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Voluntad, motor del esfuerzo

La fuerza de voluntad hoy se encuentra devaluada. La ley del mínimo esfuerzo, en cambio, está en alza; es frecuente que nos propongan como ideal obtener resultados sin empeño alguno.
Nos ofrecen, por ejemplo, aprender un idioma en pocas semanas y cómodamente, con esto se da a entender que el valor de la oferta radica en conseguir la meta sin hacer casi nada, con mínima intervención de la voluntad.
¿Es ésta una verdadera ventaja? Si pensamos en la persona de manera integral, la respuesta es no, pues se le priva de algo más importante que aprender un idioma: una voluntad que, gracias al ejercicio del esfuerzo, será capaz de afrontar retos valiosos.
UNA VOLUNTAD FUERTE GENERA BENEFICIOS
Cada vez que se esfuerza equilibradamente, la voluntad se fortalece -aumenta su capacidad-, como el atleta que entrena para superar sus marcas1. ¿Cuáles son, entonces, los beneficios de una voluntad fuerte?
1. Camino para realizar proyectos
En innumerables ocasiones resulta más frecuente conseguir logros importantes -profesionales, sociales, familiares, deportivos, religiosos- gracias a una voluntad fuerte más que a una inteligencia brillante. La primera permite tomar decisiones comprometidas, superar dificultades, perseverar en la tarea comenzada, levantarse después de un fracaso y sobreponerse al desánimo. La inteligencia sola, sin ayuda de la voluntad, puede quedar desaprovechada.
2. Mayor libertad
La voluntad fuerte nos hace más libres, si por libertad entendemos la capacidad de autodeterminación, de elegir lo que conviene, de hacer lo que dicta la recta razón y no lo que sugieren nuestras emociones y sentimientos cuando están mal orientados. La fuerza de voluntad proporciona dominio de sí, capacidad de autocontrol, para depender de nosotros mismos más que de las circunstancias y el ambiente. Es, por tanto, condición para la madurez de la personalidad2.
3. Personalidad coherente
Ajustar la propia vida a nuestras ideas, llevar a la práctica decisiones y alcanzar objetivos propuestos, sólo es posible si la voluntad cuenta con suficiente energía para responder a esas exigencias. La falta de unidad en la vida personal -pensar de un modo y actuar de otro- suele originarse en la voluntad débil. En el fondo, esas personas quisieran vivir como piensan, pero no lo consiguen porque su voluntad es lánguida, lo que acarrea frustración o fracaso, que suelen mitigar ajustando su modo de pensar a su estilo de vida: la justificación de quien no es capaz de vivir como piensa.
4. Plenitud humana
Cuando la persona ve con claridad el sentido y fin de su vida, si tiene fuerza de voluntad, alcanza paulatinamente la plenitud mediante elecciones adecuadas y actos que hacen ser más, es decir, que la enriquecen y dilatan al incorporar valores derivados de sus elecciones y actos.
5. Unidad de la persona
Recordemos que la persona humana es una unidad, los diversos estratos que la constituyen se interrelacionan, de modo que si crece en uno, se favorecen los demás. Es decir, si la voluntad se fortalece al esforzarse en cualquier nivel -físico, intelectual, espiritual, etcétera-, aumentará su capacidad para desempeñarse mejor en los otros.
La actividad deportiva ilustra con claridad esta idea. «El deporte nos da perfección El buen deportista es el que está en forma, expresión profundamente filosófica: desde hace 2,300 años, forma en filosofía significa perfección. […] El mejor deportista no es quien tiene sólo la forma física, sino quien psicológica y anímicamente posee también perfección. Si falla en esto, de poco vale lo otro y viceversa. […] Dicho en otros términos: la perfección corporal se requiere para la perfección total del hombre. En la riqueza de la unidad humana, las virtudes necesitan y piden la colaboración del cuerpo y, por eso también, debe entrenarse al cuerpo por y para la virtud, del mismo modo que debe usarse la virtud también para mejorar el cuerpo».

