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Empresarios, artífices del futuro

Plantear las posibilidades de cambiar el futuro comporta anticiparse a lo que este nos depara. Pretensión que puede apoyarse razonablemente echando una mirada a lo que muestra el pasado más inmediato. Sin caer en determinismos, cabe admitir que el camino recorrido por la historia más reciente de nuestras sociedades señala la posible dirección a que apunta el mañana.
En este sentido, recurrir a una herramienta como la que ofrece la Worlds Value Survey (Encuesta mundial de valores 1995-2001 [1] , dirigida por el profesor Ronald Inglehart en la Universidad de Michigan desde hace varias décadas, puede ser de suma utilidad a la hora de enfrentar la tarea de trazar, aunque sea en esbozo, los rasgos más destacados de lo que este nuevo siglo parece plantear.
Como premisa, los autores de este estudio tienen siempre presente la correlación entre las convicciones de las personas y las características de la sociedad a la que pertenecen. De ahí que los valores relacionados con el bienestar y el logro de la felicidad, que son el eje de su trabajo, no sólo muestran variaciones en función de cada persona, sino también según el grado de desarrollo de la sociedad en la que se desenvuelve.

PROGRESO MATERIAL Y FELICIDAD

La Encuesta mundial de valores pretende reflejar qué es lo importante para cada sociedad en términos de bienestar lo que para sus autores equivale al logro de la felicidad y muestra una correlación inicial entre el grado de desarrollo económico de una sociedad y el índice de felicidad que sus integrantes reportan.
¿Qué preocupa a quienes viven en sociedades de escaso desarrollo económico? Salir de esa situación cuanto antes. Cuando la supervivencia no está garantizada, el interés general es precisamente lograr valores materiales, aquellos que procuran el bienestar material; conforme se alcanzan, la sociedad denota un mayor grado de felicidad. En cambio, otros posibles intereses, como la participación ciudadana en las formas de gobierno, atraen poco: la gente parece más conformista, no se involucra y se limita a esperar la postura impositiva de la autoridad.
En sociedades con mayor desarrollo económico, donde se da por supuesto el bienestar material, aunque el interés por los bienes económicos no desaparece, surgen otras aspiraciones: la libertad de expresión, el desarrollo cultural y, por supuesto, una mayor participación política.
Los autores de la encuesta califican como «valores tradicionales» aquellos que predominan en las sociedades menos desarrolladas y se vinculan a la estructura familiar predominante. Así, donde la supervivencia es precaria y muy alta la mortalidad infantil, la situación reclama mayor presencia de la mujer en el hogar; esto determina, entre otros aspectos, que prevalezcan estrictas normas de sexualidad encaminadas a garantizar la renovación generacional.
La población también está acostumbrada a una autoridad de carácter absoluto, ello explicaría por qué colocan la religión institucional en un lugar más relevante. Por ejemplo, ¿por qué en México preocupa a los partidos políticos la intervención de los obispos en temas de interés público? Por la sencilla razón de que la población rural le hace más caso al párroco que al alcalde.
En cambio, en las sociedades con alto grado de desarrollo económico, la tasa de mortalidad es baja, crece la expectativa de vida y cambian los estándares sexuales hacia una actitud más liberal. Por otro lado, la religión institucionalizada parece perder terreno, no así la inquietud por lo religioso, que surge en formas nuevas como el new age.
Los valores característicos de este otro tipo de sociedades son llamados «posmaterialistas», que entre otras cosas se manifiestan en el desplazamiento de una autoridad tradicional, más bien impositiva, antaño proveedora de bienes básicos, hacia otra que requiere mayor justificación racional para sostenerse, a instancias de que los integrantes de la sociedad participen más en las formas de gobierno.
Una de las conclusiones de los autores del estudio en cuestión es que los valores tradicionales de la sociedad, conforme esta va alcanzando el bienestar material, son desplazados por otros intereses que adquieren preponderancia, como la autoexpresión, el afán de logro y la motivación. También se cuestiona más cualquier tipo de autoridad establecida.
Llama la atención que en una sociedad como la estadounidense las figuras de autoridad mejor libradas y que todavía conservan cierto prestigio, según otra encuesta publicada por la revista Newsweek, resultaron ser la militar y la empresarial; la autoridad familiar casi desaparece y la religiosa y política están muy cuestionadas.
Que la autoridad empresarial sea de las pocas que conservan prestigio en una sociedad de bienestar revela de manera sutil lo que demandará del director de empresa en este siglo XXI. ¿Está preparado? ¿Sabe qué explicaciones hay detrás de estos cambios y hacia dónde pueden evolucionar?
Comparar los valores «tradicionales» con los «posmaterialistas» revela, al parecer, que el desarrollo económico de las sociedades apunta en varios aspectos hacia lo que muchos llamarían mayor apertura. No obstante, al mismo tiempo se advierte que, una vez alcanzado cierto grado de bienestar material, se rompe la correlación entre el desarrollo económico y el bienestar o felicidad que reporta una sociedad.
Es interesante notar que una nación como Japón, cuyos ingresos per cápita duplican a los de Irlanda, reporta un porcentaje de bienestar o felicidad percibida inferior a ésta. La Encuesta mundial de valores parece confirmar lo que los filósofos de la antigüedad concluyeron por otro camino: el progreso material no garantiza, por sí solo, la consecución de los valores que conducen a la plenitud o sentido de logro.

