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Orden: clave de la eficacia y antídoto para una conciencia pasiva

El orden es puerta de acceso a la eficacia. Es la práctica que facilita el uso adecuado y rentable de los propios medios para producir resultados congruentes con la naturaleza humana. Si la ética es la forma de uso de la libertad personal que facilita y orienta el aprovechamiento de la naturaleza humana, la práctica del orden es un paso obligado en ese trayecto. ¿Cómo hacer del orden una práctica real en los diferentes ámbitos de la vida? Trabajar en las cuatro dimensiones esenciales del orden sería un buen principio.

ORDEN EN LA CABEZA: PARA QUE EL TIEMPO NO SEA DE «OTRO»

Tener orden en la cabeza implica contar con criterios claros para saber a qué atenerse cuando debemos actuar. El criterio personal es, como lo define Héctor Lerma Jasso, «Clave, en parte natural y en parte adquirida, de la cual se vale el intelecto para abrir, leer e interpretar la realidad.»
La dinámica del trabajo nos impulsa frenéticamente a la acción. En esta dinámica, actuar es más importante que pensar. Es como si constantemente nos recordaran: «¡No pienses! ¡Actúa! ¡Muévete!». Si además, agregamos el impacto de la televisión y muchos medios informativos, la mente del ejecutivo se ve sometida constantemente al bombardeo impune de contenidos vacíos e inocuos que la homogeneizan en la estupidez y la ausencia de capacidad crítica.
Uno de los resultados: gran parte de nuestro tiempo no es propiamente «nuestro», sino de «otro», a quien se lo vamos cediendo, poco a poco, al amparo de nuestra condescendencia ignorante. Nos vamos «deshaciendo» de nosotros mismos, des-po-se-yén-do-nos, renunciando a ejercer capacidades que nos corresponden por naturaleza.
Lógicamente, actuar en esas condiciones equivale a «robotizarse» y a convertirse en fácil presa de la manipulación, de la «cosificación». Quien ejerce desde una conciencia activa su pensamiento y su acción, puede resultar peligroso, incómodo, sospechoso.
Una conciencia activa siempre será una amenaza a la mediocridad imperante. Por el contrario, el «sedentarismo» de una conciencia pasiva y manipulable equivale a renunciar a la propia libertad de acción, a instalarse en el conformismo y a minar la intrínseca naturaleza activa, creadora, liberadora del ser humano.
No es lo mismo estar informado que tener formación. La primera, cuando es pura acumulación, deviene en recepción pasiva, inerte e inútil; la segunda, por el contrario, es realización activa, constructiva y liberadora. Quien no tiene claros sus criterios para actuar, no sabe lo que quiere y mucho menos hacia dónde se dirige.
El orden en la cabeza conduce a crearnos una jerarquía de valores verdaderamente humanos que nos ayudan a evitar la enajenación personal en el torbellino de intereses, renuncias, sometimientos, claudicaciones y «transas» de toda índole.

ORDEN EN LA FORMA DE VIDA: PARA MULTIPLICAR EL TIEMPO

Cuando se tienen criterios claros para actuar, es necesario organizarse para conseguir lo que nos proponemos. Organizar y planificar las actividades ayuda a prevenir las desviaciones y a multiplicar el tiempo.
Prevenir desviaciones significa controlar lo que nos sucede y no permitir lo contrario: que nos controle lo que nos sucede. Se trata de no dejar que las ensoñaciones, las fantasías, el dolce far niente y las dispersiones ocupen nuestras motivaciones inmediatas, al grado que nos hagan perder de vista nuestros propósitos.
Me refiero aquí a los riesgos en los que puede incurrir una mente activa, inquieta, intensa, profunda y ágil, que naturalmente explora infinitas posibilidades. Lo contrario sería una mente en blanco ahí donde no cruza nunca una idea; su capacidad de penetración en la realidad está muy disminuida, al grado de que ni siquiera «pellizca» un trocito apetecible. A la primera, hay que dominarla y encauzarla; a la segunda, ejercitarla, formarla y motivarla si se deja.
Multiplicar el tiempo significa aprender a actuar en forma sinérgica. Es decir, aprender de veras a interactuar en forma libre, creativa y eficaz con los demás; tener a la vista objetivos que pueden ser logrados con la participación de otros y fomentar esa participación sin atavismos, complejos y falsas creencias acerca del poder y la autoridad. Trabajar en equipo -no «en bola»- además de favorecer la creatividad y la productividad, supone el mejoramiento de las relaciones sociales: cooperación, solidaridad, ayuda, servicio, etcétera.
A quien no le importa el tiempo, acostumbra perderlo y hace perderlo a los demás dejando que se le escape sin darse cuenta. Aprovechar el tiempo implica tener un horario, esforzarse en serio por cumplirlo y ser metódicos con los asuntos que tenemos pendientes. Un buen sistema de organización personal facilita exigirse a uno mismo en el cumplimiento de las metas, pero también debe ser lo suficientemente flexible para evitar rigideces y neurosis.
Y cuidado con el activismo, que es movimiento intenso pero con pocos resultados. En el fondo, el activismo es una actuación; su esencia es más bien teatral: una intención de causar buena imagen en la escena pública, en la que el buen desempeño corporativo está sancionado por criterios de rentabilidad, eficacia y sometimientos lucrativos. El activismo es un comportamiento ad hoc si se quiere lucrar con la imagen.
El activista, al estar centrado únicamente en los resultados, descuida al agente que los produce: él mismo. Entonces, la enajenación crece en forma tan sutil, que llega a justificar comportamientos y creencias contrarias a la naturaleza humana misma: soy valioso porque soy útil, productivo, eficaz ¡y no al revés! Es el caso del granjero de la fábula: al buscar con más y más intensidad -y «eficacia»- los huevos de oro, aniquila a la gallina que los produce.
La actividad constante, perseverante, es más efectiva: labor callada, lenta y de resultados prometedores. La vida con orden produce tranquilidad y sosiego, lo que favorece la acción. Si acostumbramos postergar las tareas previstas, acabaremos debilitando la facultad humana para el logro, que se llama voluntad.
Si aplazamos constantemente lo que hemos de hacer, debilitamos la capacidad para remontar el tedio, la sequedad, el aburrimiento, la falta de motivos que impulsen a conseguir lo que legítimamente nos corresponde; con ello estamos cediendo el terreno a otros quizá a «otro» que nos desvían de lo importante para instalarnos de por vida en lo urgente. Un episodio más del asalto de la enajenación a la capacidad de construir un futuro humanamente digno.

