Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

Envidia: puerta abierta a la tristeza

Hay temas de los que se suele hablar y escribir poco. Unas veces por la dificultad objetiva que encierran, y otras porque resultan incómodos para quien podría abordarlos, tal vez porque subjetivamente le afectan y prefiere dejarlos de lado. La envidia se encuentra en este segundo caso. Debido a que su influencia en la vida de la mayoría de las personas es frecuente, además de fundamental interfiere con lo que más deseamos: «es un serio obstáculo para la felicidad» [1] , merece la pena afrontarla.
Si todos queremos ser felices, habremos de profundizar en este tema para comprenderlo y alejarlo de nuestra existencia. Es una tarea costosa porque resulta difícil reconocer la propia envidia: muy pocas veces escuchamos a alguien decir que es envidioso, cuando no tiene inconveniente en declararse ante los demás como ambicioso, desordenado, soberbio o destemplado. En un mundo competitivo como el nuestro, la propensión a la envidia se agudiza considerablemente.
¿POR QUÉ ELLOS SÍ, Y YO NO?
Tomás de Aquino explica que la envidia tiene como característica específica el «entristecerse del bien ajeno, en cuanto se mira ese bien como un factor que disminuye la propia excelencia o felicidad» [2] . Analicemos cada una de estas nociones.La tristeza del bien ajeno. La tristeza aparece como efecto inmediato y directo de la envidia. Si la alegría deriva de la posesión de un bien, la tristeza es causada por su relación con el mal. Cuando alguien pierde un ser querido, fracasa en un proyecto profesional o padece una grave enfermedad, se siente triste por esos sucesos adversos, que en sí mismos son malos.
Experimentar la tristeza en estos casos es natural porque la presencia del mal es evidente, aunque quepa la posibilidad de sobreponerse a ella y, sin dejar de sentir el dolor que la origina, encauzarla dándole un sentido. ¿Se puede decir lo mismo del entristecimiento que la envidia produce?
La envidia consiste en entristecerse del bien ajeno. Nos encontramos, pues, ante una situación distinta y un tanto sorprendente: lo que causa la tristeza no es un mal, sino un bien. Esto ya no es normal, porque lo que el bien suele provocar naturalmente es alegría. Si el resultado, en cambio, es la tristeza, no se ve cómo pueda justificarse la reacción. Más aún, lo anormal de tal respuesta ante el bien hace que resulte vergonzosa esa reacción y que instintivamente se intente ocultar.
Esto explica la dificultad para que alguien se reconozca como envidioso: no es fácil justificar la tristeza ante la presencia del bien. Y entonces se intenta disimular, aunque no siempre se consiga.
Los niños, que no tienen doblez, no pueden ocultarla y la suelen manifestar con suma espontaneidad: todos hemos presenciado la reacción violenta del niño que arrebata a otro un juguete, o las lágrimas de la niña ante el regalo que su hermana acaba de recibir. En los adultos, aunque desearían que no se notara, la envidia aflora de diversas formas, como veremos más adelante. ¿Por qué estas reacciones?Un defecto en el modo de mirar. Comencemos por aclarar por qué el bien del otro produce tristeza, cuando debería generar alegría. La respuesta no está en el bien en sí, sino en mi modo de percibirlo o juzgarlo: es algo de lo que carezco y que, en el fondo, no acepto.
La no aceptación de mi carencia me lleva a mirar ese bien con retorcimiento, que se traduce en inconformidad con quien lo posee. Si yo aceptara con paz mis limitaciones y estuviera identificado con lo que soy y tengo, el bien de los demás no me inquietaría, más aún, me alegraría. Y en este caso, al alegrarme de los méritos de los demás, estaría actuando conforme al querer de Dios [3] .
Desde otro punto de vista, se puede decir también que el origen de la envidia radica en el egocentrismo, que toma cuerpo en forma de comparación. El propio sujeto se convierte en el término de referencia de los valores que descubre en los demás y, en lugar de mirarlos objetivamente como cualidades que los harían dignos de admiración, los ve en función de sí mismo y de manera negativa, como algo de lo que carece.
Esta desviación en el enfoque, provocada por la comparación, produce tristeza por su efecto egocéntrico la alegría depende también de nuestra capacidad de salir de nosotros mismos y porque concentra la atención en lo negativo: la carencia personal de esos valores. Si fuéramos capaces de descubrir lo bueno que hay en los demás, sin compararnos y con una disposición generosa, abierta al bien del prójimo, no habría reacciones de envidia.
En un proyecto de investigación norteamericano se entrevistó a un centenar de personas consideradas felices, con la esperanza de descubrir un denominador común. En un momento dado los investigadores se percataron de que mucho más de la mitad de ese centenar de personas felices 70% exactamente provenía de ciudades pequeñas; pero, por más que ello pudiese ser significativo, no representaba ciertamente la clave interpretativa que se andaba buscando.
Finalmente, los investigadores se vieron obligados a acuñar una palabra para describir lo que habían encontrado entre esa gente feliz: todos eran «descubridores de bien» (goodfinders), en el sentido de que tenían la capacidad de ver el bien en todo y en todos [4] .
La envidia, como se ve, adolece de un defecto en el modo de mirar el bien de los otros. El mismo origen etimológico de la palabra hace referencia a esta manera equivocada de orientar la mirada: procede del latín invidia, que significa mirar con malos ojos, esto es, con mirada retorcida interpretar negativamente lo positivo por excelencia: el bien.
Este mirar torcidamente el bien de los demás puede derivarse también en mirarlo más de la cuenta, lo cual provoca, por añadidura, un entorpecimiento para valorar el bien propio.
Séneca decía que «quien mira demasiado las cosas ajenas no goza con las propias». En cambio, quien sabe conformarse con lo que tiene o, mejor aún, agradecerlo, puede disfrutarlo sin que el bien de los otros le perturbe.La propia excelencia disminuida. Si damos un paso más y nos preguntamos por qué el envidioso se siente afectado negativamente al descubrir el bien ajeno, la respuesta la encontramos en la última parte de la afirmación de Tomás de Aquino: porque mira en ese bien un factor que disminuye su propia excelencia o felicidad [5] .
Esto lo entiende fácilmente quien vive comparándose con los demás y de alguna manera cifra su valía personal en salir favorecido de esas comparaciones. Si yo valgo porque soy mejor que el otro, porque poseo más cosas que él o porque lo supero en uno u otro aspecto, entonces dejaré de valer en cuanto me vea superado. Cada elemento positivo que surja en el otro me disminuirá y, en consecuencia, causará mi tristeza.