UN DIAGNÓSTICO Y UN PLAN A SEGUIR
Si estamos convencidos de la importancia de una voluntad recia, convendrá concretar las etapas donde esa fuerza se manifiesta, por dos razones: para hacer un diagnóstico sobre su fuerza o debilidad, y para fortalecerla según lo requieran sus características propias.
Si alguien desea fortalecer su cuerpo, puede acudir a un entrenador para que evalúe sus condiciones y, de acuerdo al diagnóstico, prepare un plan de ejercicios apropiado. De manera análoga, aunque el acto propio y genérico de la voluntad es querer, concretarlo implica diversos momentos o actos que, según el caso, requieren distintas dosis de ejercitación para fortalecerse.
Estas etapas se manifiestan en cualquier proyecto humano, tomemos como ejemplo el deseo de obtener un título universitario.
Decidir
Una vez que la inteligencia analiza las diversas opciones de carreras y determina cuál es mejor en función de los intereses y capacidades del sujeto —proceso que conocemos como deliberación—, la voluntad interviene y concreta su acto de querer mediante una decisión 1, es decir, a través de una elección.
Decidir es un acto libre porque, si bien la voluntad necesita que la inteligencia le presente alternativas previamente valoradas, la elección depende sólo de la voluntad misma, que es capaz de autodeterminarse en el sentido que quiera, incluso rechazando la propuesta que la inteligencia le presenta como lo mejor, por ejemplo, porque prefiera algo que exige menos esfuerzo 2.
Como quien elige Mercadotecnia en lugar de Ingeniería Civil pensando que estudiará menos o, simplemente, para evitar el esfuerzo de enfrentarse a las complicadas matemáticas avanzadas.
Por otra parte, cualquier decisión de cierta envergadura implica riesgos y genera compromisos. Quien escoge una carrera larga, como Medicina, corre el peligro de no terminarla y, si lo logra, adquiere una responsabilidad con la sociedad. Para decidir lo más conveniente —aunque la elección requiera esfuerzo, incluya riesgos y genere compromisos— hará falta una fortaleza específica en la voluntad que lo posibilite.
Ejecutar
Se trata del arranque para poner en práctica lo decidido. Este paso a la acción puede encontrar resistencias, desde la pereza personal hasta el temor a enfrentar la dureza de nuevas circunstancias. Quien ha decidido ser ingeniero o médico debe inscribirse en la universidad y asistir a clases, lo que requiere una fuerza en la voluntad distinta a la que empleó para elegir, que consiste en traducir decisiones en acciones concretas. Cabe decir con Drucker que una decisión no ejecutada no debería llamarse propiamente así porque, en el mejor de los casos, no pasa de ser una buena intención 3.
Ser constante
La ejecución es sólo el principio de un proceso, muchas veces largo, que requerirá un nuevo acto de la voluntad para permanecer en el camino de la elección tomada: la constancia es condición indispensable para terminar los proyectos, a pesar de los abundantes obstáculos, subjetivos y objetivos, que puedan aparecer.
El estudiante que quiere acabar su carrera deberá sobreponerse al desánimo, al rigor de los maestros, a posibles injusticias, a la aridez de ciertas asignaturas, etcétera, lo que exigirá una voluntad enérgica para afrontar esas vicisitudes. Precisamente, una característica de las personas fuertes, según Aristóteles, es que «extreman su energía en el momento de la acción»4.
Llevar a término
La última etapa depende de la anterior pero es distinta: consiste en terminar, concluir lo planeado. Es un acto diferente al de seguir avanzando, propio de la constancia. Hay quienes no tienen problema para caminar de manera continuada, pero nunca llegan a la meta. Algunos estudiantes, por ejemplo, podrían pasarse la vida en la universidad, sin concluir una carrera porque son incapaces de poner el punto final a su tesis. Esto les impide obtener el título que desearían, pues no saben coronar el proceso, que es un acto específico y distinto al de la constancia.
TEST PARA LA VOLUNTAD
Para diagnosticar la fuerza o debilidad de la voluntad —antes de elaborar un plan para fortalecerla—, es preciso valorar cada etapa. Los resultados pueden variar, desde una voluntad débil para los cuatro actos, hasta una enorme fuerza de voluntad para cada uno, pasando por todo tipo de combinaciones: voluntad fuerte para la decisión y la constancia, pero débil en la ejecución y la conclusión, etcétera. Señalamos algunas ideas útiles para elaborar un diagnóstico.
A. Capacidad de decisión
La fuerza de la voluntad en este acto se revela ordinariamente en estos aspectos:

  1. Facilidad y prontitud para decidir una vez hecha la deliberación y se manifiesta especialmente en tres tipos de decisiones:
  • Las que presentan varias alternativas, cada una con sus pros y contras; entonces la voluntad opta por la mejor o por la menos mala, sin mayores complicaciones.
  • Las que implican riesgos importantes y, sin embargo, se toman porque valen la pena, superando el temor.
  • Las decisiones que comportan compromisos existenciales, que exigen replanteamientos profundos de la situación vital del interesado.
  1. Firmeza con que se decide, de ella depende, en buena medida, la trascendencia de la elección, es decir, que llegue a término.
  2. Elección de lo mejor, de lo que objetivamente conviene más a la persona, aunque sea lo más difícil de llevar a cabo o vaya contra el propio gusto.