ORDEN EXTERNO: POR EL ESCRITORIO EMPIEZA

El orden externo corresponde a la disposición de los instrumentos y herramientas que sirven para realizar las tareas. El orden en las cosas debe ser siempre un medio, nunca un fin.
Alejarse de obsesiones y manías es reflejo de una mente que es dueña de sí y sabe colocar las cosas en el nivel que les corresponde.
El orden externo empieza en el escritorio, se extiende hacia los cajones, los archiveros, las mesas y las diversas zonas de almacenamiento y clasificación de documentos que tenemos en la oficina.
Siempre será una buena idea adquirir un cesto más grande para la basura, también trituradoras de documentos para reducir al mínimo las evidencias de la responsabilidad sospechosa, y dos o tres crematorios para «purificar» las hordas acuciantes de papelería inútil.
ORDEN EN LOS OBJETIVOS:  POCOS «SÍ» MUCHOS «NO»
El orden en los objetivos facilita realizar los propósitos. Es necesario ser muy concretos, plantearse pocos objetivos que puedan cumplirse, delimitarlos bien y no querer abarcar demasiado.
Poner los planes por escrito, es un primer paso que indica esfuerzos serios para renunciar a la dispersión. Es cuando hay que aprender a decir NO. Porque decir SI a todo lo que aparece ante nosotros, es la forma más segura de salirnos del cauce trazado. Es preciso planificar a corto y mediano plazo. Existen sistemas muy eficaces para organizar actividades y controlar proyectos. Asistir a un seminario de este tipo es siempre una buena inversión.

POR UNA EFICACIA SENCILLA Y SIN AZOTAMIENTOS

Vivir el orden desde una conciencia activa nos dará, en primer lugar, paz exterior e interior, es decir, tranquilidad y serenidad, lo cual ya es bastante en nuestro tiempo, pleno de ansiedades crecientes y estrés galopante. Y esto por una sencilla razón: estaremos en control del propio tiempo y, por tanto, de la propia vida.
El orden también genera alegría. El resultado de un tipo de vida coherente, realista y con un buen nivel de exigencia, que se dirige siempre a sus metas, con capacidad para sobreponerse a las contrariedades, las claudicaciones, el cansancio, los ataques, etcétera.
En tercer lugar, el orden conducirá a la eficacia, es decir, a llegar a más sin dispersiones, sin perder el tiempo en trivialidades. También con el orden se valoriza más el cuidado de los detalles pequeños en todo lo que se hace. Se trata de poner amor en lo pequeño, terminar bien un trabajo, esmerarse en hacer todo con corazón y cabeza, así como elevar el nivel de la tarea haciendo las cosas despacio, con cuidado, sin atropellarse. Así, el instante cobra un carácter duradero.
Finalmente, si el orden se vive con un sentido profundo de servicio a los demás y como un medio eficaz en la lucha por mejorar, conducirá a que la persona sea más libre y, por tanto, esté en posibilidad de asumir mayores responsabilidades.
Al final, estaremos frente a un hombre más reposado, alegre, firme en sus propósitos, que no se desmorona con facilidad, con más gusto por el humor que por el drama y más inclinado por la ilusión que por la agonía. En suma, menos azotamientos y más sencillez.

SER DUEÑO DE LA PROPIA AGENDA

Lee Iacocca, aquel legendario empresario norteamericano que llegó a ser alto ejecutivo de la Ford y que años después lograra salvar a Chrysler de un espectacular hundimiento, explicaba así su experiencia de varias décadas al frente de grandes multinacionales: «No puedo menos que asombrarme ante el gran número de personas que, al parecer, no son dueños de su agenda. A lo largo de estos años se me han acercado muchas veces altos ejecutivos de la empresa para confesarme con un mal disimulado orgullo: Fíjese, el año pasado tuve tal acumulación de trabajo que no pude ni tomarme unas vacaciones. Al escucharlos, siempre pienso lo mismo. No me parece que eso deba ser en absoluto motivo de presunción. Tengo que contenerme para no contestarles: ¿Serás idiota? Pretendes hacerme creer que puedes asumir la responsabilidad de un proyecto de 80 millones de dólares si eres incapaz de encontrar dos semanas al año para pasarlas con tu familia y descansar un poco?».
Imprimir un ritmo ordenado a la vida, ser dueños del propio tiempo y de la agenda, tener un claro orden de prioridades en lo que hemos de hacer…, son premisas básicas para la eficacia en cualquier trabajo.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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