EL COLOR DE LA ENVIDIA

Aunque cueste mucho reconocerse envidioso e incluso se intente disimularlo, hay algunas manifestaciones que revelan la envidia al buen observador. Todas ellas pretenden reducir de alguna manera el bien ajeno para compensar el efecto peyorativo que provoca en quien envidia. Tal vez la más evidente sea la crítica, que pretende subrayar deficiencias que quitan valor al envidiado. También la difamación, que consiste en propagar hechos negativos que disminuyen la fama de la otra persona.
De manera más sutil, el silencio o la aparente indiferencia ante los méritos de los demás, o una especie de resistencia o bloqueo que impide contemplar con apertura y visión positiva lo que hacen sus logros y valía personal puede ser también una manifestación de este problema.
Otros recursos, como la burla o la ironía ante las cualidades o buenos resultados del otro, frecuentemente llevan la intención de relativizar sus méritos y quitarles brillo, por la envidia que producen.
Al envidioso le cuesta elogiar y, cuando ante la evidencia de los hechos no le queda más remedio que hacerlo, se siente obligado a añadir un complemento reductor al elogio: «fulano es muy inteligente, pero no muy culto»; «mengano tiene mucho prestigio profesional, pero es egoísta»; y así sucesivamente. O, en el mejor de los casos, dice: hay que reconocer que es un buen arquitecto o un médico competente, si no tiene otra salida, más que aceptarlo. Como la envidia consiste en la tristeza del bien ajeno, impide felicitar sinceramente o congratularse con quien ofrecería motivos.
La envidia suele manifestarse también corporalmente. Como el ser humano forma una unidad, no sólo lo físico repercute en lo psíquico como la salud en el estado de ánimo, sino también a la inversa: las emociones pueden producir efectos fisiológicos. Y así como la vergüenza ruboriza el rostro, el sentimiento de envidia parece generar una reducción de la circulación sanguínea que se refleja en la palidez de la cara. Por eso se habla de la pálida envidia o de la envidia lívida.
Hay, finalmente, una versión peculiar de la envidia que manifiesta con mucha evidencia su malicia y consiste en alegrarse con el mal ajeno, disfrutando pausadamente cada una de las desgracias que ocurren al otro.