DOS REVOLUCIONES DETRÁS DEL CAMBIO

¿Todo lo que significa apertura es preferible?, ¿necesariamente lo nuevo es mejor que lo antiguo? Vale la pena replantear estos interrogantes. Los datos y resultados expuestos por la encuesta muestran ciertamente qué está pasando, pero no dan razones de los cambios. Para explicarlos podemos recurrir a otra fuente [2] . José Pérez Adán, sociólogo de la Universidad de Valencia, señala dos grandes revoluciones en la raíz del movimiento de las sociedades desarrolladas hacia la dirección actual: la industrial y la sexual, que se iniciaron una a mitad del siglo XIX y otra a mitad del XX y que continúan vigentes.
La revolución industrial ha recorrido tres etapas: el cambio en la forma de organizar la producción que llevó a Marx a plantear la revolución del proletariado y el surgimiento del hombre organizacional, la incorporación del maquinismo, esto es, la revolución técnica y, más recientemente, la informática. Esta revolución industrial ha propiciado dos fenómenos importantes que atañen al empresario: un cambio de percepción de lo que significa trabajar y la crisis ecológica.
Trabajo. En la etapa preindustrial, el valor del trabajo se centraba en su carácter instrumental, es decir, era medio para ganarse la vida y procurarse el bienestar. En términos macrosociales, el interés predominante en el trabajo derivaba de su función de proporcionar los bienes de subsistencia.
Ahora en el trabajo se busca algo más que un medio de manutención. Ya no basta pagar bien a la gente para retenerla en la empresa, hay que ofrecerle mucho más, un ambiente estimulante, un futuro de carrera y superación humana en todos los sentidos, no sólo material o económica; hoy una persona busca sentirse a gusto con lo que hace y que su trabajo constituya en sí mismo una experiencia enriquecedora. Lo que conlleva este cambio incide directamente en lo que la sociedad demanda y espera de los directores de empresa, como creadores, desarrolladores y sostén de las fuentes de trabajo.
Medio ambiente. Hasta hace pocos años, sólo nos preocupaba la contaminación del aire y quizá la falta de agua tema cada vez más crítico, pero hoy la sensibilidad social se extiende a muchos otros indicadores: la destrucción de la capa de ozono, el efecto invernadero, el calentamiento global… No es posible hacer empresa en el siglo XXI sin atender estos factores, pues si es probable que el interés ecológico esté condicionado hoy a que mi socio estadounidense compre mis productos, mañana no sólo él demandará que cuide ciertos criterios, sino que lo exigirán la propia comunidad, el gobierno y la misma preocupación por la generación que nos sucederá.