Los síntomas de debilidad y sus causas son los siguientes:

  • no decidir, por temor a fallar, por miedo al compromiso, por no querer renunciar a las demás opciones, por respetos humanos. No olvidemos que no decidir equivale a tomar una decisión, con todas sus consecuencias, aunque no haya conciencia de ello;
  • aplazar la decisión, por inseguridad que produce duda y titubeo. Algunos indecisos pretenden disimular este defecto solicitando «un nuevo estudio» sobre el asunto, lo cual puede ser simple cobardía ante la necesidad de resolverlo;
  • decidir lánguidamente, sin determinación, por falta de convencimiento o por apatía;
  • elegir lo más fácil, por comodidad y rechazo al esfuerzo que supondrá realizarlo, por falta de confianza en uno mismo.

B. Capacidad de ejecución
La voluntad fuerte inicia el proceso que sigue a la decisión:

  • con diligencia, sin posponer la ejecución ni dejarla para después, actuando lo antes posible;
  • con eficiencia, de manera que lo que se hace responda exactamente a la decisión tomada.

Las manifestaciones de debilidad y sus causas son:

  • no ejecutar lo decidido o diferir el inicio, por pereza, por falta del hábito correspondiente, de sentido práctico y organización;
  • arrancar sin energía, por exceso de complicación interior, pereza y falta de capacidad para imprimir fuerza al impulso inicial.

C. Constancia
La voluntad fuerte en esta etapa se caracteriza porque:

  • persevera en el camino emprendido a pesar de las adversidades externas —dificultades reales asociadas al proceso que conduce a la meta— o internas —falta de entusiasmo o cansancio;
  • renueva el impulso con que acomete la tarea propuesta, sin decaer con el paso del tiempo;
  • se crece ante los obstáculos, que acaban siendo un aliciente para luchar con nuevos bríos.

Los síntomas de debilidad y sus causas son:

  • abandonar la tarea iniciada por desánimo ante las dificultades o lo largo del proceso, por no ver resultados;
  • permitir la rutina, actuar mecánicamente, sin intensidad;
  • variar la línea de lo decidido por lo arduo del camino;
  • perder de vista el objetivo, al dejar que la voluntad no impere a la inteligencia para que lo mantenga presente.

D. Capacidad de terminar
La voluntad fuerte sabe concluir, lo que se manifiesta de la siguiente manera:

  • cuidar la calidad en el trabajo, terminarlo bien esmerándose en los detalles;
  • terminar a tiempo, es decir, en el plazo previsto.

Los síntomas de debilidad en esta parte final del proceso son:

  • suspender la acción antes de alcanzar la meta, por impaciencia, desesperación, comodidad o ligereza;
  • alargar el proceso más de la cuenta por falta de energía para rematar la obra, o por perfeccionismo, que lleva a detenerse desproporcionadamente en algunos aspectos en detrimento del conjunto.