AMBICIOSOS Y PUSILÁNIMES

Aunque cualquier persona pueda sentir envidia, hay quienes poseen una especial propensión. Tomás de Aquino dice que suelen ser envidiosos los ambiciosos de honor, los pusilánimes y los viejos [6] . Dejando de lado a estos últimos, cuya inclinación a la envidia puede originarse en la falta de aceptación de las limitaciones impuestas por la edad, veamos los otros dos casos.
El pusilánime, de ánimo pequeño, padece habitualmente un sentimiento de inferioridad que le lleva a sentirse agredido por todo lo que resulta superior a él y, en esa medida, se considera disminuido. Ese sentimiento suele estar vinculado a la inseguridad provocada por diversos factores, entre ellos, fracasos no resueltos interiormente, falta de resultados en el cumplimiento de obligaciones o en metas propuestas, algún defecto físico no asimilado, etcétera.
La solución en este punto radica, por una parte, en aceptar las propias limitaciones y, por otra, en hacerse consciente de los propios valores y capacidades para empeñarse en sacarles el máximo partido, en función del desarrollo personal y el servicio a los demás.
Cuando la pusilanimidad se torna en magnanimidad en grandeza de espíritu la vida se concibe como un don que genera agradecimiento en lugar de inclinarnos a la envidia: «Para encontrar el punto justo, que es el mejor y más verdadero y más bello, en cada acción de la vida diaria, hace falta haber reflexionado no sólo sobre cada una de ellas en particular, sino sobre el valor de la vida diaria misma. Al intentar vivirla con la mejor de las virtudes, es decir, con grandeza de espíritu, experimentamos y ayudamos a que los demás perciban el hechizo transcendente de la existencia que se nos regala» [7] .
El ambicioso de honor también queda especialmente expuesto a la envidia por su egocentrismo y vanidad. Posee un afán desordenado por destacar en todo respecto de los demás y no soporta que alguien lo supere. Cuando esto ocurre, siente que le están usurpando un derecho que considera exclusivo y la reacción de envidia no se hace esperar. El efecto final es la tristeza, que puede convertirse en frustración o incluso en resentimiento acompañado de una reacción violenta de venganza.

GENTE COMO UNO

Se puede experimentar la envidia frente a personas superiores, inferiores o iguales. En el primer caso, porque el envidioso no se puede equiparar con quienes están por encima de él, por ejemplo, el discípulo respecto del maestro. Mientras más evidente y objetiva es la superioridad, hay menor riesgo de envidia porque pesa poco el factor comparativo.
En el segundo caso, la envidia aflora cuando se percibe el progreso del inferior y se juzga como amenaza a la propia situación, cuando debería ocurrir lo contrario, sobre todo si al superior le corresponde promover al otro, como advierte Lewis con un ejemplo: «El profesor universitario tiene que trabajar con la vista puesta en el momento en que sus alumnos estén preparados para convertirse en sus críticos y rivales. Deberíamos sentirnos felices cuando llega ese momento, como el maestro de esgrima se alegra cuando su alumno puede ya “tocarle” y desarmarle» [8] .
Pero, definitivamente, es entre iguales cuando con más frecuencia suele surgir la envidia, porque es con quienes naturalmente se compite y establecen comparaciones.
¿Y TÚ QUÉ ENVIDIAS?
¿Qué es lo que se envidia en los demás? La respuesta a esta cuestión nos permite clasificar las diversas clases de envidia, según el aspecto concreto que la causa, y que puede ser cualquier forma de prosperidad o valor en el prójimo. Bajo esta consideración cabría hablar de los siguientes tipos de envidia:

  • Material: frente a los bienes materiales y económicos de los demás. Suele ser la forma más habitual y frecuente de todas.
  • Física: ante la belleza corporal o las condiciones fisico-atléticas de alguien.
  • Intelectual: la originada por la capacidad o dotes intelectuales del otro.
  • Cultural: ante los conocimientos de los demás, sus criterios o visión de la vida.
  • Psicológica: es más sutil y se refiere al tipo de personalidad, a ciertas cualidades emocionales, como la simpatía o alegría.
  • Social: frente al nivel socio-económico de otros o capacidad de relaciones humanas. El itinerario del resentido social ordinariamente comienza por no sentirse aceptado por los demás, de ahí pasa a la envidia y posteriormente al resentimiento.
  • Espiritual: aunque pueda resultar sorprendente, también cabe la envidia frente a la riqueza espiritual de ciertas personas, que consiste principalmente en su relación con Dios.

PASIÓN O VICIO

De acuerdo a la estructura y constitución del ser humano, cabe distinguir en la envidia varias dimensiones. En primer lugar, es un sentimiento, una pasión, como lo advierte García Hoz: «En el panorama psicológico ocupa la envidia un lugar entre los sentimientos superiores (…;es una tendencia de aversión contra el que, por el mero hecho de su superioridad, nos afecta desagradablemente; es fundamental esta conciencia de la propia inferioridad.
Psicológicamente hablando, tiene la envidia su contrario en la simpatía, tanto como sentimiento de atracción, cuanto por la existencia de la afinidad de sentimientos entre los simpatizantes» [9] .
Como el sentimiento tiene carácter emocional, puede convertirse en una pasión y traspasar el nivel racional de la persona, haciendo que pierda el dominio de sí misma. Por eso la envidia puede conducir a reacciones violentas y descontroladas, hasta la supresión de quien la provoca. Por envidia, Caín mató a su hermano Abel [10] .
La envidia es también un acto de la voluntad, dotado de libertad y, como va en contra del orden establecido por Dios para el ser humano en contra de la ley del amor, tiene carácter de pecado: «La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida» [11] .
Desde el punto de vista moral, hay que tener presente la diferencia entre un acto libre de la voluntad y el mero sentimiento como tendencia emocional. Esto último, si no se consiente si la voluntad lo rechaza y procura contrarrestar la mala inclinación [12] no es pecado.
Finalmente, cuando los actos libres se repiten en sucesivas ocasiones, suelen dar origen a hábitos que, si son malos, se denominan vicios. Así, además de ser un pecado que se puede cometer aisladamente, la envidia se convierte en vicio si se reitera una y otra vez.
Cuando al vicio se une la pasión, las consecuencias pueden ser imprevisibles. «La envidia es a la vez un vicio y una pasión; el primero se contrapone a la virtud y el segundo recae sobre el plano afectivo, pero como algo que embarga tanto, que tiene tanta fuerza por su contenido, que siendo algo emocional es capaz de traspasar el nivel intelectual y provocar en éste una ceguera de sus facultades» [13] .