LIBERTAD SEXUAL, SEXO SIN HIJOS E HIJOS SIN SEXO

Continuando en la línea de reflexión de Pérez Adán, en la revolución sexual podemos distinguir tres etapas:
a) Separación de la sexualidad de la procreación. Inició en los años sesenta con la introducción masiva de la píldora anticonceptiva. ¿Cómo impactó este cambio en el comportamiento de la sociedad? A la percepción de mayor libertad en las relaciones sexuales se sumó la disociación entre el ejercicio de la capacidad sexual y el hecho biológico de la reproducción.
¿Cómo han repercutido estos factores? Me parece que se ha prestado poca atención a lo que significa ejercer la sexualidad sin la consecuencia del posible advenimiento de un hijo. No quiero decir que en otras épocas de la humanidad no se haya pretendido este irresponsable ejercicio de la sexualidad, pero a partir del recurso de la píldora el fenómeno adquirió las proporciones de la actualidad, y sus consecuencias sociológicas aún no han sido suficientemente ponderadas, una de ellas da lugar a la siguiente etapa de esta revolución.
b) Desaparición del concepto de desviación. La segunda etapa comenzó en los años ochenta de manera más agresiva. Si ya el sexo se había desligado de la reproducción, lo importante entonces vendría a ser la satisfacción subjetiva. Y si esto es lo que importa, entonces se vale todo; ya no existe la desviación sexual. El gran instrumento de esta revolución ha sido la propaganda mediática, y sus principales promotores las minorías homosexuales.
Esta fase no ha terminado y va a más en este siglo XXI. Como botón de muestra cito un estudio de reciente publicación en Gran Bretaña, que cuestiona la ilegalidad de la relación sexual con menores. En otro sitio una organización de homosexuales está promoviendo reducir a 14 años la edad de consentimiento para sostener relaciones sexuales. En Holanda, esa edad de consentimiento ya llegó a los 12 años, y el contacto entre adultos y niños está permitido si los padres lo consienten. En Estados Unidos, una juez de la Suprema Corte firmó un informe que recomendaba bajar a 12 años la edad de consentimiento para sostener relaciones sexuales.
En la conferencia del Fondo de Población de la ONU, en 2001, algunos delegados discutieron a favor de reducir la edad de consentimiento a los 10 años. Incluso un estudio publicado por la Asociación Americana de Psicología en 1998 afirma que las relaciones sexuales entre adultos y niños no causan perjuicio y podrían resultar positivas para los niños.
c) Hijos sin comunicación humana. La tercera etapa comienza a finales de los noventa. Es la última forma de revolución sexual, podría decirse el sed contra de la primera. Si en la etapa inicial se deseaba sexo sin hijos, en esta se buscan hijos sin sexo: la posibilidad de generar un nuevo ser humano sin que haya unión entre varón y mujer, y sin que ese nuevo ser tenga lazos de filiación con otras personas. Las técnicas de la genética in vitro han contribuido a la desaparición de la comunicación intrafamiliar en la misma medida en que han hecho posible que deje de ser necesaria para engendrar otra persona.
Por supuesto, la revolución sexual ha tenido algunas consecuencias positivas, pues hoy hablamos abiertamente de sexo y la sociedad ha dejado de considerarlo un tabú. Pero pocos quieren poner el dedo en el renglón de sus consecuencias negativas. Una de ellas es la crisis de la institución familiar, origen de disfunciones sociales como:

  • El monoparentalismo, es decir, hijos con un solo padre (en la mayoría de los casos la madre).
  • El divorcio.
  • El suicidio.
  • La deuda filial (los hijos se desentienden de padres y abuelos y los mandan al asilo).
  • La emancipación tardía. En México todavía no es un problema severo, pero en Europa es cada vez más común, no hay forma de sacar a los hijos de la casa de los padres.
  • El aislamiento familiar [3] . No sólo se refiere a la falta de comunicación entre padres e hijos, sino a la indiferencia hacia los parientes que no pertenecen a la familia nuclear.

EL PAPEL DE LOS MEDIOS EN LA CRISIS

Otro elemento a incluir en el análisis de este siglo XXI es la crisis suscitada por los medios de comunicación. Aunque han probado ser una excelente vía para promover ideales como la paz, la responsabilidad y la accesibilidad de la información, lo cierto es que también son uno de los principales promotores de violencia, se eximen a sí mismos de toda responsabilidad social con relación a lo que difunden, y muestran gran insensibilidad a las necesidades de amplios sectores de la sociedad que no se reflejan en sus índices de rating. Los medios de comunicación, en gran medida, siguen siendo coto privado en manos de unos cuantos, quienes además seleccionan y presentan la información de acuerdo a sus intereses e imponen a la sociedad los temas que les interesan.
¿Corresponde a los empresarios hacer algo al respecto? No olvidemos que los medios viven básicamente de la publicidad y son precisamente los empresarios quienes mediante la publicidad sostienen la difusión de contenidos.