TRABAJO SENSATO Y EFICAZ
Después de revisar los elementos para el diagnóstico, seguramente surgirá el deseo de conocer el camino para fortalecer la voluntad en cada etapa. Antes de sugerir algunos medios prácticos es oportuno señalar cinco supuestos para que la lucha por fortalecer la voluntad tenga sentido y sea eficaz.
Negarse a sí mismo
Aunque la expresión dé la impresión de algo negativo, encierra un contenido eminentemente positivo: significa ir en contra de los aspectos de mi carácter que interfieren con lo que objetivamente me conviene.
Esa negación posibilita mis decisiones, desde su origen hasta su conclusión, porque fortalece mi voluntad 5 y, además, recae sobre las demás facultades: la inteligencia, para que se aplique a lo importante y no se deje llevar, por ejemplo, por la superficialidad o curiosidad; la misma voluntad, para que escoja lo más valioso y no lo menos arduo; la imaginación, para que se mantenga al servicio de intereses justos y no me saque de la realidad; los sentimientos, para que no rijan arbitrariamente mi conducta, sino que favorezcan la orientación coherente de mi vida; los sentidos externos, como la vista, para que se aplique a la adquisición de valores estéticos, en lugar de originar dispersión o desviaciones en la conducta.
Valorar el esfuerzo
Esto resulta indispensable y urgente cuando la mentalidad actual destaca el valor de los resultados sin esfuerzo. Esforzarse para obtener las metas propuestas suele traer dos beneficios: el logro de resultados -muchos de los cuales no vendrían sin un esfuerzo firme y continuado- y, lo que es aún más importante, el fortalecimiento mismo de la voluntad, conseguido siempre que uno lucha, aun cuando no consiga el resultado final, y que capacita para afrontar nuevos retos.
Disciplina
Es otro concepto poco valorado en la actualidad, que pretende sustituirse por nociones que se refieren a los aspectos emocionales de la persona: estímulo, motivación, incentivo, etcétera.
Sin objetar la importancia de estas realidades —ubicadas en un nivel distinto al de la voluntad racional que venimos tratando—, es evidente que la voluntad se fortalece a través de actividades y actitudes continuadas que requieren disciplina y sistematización. Los atletas de alto rendimiento lo saben perfectamente: de no estar dispuestos a entrenar prolongada y constantemente, por el compromiso consigo mismos —en esto consiste la disciplina 6—, no alcanzarían un grado suficiente de competitividad.
Dureza
También es fácil comprobar que la voluntad se fortalece en las situaciones de dureza que generan una tensión sana, porque exigen dar de nosotros mismos lo que no haríamos espontáneamente. A veces, estas situaciones se presentan asociadas a nuestros proyectos, pero ordinariamente hay que propiciarlas para asegurar el fortalecimiento de la voluntad. El alpinista que conquista una montaña en condiciones adversas da un paso importante para afrontar nuevos retos.
Cuando el deporte se practica con intensidad produce el beneficio de endurecer la voluntad: «Es particularmente importante subrayar que sin tensión para superar y superarse, no hay deporte. Siempre hay que intentarlo, aunque la competición sea contra uno mismo: superar la marca anterior o superar las dificultades o la desgana de un día determinado. Superar cada vez la tendencia hacia abajo, negarse al pacto de comodidad total firmado con uno mismo»7.
Virtudes
Esforzarse por adquirir virtudes es otro camino fundamental para fortalecer la voluntad, por dos motivos: una virtud se adquiere mediante la repetición de actos —que de por sí supone esfuerzo y constancia 8—, además, una vez adquirida, da una fuerza a la voluntad para realizar con facilidad y perfección los actos correspondientes.
Por ejemplo, la laboriosidad, el hábito del trabajo, se adquiere trabajando, un día y otro, hasta que aquello pasa a formar parte de uno y entonces se empieza a realizar con facilidad, con calidad y ordinariamente con gusto, porque la voluntad se ha capacitado para ello.
Desde otro punto de vista, las virtudes son fuerzas que comunican energía a los actos de la voluntad; por ejemplo, «a la decisión pertenecen dos virtudes potenciadoras de esta acción: la magnanimidad (con su correspondiente afán de logro) y la audacia (con su correlativa capacidad de riesgo)»9.
HERRAMIENTAS PARA UN PLAN
Una vez diagnosticada la fuerza o debilidad de la voluntad, y considerados los supuestos mencionados, es necesario elaborar un plan con los medios oportunos para fortalecerla. Pueden ser muy variados, a la vez que específicos, según las necesidades que afloraron en cada acto o etapa analizada.
A continuación algunas sugerencias ejemplifican los medios útiles para elaborar un plan de fortalecimiento.
En la decisión

  • desechar el temor a equivocarse o quedar mal cuando haya que tomar decisiones;
  • tomar en cuenta que lo mejor es enemigo de lo bueno y que muchas veces debemos decidir sin información exhaustiva, aunque sí suficiente;
  • desarrollar iniciativas que exijan elecciones personales;
  • concretar las propias ideas o planteamientos, evitando generalidades;
  • cambiar o sustituir los medios si los propuestos para lograr la meta no funcionaron;
  • hacer propósitos de superación —comenzando por cosas pequeñas— en cualquier orden de nuestra vida, pues cada propósito es una decisión que fortalece la voluntad10;
  • ser ordenados a lo largo del día, elaborando para ello un horario que prevea el momento de realizar cada actividad.