«LA BUENA ENVIDIA»

La emulación es la otra cara de la envidia y, si cabe, su vertiente positiva. Emular es imitar, con competitividad sana, triunfos y ejemplos positivos observados en otras personas. Responde a un sentimiento noble y auténtico de superación. Por eso, en el lenguaje coloquial se le suele llamar envidia sana o buena: lleva a la propia persona, gracias a un esfuerzo de su voluntad estimulada por el triunfo ajeno, a empresas humanas de altura. En el orden sobrenatural, cabe incluso hablar de santa envidia [14] .
La envidia se distingue también de los celos, aunque coincide con ellos en que en ambos casos hay un problema de rivalidad. Su objeto es la consideración, estima, afecto o cariño que debe compartirse, cuando se consideran como derecho exclusivo; por eso los celos establecen siempre una relación triangular: hay una tercera persona que interfiere, real o imaginariamente, en el amor hacia alguien. En cambio, la envidia recae directamente sobre los bienes o valores de quien los posee.
En la auténtica amistad no hay lugar para la envidia, porque uno se considera partícipe del bien del amigo y se alegra con él. Tampoco lo hay para los celos: «La amistad es el menos celoso de los amores. Dos amigos se sienten felices cuando se les une un tercero, y tres cuando se les une un cuarto, siempre que el recién llegado esté cualificado para ser un verdadero amigo. Pueden entonces decir, como dicen las ánimas benditas en el Dante, “Aquí llega uno que aumentará nuestro amor”; porque en este amor “compartir no es quitar”» [15] .

ENVIDIA, ANTESALA DEL RESENTIMIENTO

El odio es lo contrario al amor, consiste en desear el mal al prójimo; por eso suele ir unido de alguna forma a la envidia, ya que la reacción del envidioso pasa fácilmente de entristecerse ante el bien del otro a desear su mal. Marina lo define así: «Experiencia de que alguien impide, obstaculiza o imposibilita nuestros fines no sólo por su comportamiento, sino por el simple hecho de existir: odio. Sentimiento aversivo, que puede acompañar a otros sentimientos como la envidia» [16] .
Entre la envidia y el resentimiento [17] hay varias diferencias: la envidia ordinariamente es la antesala del resentimiento y éste, además, incluye un afán reivindicativo: «¿Cuándo se encamina la envidia hacia el resentimiento? Cuando otra persona tiene algo de lo que uno carece, y esta posesión es atribuida a algún tipo especial de injusticia. Esto se refiere tanto a lo que esa otra persona posee como a lo que a uno le falta o, incluso, a la combinación de ambos. Es entonces cuando se van gestando en el interior de esa persona deseos de tomarse la justicia por su mano» [18] .
Marañón establece otras distinciones entre la envidia y el odio con el resentimiento: «Debe anotarse que el resentimiento, aunque se parece mucho a la envidia y al odio, es diferente de los dos. La envidia y el odio son pecados de proyección estrictamente individual. Suponen siempre un duelo entre el que odia o envidia y el odiado o envidiado. El resentimiento es una pasión que tiene mucho de impersonal, de social. Quien lo causa, puede haber sido no éste o aquél ser humano, sino la vida, la “suerte”. La reacción del resentido no se dirige tanto contra el que pudo ser injusto o contra el que se aprovechó de la injusticia, como contra el destino. En esto reside lo que tiene de grandeza. El resentimiento se filtra en toda el alma, y se denuncia en cada acción. La envidia o el odio tienen un sitio dentro del alma, y si se extirpan, ésta puede quedar intacta» [19] .