ASUMIR LAS RIENDAS DEL FUTURO

Tras este breve recuento de algunas realidades podemos preguntarnos si corresponde a los empresarios como tales no sólo como individuos hacer algo de cara al siglo XXI, analizar cuáles cambios son positivos y determinar los que hay que impulsar y los que no.
Hay quienes insisten en que no debemos distraer a la empresa de lo que según ellos es su responsabilidad fundamental: generar valor económico añadido. Sin embargo, cada vez cobramos más conciencia del impacto que la función del director de una organización tiene en la sociedad en conjunto.
Todo lo que un verdadero líder hace permea en los miembros de la empresa y, a través de ellos, llega al resto de la sociedad. Así, con relación a la crisis en la familia, es evidente que la institución empresarial no la causa deliberadamente, pero un director debería preguntarse: ¿favorezco el deterioro o fortalecimiento de la institución familiar con mis políticas relacionadas, por ejemplo, con el trabajo de la mujer? ¿Qué hago en el caso de una empleada que se embaraza?
Y si efectivamente las acciones del empresario permean en los integrantes de su organización, es claro que habrá una diferencia si su papel como líder deriva de una conducta centrada en principios. En ese caso, afectará a la sociedad en un sentido positivo.
Sin embargo, existen obstáculos para asumir este papel. Muchas más personas de las que imaginamos consideran importante centrarse en principios, pero al momento de decidir se arredran. La razón de ello no es particularmente complicada. La agresividad de la competencia, por ejemplo, puede inhibir a que alguien actúe conforme a sus principios, pues podría correr el riesgo de salirse de competencia. ¿Por qué hay quienes no enfrentan el miedo a la dificultad que implica buscar un resultado económico sin ceder en los propios principios? Lamentablemente no siempre es por falta de conciencia, sino por carecer de carácter, es decir, de las virtudes necesarias para sostenerse en las propias convicciones.

LA VIRTUD DEL AUTODOMINIO

En este punto parece conveniente aclarar qué es virtud y qué es valor, porque es fácil confundir el concepto de valor. El valor que damos a las cosas es mudable, tiene mucho de relativo, lo que no significa que se justifique el relativismo ético. Me explico. ¿Cuánto vale un vaso de agua? Depende. El agua no vale nada para mí si no tengo sed, pero sus propiedades para saciar la sed no dependen de que yo las valore o no. Por mucho que yo valore un vaso de thinner, no va a calmar mi sed, al contrario, me causará daño.
Hay bienes objetivos que no valoramos porque nos falta la sed necesaria para apreciar lo que tienen en sí de bondad. Esa sed, como disposición para ser capaz de apreciar lo que en sí mismo es bueno, la dan las virtudes. Sin ellas no estamos en condiciones para valorar las cosas buenas, sino las malas. Un vicioso valora el objeto de su vicio como si fuera absoluto, porque sus inclinaciones así lo disponen.
Para que una conducta apegada a principios forme parte de la agenda de prioridades es indispensable cultivar las virtudes que forjan el carácter. Sólo bajo su influjo estaremos en condiciones de no dejarnos determinar por los acontecimientos, incluso cuando estos sean inevitables. Siempre cabe determinar la actitud que puedo adoptar ante ellos. Ni siquiera en aquellas cosas de las que yo no soy autor estoy totalmente determinado, pues tengo ese margen de libertad: la actitud que adopto ante lo que es inamovible. ¿Estamos condicionados? Sí. Pero conservamos la capacidad para dirigir nuestra vida.
En ese sentido, siempre me ha llamado la atención la respuesta con la que frecuentemente los mexicanos contestamos a la pregunta ¿Cómo has estado? Decimos: «Ahí la llevo». Y me pregunto, ¿dónde es «ahí»? y ¿qué es lo que llevamos? Supongo que por «la» nos referimos a la vida: «Ahí llevo mi vida». Pero, ¿estamos seguros que nosotros la llevamos?, ¿o ella es la que nos lleva?
Lo peor que podemos hacer frente al futuro es no asumir las riendas. Y para conducirlo es indispensable llevar las riendas de nuestra propia vida. Tener autodominio. Sólo seremos dueños de nuestro futuro si antes somos dueños de nosotros mismos.
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[1] Puede consultarse en www.worldvaluessurvey.org/

[2] José Pérez Adán. Diez temas de Sociología. Ediciones Internacionales Universitarias. Madrid, 2001. 167 págs.
[3] En este sentido, el suicidio de niños menores de 14 años en nuestro país es un llamado de atención. En el 2000, 117 menores se suicidaron; como en los adultos, la principal causa fue la depresión.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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