe, coreano, hebreo y persa por mencionar algunas,  su universalidad radica en la simplicidad de sus frases, en la economía del lenguaje, en la humana mortalidad de sus personajes, en la imaginación del rencor de un pueblo, y en esa peculiar manera de presentar un México criollo buscando la dignidad en su pasado, como el hijo que busca al padre para, en silencio, encontrarse a sí mismo.
Las pocas comas y los muchos puntos y seguido logran una sintaxis de fácil comprensión de la frase, sin embargo la historia que narra esa novela no es fácil. Alguien podría ordenarla, cortando y pegando, poniendo al principio lo del principio y al final lo del final, pero nuestros recuerdos no son así, nuestros recuerdos vienen sin orden. Quizás por esto algunos críticos la han calificado como oscura, y sí lo es, pese a la sencillez de sus diálogos, lo diáfano de sus palabras y de sus personajes.
Este libro de muertos, está más vivo que nunca, y hay que reafirmar su carácter de gran obra, de verdadero clásico; como todos los libros que alcanzan esos niveles, seguirá teniendo acumulando nuevas interpretaciones, críticas y elogios. Sirvan estas líneas para una invitación a la lectura y a la reflexión de esta novela, más allá de la oficialidad de la clase de secundaria o preparatoria donde se encarga como tarea sin mayor explicación que la de cubrir un programa.
Y que sí Juan Rulfo con su Pedro Páramo nos presenta las profundas heridas de nuestra mexicana identidad, pues tomemos conciencia, a través de las palabras de que esas heridas no han sanado. Leamos a Rulfo para sentir el gran silencio de la nostalgia de un México que pudo haber sido muy distinto al México que es.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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