En la ejecución

  • iniciar a tiempo las actividades de la jornada, según lo prevea el horario propuesto, desde el momento mismo de levantarnos por la mañana;
  • hacer en cada momento lo que debamos hacer, sin retrasarlo o sustituirlo por aquello que nos gusta más;
  • utilizar una agenda para controlar los asuntos pendientes: anotarlos en el momento en que surgen y borrarlos cuando se han resuelto;
  • desarrollar el instinto de acometer primero lo más difícil en el trabajo, en vez de resolver lo que requiera menos esfuerzo.

En la constancia

  • practicar actividades que exijan permanencia y duración: alpinismo, ciclismo, estudiar durante muchas horas seguidas;
  • realizar tareas que se repitan a diario y que conducen a resultados no inmediatos, como estudiar y llevar un control semanal del número de horas al día, o seguir un plan de lectura;
  • concentrarse en una sola cosa a la vez, desechando momentáneamente las demás: evitar la dispersión y superficialidad de saltar de un asunto a otro sin concluir ninguno;
  • luchar durante una temporada larga por adquirir una virtud, concentrando en este punto el esfuerzo principal;
  • mantener el orden en nuestras actividades durante una temporada larga, viviendo el horario sin variarlo;
  • ser ordenados también con los artículos de uso personal, instrumentos de trabajo, habitación, oficina, etcétera

En la capacidad de terminar

  • simplificar los procesos, evitar complicaciones y enredos;
  • cumplir siempre los plazos pactados;
  • no empezar algo sin haber terminado lo anterior;
  • vivir la puntualidad, acabando a tiempo todo lo que hacemos, según lo previsto en el horario, por ejemplo, acostarse por la noche a la hora establecida;
  • cuidar los detalles en todo lo que hacemos, sin pasarlos por alto;
  • evitar el perfeccionismo para no invertir más tiempo del necesario en aspectos parciales o secundarios, de manera que concluyamos a tiempo lo que corresponda;
  • proponerse adquirir el hábito de terminar, de modo que esto sea lo normal y, por tanto, resulte incómodo dejar algo a medias.