PUERTA A LA FELICIDAD

  • El primer paso consiste en percatarse del daño que la envidia produce: a quien la experimenta, porque es un obstáculo para su felicidad y para su relación con Dios; en las relaciones con los demás, porque es fuente de división y distanciamiento; en el prójimo, porque si se convierte en resentimiento puede incluir la intención de dañarlo.
  • Aceptarse a sí mismo, incluyendo tanto defectos como cualidades, lo cual coincide con la virtud de la humildad, que es la verdad sobre uno mismo. Quien se acepta a sí mismo puede aceptar a los demás y alegrarse con sus valores.No compararse con los demás o, si se quiere, compararse pero con la disposición positiva de superarse al descubrir su valía (emulación), y no para hacer depender el juicio sobre sí mismo de la referencia a los otros.
  • Ser capaces de ver el bien en todo y en todos (goodfinders), antes que lo negativo. Si no se tiene esta disposición, puede adquirirse mediante un esfuerzo continuado en la manera de percibir la realidad, hasta que se forme el hábito de la visión positiva.
  • Fomentar la magnanimidad, la grandeza de espíritu, sobre la base de una autoestima bien orientada fundamentada en los dones recibidos de Dios para erradicar todo sentimiento de inferioridad.
  • Como la envidia ordinariamente procede del orgullo egocentrismo, vanidad, ambición desordenada, cultivar la humildad, mediante el olvido propio y el servicio a los demás, es el mejor antídoto.
  • Distinguir entre la envidia como sentimiento y como acto de la voluntad, y mantener firme la decisión de no consentir la envidia aunque el sentimiento permanezca.
  • Para poner en práctica con eficacia los medios anteriores se requiere, finalmente, la ayuda de Dios, que hace falta pedir y recibir con el convencimiento de su necesidad.

Desde una perspectiva trascendente, el fundamento de la felicidad y el cauce profundo para evitar la envidia radican en el hecho de que la persona humana es «la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» [20] . Este amor es concreto, en el sentido de que Dios tiene un proyecto preciso para cada hombre, de cuya realización depende su felicidad. Quien se identifica con su propio proyecto y comprende que es el más adecuado, porque en última instancia procede de Dios, no se compara ni se inquieta ante el proyecto de los demás no da cabida a la envidia y mantiene abierta la puerta hacia la felicidad.
____________________

[1] Enrique ROJAS. Una teoría de la felicidad. Dossat 2000. Madrid, 1966. p. 323.

[2] Cfr. Tomás DE AQUINO. Suma Teológica. 2-2 q. 36, a. 2.
[3] «¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado -se dirá¾ porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros». San Juan Crisóstomo. Hom. in Rom. 7, 3.
[4] Cfr. P. POUPARD. Felicidad y fe cristiana. Herder. Barcelona, 1992. pp. 23-24.
[5] Ver nota 2
[6] Cfr. Tomás DE AQUINO. Op. cit. 2-2, q. 36, a. 1, ad 3 y 4.
[7] Rafael ALVIRA. Filosofía de la vida cotidiana. Rialp. Madrid, 1999. p. 11.
[8] Clive S. LEWIS. Los cuatro amores. Rialp. Madrid, 1994. p. 63.
[9] Víctor García HOZ. Pedagogía de la lucha ascética. Rialp. Madrid, 1963. p. 248.
[10] Cfr. Génesis, 4, 3-8.
[11] Catecismo de la Iglesia Católica. Coeditores Católicos de México. México, 1999. n. 2539.
[12] «Si cortas de raíz cualquier asomo de envidia, y si te gozas sinceramente con los éxitos de los demás, no perderás la alegría». Josemaría Escrivá. Surco. MiNos. México, 1987. n. 93.
[13] Enrique ROJAS. Op. cit. p. 311.
[14] «Habrás pensado alguna vez, con santa envidia, en el Apóstol adolescente, Juan, quem diligebat Iesus ¾ al que amaba Jesús¾ . ¿No te gustaría merecer que te llamaran “el que ama la Voluntad de Dios”? Pon los medios, día a día». Josemaría Escrivá. Forja. MiNos. México, 1996. n. 422.
[15] Clive S. LEWIS. Op. cit. p. 73.
[16] José Antonio MARINA. El laberinto sentimental. Anagrama. Barcelona, 1997. p. 125.
[17] Cfr. Francisco UGARTE. Del resentimiento al perdón. Una puerta a la felicidad. Ediciones Populares. Guadalajara, 2000.
[18] Enrique ROJAS. La ilusión de vivir. Temas de hoy. México, 1999. p. 143.
[19] G. MARAÑÓN. Tiberio. Historia de un resentimiento. Espasa-Calpe. Madrid, 1981. pp. 28-29.
[20] Documentos del Concilio Vaticano II. Gaudium et spes. 24, 3.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter