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Paridad, peligroso freno inflacionario

Las políticas monetarias y de paridad instrumentadas por el Banco de México durante el último sexenio afectan aún nuestra economía real. La inflación acumulada de enero de 1996 a noviembre de 2000, último mes del gobierno de Zedillo, fue de 112.2%, mientras que en Estados Unidos fue de 13.4%. A pesar de la diferencia, el Banco de México sólo devaluó el peso 23.1%.
Por lo tanto, y esto es lo grave, durante los últimos cuatro años y diez meses del régimen zedillista la producción mexicana perdió 52% de competitividad frente a Estados Unidos, sólo por razones de políticas con relación al desempeño en el control de la inflación y la política de paridad , es decir, ajenas a las empresas, sus directivos y trabajadores.
Para poder afirmar lo anterior me baso en el siguiente análisis.

LIBRE FLOTACIÓN DE LA MONEDA

Hay libre flotación de una moneda cuando la paridad es determinada en el mercado por las fuerzas de la oferta y la demanda de divisas.
Con esta política, las autoridades no requieren acumular reservas de divisas con fines cambiarios: no venden dólares para bajar su precio cuando haya una sobredemanda de dólares, ni aumentan la tasa de interés para contrarrestar la salida de divisas o inducir la entrada de dinero o capitales. No se incrementa el endeudamiento externo con fines cambiarios o para aumentar las reservas de divisas del país, ni las autoridades inducen entradas de capitales o dinero al país para financiar la balanza de mercancías y servicios.
Las autoridades tampoco inducen expectativas optimistas (una forma de expectativas erróneas) en el público sobre la inflación nacional esperada, ni a través de intervenciones directas o indirectas en la bolsa de valores.
En síntesis, si hay libre flotación de la moneda las autoridades confían en que las instituciones financieras, casas de cambio, bancos y el mismo público, clareen el mercado de divisas. Al contrario, si intervienen para afectar o inducir el precio de la divisa, hay una política de administración sucia de la paridad.
CÓMO CONTROLA EL TIPO DE CAMBIO A LA INFLACIÓN
Cuando la inflación de un país es superior a la internacional, el tipo de cambio la frena si las autoridades establecen una política de paridad nominal (moneda nacional por dólar) lo más constante posible, o si la devaluación es menor a la discrepancia entre la inflación doméstica y la internacional .
Si la diferencia inflacionaria no es compensada con una depreciación de la moneda, ésta se sobrevalúa, es decir, adquiere aproximadamente la misma cantidad de dólares, aunque en realidad su poder de compra sea ahora mucho menor. Con fines de medir sólo el impacto de las políticas monetaria, de inflación y paridad, bajo la responsabilidad del Banco de México, no considero aquí los cambios relativos en la productividad internacional y en las remuneraciones a los trabajadores .
Cuando los insumos y bienes domésticos de consumo nacionales presentan una mayor inflación que la internacional y esta discrepancia no es corregida con un ajuste cambiario, nuestros bienes de exportación reciben el impacto, en precio y calidad, de la competencia de los productos importados. Tanto nuestra economía real como el aparato productivo nacional se ven afectados, las empresas mexicanas cierran y se pierden sus empleos.
Así, cuando las importaciones æque se han abaratado relativamente de manera artificial por las políticas monetaria y de paridadæ aumentan su proporción en las canastas de bienes y servicios de consumidores y productores nacionales, impactan a la baja la medición de la inflación nacional. Este impacto estabilizador en la inflación nacional puede ser importante, dada la magnitud del flujo de comercio internacional en México ævalorado en 340 mil 896.9 millones de dólares en 2000æ, por lo que la relación peso-dólar es fundamental para el país.
LA POLÍTICA «DE FLOTACIÓN»
La gráfica 1 muestra la política de paridad establecida por las autoridades en los dos últimos sexenios. El tipo de cambio nominal fue casi constante durante el gobierno de Salinas y, mientras fue posible, persistió en el régimen de Zedillo. En su período se pueden identificar tres niveles promedio y tres ajustes a la paridad; después de cada ajuste las autoridades vuelven a bajarla como si quisieran que el público no incorporara a sus expectativas de inflación la última corrección.
Otra característica de la política «de flotación» se ve en la gráfica 2. Para lograr la estabilidad promedio en el tipo de cambio nominal, las autoridades del Banco de México optaron porque la verdadera flotación se manifestara en la tasa de interés, variable que da un salto cada vez que se contiene la presión devaluatoria.
En 1995 esta política afectó de manera directa a las empresas, que al elevarse la tasa de interés a más de 100% anual vieron multiplicar sus adeudos bancarios, su servicio de la deuda y problemas de liquidez, lo que agravó la crisis de cartera vencida de los bancos y muchas de sus secuelas.
De haberse aplicado una política de libre flotación de mercado, cualquier riesgo cambiario se hubiera eliminado instantáneamente con un alza en la paridad, sin afectar la tasa de interés, porque se habría eliminado el componente de protección por riesgo cambiario.
En cambio, la política de contención artificial, en una situación de riesgo cambiario subyacente, sí afecta la tasa de interés que, ante la inflexibilidad relativa de la paridad, se elevó para compensar el nivel de riesgo percibido por el público.
En la misma gráfica observamos que, cada vez que la presión devaluatoria en el mercado se modera, las autoridades monetarias inducen la tasa de interés otra vez a la baja. La variación de la tasa de interés a través del tiempo y la magnitud de sus movimientos bruscos en México contrastan con los movimientos discretos y pequeños que promueven las autoridades monetarias en Estados Unidos.
Es importante señalar que otro elemento que flotó en lugar de la paridad fue el endeudamiento público externo, sobre todo a principios del sexenio 1994-2000. Lo cual nos permite entender cómo las autoridades gubernamentales han preferido endeudar al país (el llamado «blindaje financiero» no es otra cosa que más endeudamiento y pago de intereses), lo que ha sido de provecho durante varios gobiernos para que el capital internacional especulativo saque el dinero del país sin sufrir los costos devaluatorios. Después, México es el que se queda con el incremento en el endeudamiento y sus costos sociales.
Casi siempre, cuando la economía ya no puede financiar la salida neta de divisas, la paridad es corregida de manera abrupta, consecuencia de la sobrevaluación acumulada. Todo ello creó incertidumbre e inestabilidad recurrentes en los últimos cinco sexenios.
IMPACTO EN LA COMPETITIVIDAD MEXICANA
En diciembre de 1995 las condiciones de comercio exterior eran razonables: el país se recuperaba de los errores de política monetaria posdevaluatoria. La balanza comercial del aparato productivo mexicano, sin considerar las maquiladoras, había corregido totalmente su déficit y mostraba un pequeño superávit de 115 millones de dólares. Las exportaciones nacionales y el saldo de la balanza de divisas de transacciones fronterizas mostraban una dinámica satisfactoria. Las importaciones de mercancías tendían a estabilizarse, a pesar del ajuste a los precios internos. Pero, sobre todo, la actividad productiva nacional se reforzaba gracias al creciente abastecimiento al mercado y aparato productivo interno y al mercado de exportaciones con productos mexicanos competitivos.
Estos hechos sustentan la consideración de enero de 1996 como la fecha para iniciar la evaluación de las políticas de control efectivo de la inflación y de paridad del Banco de México, y sus consecuencias para el país (ver gráfica 3). No entro aquí en la controversia del tipo de cambio «óptimo» para la economía, ya que es un concepto en el que hay poco consenso técnico entre economistas y su discusión no siempre está desprovista de intereses personales.
Sólo quiero enfatizar un principio muy sencillo: al margen de cuál sea el tipo de cambio «correcto», las autoridades no deben generar por razones políticas æde imagen y política macroeconómicaæ una pérdida artificial de competitividad en la producción nacional, de manera que sean los empresarios, trabajadores y el aparato productivo mexicano quienes paguen el costo, a pesar de sus esfuerzos de eficiencia, productividad y modernización.
EFECTOS EN LA BALANZA COMERCIAL
El déficit o superávit en la balanza comercial de México es resultado de restar a las exportaciones de mercancías el valor de las importaciones. Como veremos enseguida, al final del régimen de Zedillo se habían creado condiciones en la balanza comercial de México tanto o más criticas que las existentes previas a la devaluación de 1994.
Con la finalidad de conocer con mayor precisión lo que pasa, he desglosado la balanza comercial en tres:
1. La balanza comercial total, base de las campañas publicitarias del gobierno zedillista, que presentaba a México como el país de mayor crecimiento en exportaciones y el mayor exportador de Latinoamérica (verdad incompleta, en realidad).
2. La balanza comercial que excluye al sector maquilador, por ser principalmente un enclave de empresas extranjeras en nuestro país. Esta balanza es más apropiada para conocer la situación del comercio externo del aparato productivo mexicano.
3. La balanza comercial que excluye, además de las maquiladoras, las exportaciones de petróleo, que con las fuertes fluctuaciones en su precio pueden ocultar las tendencias del comercio exterior en los sectores empresariales nacionales que más nos interesa conocer. Debo advertir que, aún en esta aproximación, no hemos excluido las industrias automotriz terminal, químico farmacéutica y otras muy importantes que son también predominantemente extranjeras.
En la gráfica 4 vemos cómo, ante políticas análogas de paridad entre Salinas de Gortari y Zedillo, tendentes a sobrevaluar al peso, las tres balanzas repiten un patrón de comportamiento semejante.
La balanza comercial total mostró superávit hasta julio de 1997. Sin embargo, sólo fue gracias al superávit de la industria maquiladora. En 1998 esta balanza cayó a -7 mil 742 millones de dólares, en 1999 disminuyó a -5 mil 583.7 millones de dólares y en 2000 el déficit aumentó 44.15%, con un saldo de -8 mil 048.9 millones de dólares.
La balanza que excluye las maquiladoras fue deficitaria un año antes que la total, a pesar de incluir las exportaciones petroleras. Parecía que el déficit se estabilizaba para 1999 en -18 mil 765 millones de dólares, a un nivel semejante al previo a la devaluación de 1994. Sin embargo, se incrementó 37.1%, al alcanzar -25 mil 726.9 millones de dólares en 2000, mayor al que existió en 1994.
La última balanza comercial retrata mejor el comportamiento del aparato empresarial privado mexicano. Este sector manifiesta una tendencia de deterioro creciente e ininterrumpido desde 1996, con un déficit de -40 mil 611.2 millones de dólares para 1999, superior en 8 mil 899.2 millones de dólares al déficit que mostró momentos previos a la devaluación de 1994.
En síntesis, al anunciar oficialmente el éxito del comercio exterior mexicano, las autoridades omitieron que la balanza comercial del aparato productivo nacional se ha deteriorado hasta niveles incluso mayores a los momentos previos a la devaluación de 1994 y, segundo, que «el éxito» de nuestro comercio internacional se sustenta sobre todo en la industria maquiladora, necesariamente vulnerable a los ciclos económicos de los países sede y, de manera más aleatoria e insegura, a los precios remuneradores de nuestras exportaciones de petróleo. Aún así, estas partidas no lograron contrarrestar el creciente déficit.
Si a lo anterior le sumamos el saldo negativo de la balanza de servicios, se duplica el déficit total, que deberá ser financiado con capital externo y nos compromete cada día más como país.
¿ESTAMOS EN RIESGO?
Durante los últimos 30 años, la inflación nacional, más elevada que la internacional, ha sido acompañada por una política que mantiene la paridad nominal promedio lo más constante posible. Al final de cada sexenio, las fuerzas reales del mercado se sobreponen a la fantasía y corrigen el tipo de cambio de manera abrupta.
En la medida que las autoridades permitan que las distorsiones en la economía real continúen o aumenten, por la incongruencia entre las políticas monetaria y de paridad, corremos el riesgo de continuar pagando el costo nacional siguiente:
De enero de 1995 a noviembre de 2000, nuestro aparato productivo perdió 52% de competitividad frente a Estados Unidos. Esta pérdida artificial de competitividad, que se ha dado sexenio tras sexenio, ha afectado gravemente y de manera crónica la rentabilidad de los sectores productivos mexicanos, sobre todo el agropecuario y el industrial. La situación empeora aún más con una política de apertura indiscriminada a importaciones, competencia desventajosa para la producción nacional.
El abaratamiento relativo de las importaciones y encarecimientode nuestra producción contrae los mercados potenciales de las empresas mexicanas, afectando sustancialmente su capacidad generadora de empleos y, paradójicamente, a través de las crecientes importaciones nos hacemos generadores de actividad económica y empleo en otros países, pero no en el nuestro, que es donde más necesitamos esas fuentes de trabajo.
Un estado permanente de creciente desventaja competitiva, que sólo recibe breves respiros en el peor momento: después de una corrección abrupta, ha acabado prácticamente con el esfuerzo de décadas de muchos empresarios y trabajadores mexicanos: la industria y el comercio mexicanos están desapareciendo y pronto el sector agropecuario, siempre desprotegido pero con grandes empresarios, quizás termine por sucumbir, transfiriéndose también a manos extranjeras.
En los últimos 18 años de modelo neoliberal, la política de paridad y la apertura indiscriminada de la economía cambiaron eficaz y significativamente la estructura de la propiedad de los productores mexicanos, pues redujeron su participación y favorecieron la del capital extranjero.
El modelo vigente de industria maquiladora, de indudables beneficios al generar empleo, limita su aportación a salarios, rentas y energéticos, por su pobre vinculación con el aparato productivo nacional y favorecido por una política de salarios y remuneraciones que también opera como ancla para controlar las expectativas del público sobre la inflación.
Es importante y urgente destacar que las empresas maquiladoras tienen importantes ventajas competitivas para desplazar a futuro a los productores nacionales y posesionarse del mercado interno, entre ellas: su operación a gran escala, su tecnología de punta, sus ventajas fiscales y el uso de precios de transferencia para remitir el valor agregado o riqueza a sus países de origen.
Por último, las ventajas que obtendrán los productos de las maquiladoras al alcanzar plena vigencia los tratados de libre comercio: quedarán en su totalidad desgravados de aranceles por considerarlos iguales a los nacionales, al cumplir las reglas de origen con componentes de la región comercial y no necesariamente de México.
HERENCIA MALDITA
Al aceptar la existencia de una condición macroeconómica sólida y que no habría otro «error de diciembre», el entonces gabinete de transición del actual gobierno se precipitó. Nadie puede afirmar que con las tendencias que presentan los indicadores aquí analizados, y la perseverancia en la política de paridad de siempre, no termine imponiéndose tarde o temprano la economía real.
El control inflacionario que heredó Salinas de Gortari a Zedillo era eficaz, pues estaba respaldado sólidamente por una política monetaria antiinflacionaria. En cambio, el que recibió Fox era débil y fue precedido por una política monetaria expansiva preelectoral. Por otro lado, la pérdida de competitividad internacional acumulada por México es peor que la que existía en los momentos previos a la crisis devaluatoria de 1995.
Sin embargo, debemos reconocer que existen diferencias en la situación financiera nacional en el momento de la transición gubernamental, comparada con la de 1994, que permiten al nuevo régimen sostener estas distorsiones con un alto costo social y económico para la nación:
v Ahora no tenemos los entonces tesobonos, nominados en moneda extranjera, que vencían a corto plazo. En su lugar existen flujos voluntarios de inversión extranjera directa y en portafolios de inversiones especulativas.
v Se han liquidado de manera adelantada los adeudos de los financiamientos de emergencia que nos otorgó el Fondo Monetario Internacional durante la crisis del 95.
v Para favorecer la entrada de divisas que financien el creciente déficit en la balanza comercial y la cuenta corriente, el gobierno de Fox promueve prioritariamente estos flujos de capitales y dinero extranjero. Advertencias, ningún capital entra a nuestro país sin la expectativa de poder retirar, en el futuro, flujos de valor presente superior al que entró. Y, aunque entraran los recursos para cubrir los crecientes déficit, esta «solución» financiera deja totalmente vigente la desventaja del aparato productivo mexicano.
v Los organismos internacionales han financiado una demanda extraordinaria de dólares, conocida como «blindaje», con el interés de que México no vaya a desencadenar una crisis financiera internacional al infligir los costos de una devaluación a los capitales especulativos que se retiren del país. Por tanto, para México el costo será el aumento de la deuda externa y, después, la mayor salida de divisas para pagar su servicio.
Pero ¿hasta qué punto estas políticas económicas prácticamente regalan los mercados y la economía nacionales a otros países y nos inducen a ser sus principales proveedores de mano de obra barata y consumidores de sus productos en nuestro propio mercado? ¿Estaremos entregando la soberanía nacional por un plato de lentejas? ¿Será capaz el nuevo gobierno de liberarse de todo lo que de pernicioso tenga el modelo de desarrollo económico que heredó?
Aquí nos resulta claro que el manejo de las políticas monetaria, de paridad y de tasas de interés son muy importantes. Y que, detrás del enfoque casi exclusivamente financiero prevaleciente en las autoridades del Banco de México, merecen también su especial atención los impactos de esas políticas en la economía real. La ciencia económica, como ciencia social que es y no mecanicista, sólo cobra sentido y plenitud al servicio del hombre y el bien de la sociedad.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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