VOLUNTARISMO: POLARIZAR LA VOLUNTAD
Ya hemos destacado la importancia y valor de la fuerza de voluntad, pero conviene advertir un posible peligro: polarizarla, como si fuera la única potencia humana con que contamos y de la que debemos esperar todo el impulso para guiar la conducta.
A esta postura extrema se le conoce como voluntarismo. Se dice que alguien es voluntarista, no tanto porque tenga una fuerte voluntad, sino porque lo apuesta todo a esta facultad, como si las demás potencias humanas —inteligencia y afectividad principalmente— no existieran o no contaran en la conducta.
También es voluntarista quien prescinde de la ayuda divina porque le parece suficiente la fuerza de voluntad para realizar sus proyectos. Veamos sintéticamente algunas características y consecuencias de diversos tipos de voluntarismo, según el elemento del que prescinden.
Desdeñar la inteligencia
Cuando se desdeña la función de la inteligencia en la conducta al considerar que sólo la voluntad es determinante, la persona puede actuar por actuar, sin saber por qué ni para qué, con la consiguiente falta de sentido y finalidad en lo que hace. O puede actuar ciegamente: recorrer —con energía y determinación— un camino a ninguna parte.
Estas personas suelen ser tercas, tozudas, reflexionan poco y difícilmente rectifican. No escuchan a los demás porque su única meta es la acción por la acción misma, en la que se concentran obsesivamente. «La base del voluntarismo es la irrevocabilidad: una vez decidido, la peor equivocación sería volverse atrás. La tozudez y la terquedad son notas propias del voluntarista, quien, por su parte, las considera como los máximos atributos del ser humano»11.
Menospreciar la afectividad
Quien prescinde de la afectividad y considera que los sentimientos estorban porque entorpecen o desvían a la voluntad, incurre en un voluntarismo seco, frío, que hace a la persona poco humana. Quien reprime sus sentimientos para apoyarse sólo en la voluntad se vuelve duro, incomprensivo, sin capacidad de empatía porque no sabe ponerse en el lugar de los demás.
Otra consecuencia es que, a pesar de una voluntad fuerte, no se llega muy lejos, porque se desaprovecha esa otra fuerza correspondiente a las emociones y que tanto influye en la realización de los proyectos.
Este voluntarismo es la antítesis de la inteligencia emocional, que exalta precisamente la fuerza de los sentimientos dirigidos con inteligencia. No es raro, además, que quien prescinde del corazón y los afectos para guiarse sólo por la voluntad termine por romperse psicológicamente, como la pieza de metal que carece del lubricante necesario para su buen funcionamiento.
Poco apoyo en Dios
Finalmente, habrá que considerar que el poder de la voluntad, por más fortalecida que se encuentre, será siempre limitado e insuficiente para alcanzar las metas más altas e importantes de la vida, las que concretan la vocación humana y sobrenatural de la persona. Es necesario apoyarse en Dios, para que Él supla la propia debilidad o, si se quiere, para que nos haga capaces de alcanzar lo que nuestra sola voluntad no lograría jamás por sí misma.
Desde una perspectiva trascendente, se puede caer en el voluntarismo por un exceso de énfasis en la voluntad humana, en detrimento de la confianza en la acción de Dios en el alma.
El voluntarista confía tanto en su propia fuerza de voluntad que se apoya poco en Dios. Quien tiene fe sabe que su voluntad, por fuerte que sea, resulta insuficiente para alcanzar metas superiores a las que el hombre está llamado, como su propia santificación, y que, en cambio, es posible mediante la gracia sobrenatural, ciertamente secundada por la voluntad personal.
Por eso, no extraña que el voluntarista en este ámbito se caracterice por una soberbia que se manifiesta como autosuficiencia o, al darse cuenta de que no consigue los resultados que desea, en forma de justificación. La persona humilde, en cambio, es objetiva y reconoce que necesita de Dios, al tiempo que procura fortalecer su voluntad para corresponderle.
EQUILIBRIO Y ARMONÍA
La solución para conseguir una verdadera armonía en la personalidad y en la conducta, sin incurrir en el voluntarismo, no consistirá en quitar importancia o valor a la voluntad, sino en hacerla intervenir junto con otros elementos —inteligencia, afectividad y gracia sobrenatural—, ordenadamente y con la máxima intensidad. Sólo así, mediante el equilibrio integral e intensivo de sus potencialidades, la persona podrá alcanzar la plenitud a la que está llamada.
En el orden sobrenatural, plenitud equivale a santidad, y se consigue al poner por obra lo que Dios pide en cada momento, ello exige una voluntad fuerte que colabore eficazmente con la ayuda divina. La mediocridad, originada en la resignación y el conformismo —muchas veces por debilidad de la voluntad—, contrasta con esa plenitud a la que está llamado el hombre.


1. Cfr. Karol Wojtyla. Persona e atto. Libreria EditriceVaticana. Città del Vaticano, 1982. p. 153.
2. «La voluntad no puede querer, pues, más que aquello que el entendimiento le presenta como bueno o bajo la razón de bien. Pero es importante repetir que la voluntad, aunque el entendimiento le presente un objeto, una opción, una alternativa como buena —y aun como óptima— no tiene por qué seguirla, porque lo que mueve a la voluntad no es el entendimiento: la voluntad se mueve a sí misma, a la luz de las opciones que el entendimiento le ofrezca o aconseje». Carlos Llano. Formación de la inteligencia, la voluntad y el carácter. Trillas. México, 1999. p. 108.
3. Cfr. Peter Drucker. The effective executive. Harper Business. New York, 1993. p. 114.
4. Aristóteles. Ética nicomaquea. L. III, 1116 a19.
5. «En el continuo ejercicio de negar y negarte (…), virilizarás, con la gracias de Dios, tu voluntad, para ser muy señor de ti mismo». Josemaría Escrivá. Camino, 19.
6. fr. S. R. Covey. The seven habits of highly effective people. Simon & Schuster. New York, 1990. p. 148.
7. Rafael Alvira. Filosofía de la vida cotidiana. p. 53.
8. «La (fuerza de) voluntad es algo que se forja, no es algo con lo que se nace o de lo que se carece. Es algo que se va haciendo poco a poco, a base de muchos actos que se repiten». Ricardo Sada. Mar adentro. MiNos. México, 1999. p. 62.
9. Carlos Llano. Formación de la inteligencia, la voluntad y el carácter… p. 165.
10. Cfr. S. R. Covey. First things first. Simon & Schuster. New York, 1994. p. 68.
11. Carlos Llano. Formación de la inteligencia, la voluntad y el carácter… p. 115.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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