El maestro relojero
Christophe Bataille
Novela
Tusquets. México. 1998, 158 págs.
Christophe Bataille
Novela
Tusquets. México. 1998, 158 págs.
El tiempo se teje en derredor nuestro como una bruma espesa, de la cual, a veces, no podemos escapar. Christophe Bataille, joven escritor francés, ha mezclado un poco de esa bruma en la tinta de su pluma y ha tejido para nosotros una fábula delicada. El maestro relojero es la historia de doscientos dieciocho relojes que tienden un puente de péndolas y maquinarias entre dos hombres: uno que los hace funcionar y otro a quien fragmentan la vida en segundos.
La ciudad bellamente triste del duque de Gonzagues no distingue el día de la noche: todo sucede por el cumplimiento exacto del girar de las manecillas; de doce a doce. El oficio de Arturo, el relojero polaco, consiste en mantener la vida del tiempo en un paseo diario por todas las salas del palacio. El orden impecable y el misterio que enlaza al hombre entre el devenir y lo eterno trazan en cada viaje su propia historia, donde cada hora se cumple como siempre y, sin embargo, tiene una sorpresa.
El universo de estos personajes tiene una textura onírica, resultado del lenguaje con cuerpo de prosa y alma de poesía; salpicado a veces por ciertas notas de sensualidad a tono con la delicadeza de la obra. Las voces, incluso la del autor, hablan en murmullos. ¿Cómo hacer de otro modo sin evitar que se rompa la magia?
Celebro la traducción de Javier Albiñana y el acierto indiscutible de Tusquets para ilustrar el ambiente de El maestro relojero con el pincel de Remedios Varo, en una analogía casi perfecta.
La ciudad bellamente triste del duque de Gonzagues no distingue el día de la noche: todo sucede por el cumplimiento exacto del girar de las manecillas; de doce a doce. El oficio de Arturo, el relojero polaco, consiste en mantener la vida del tiempo en un paseo diario por todas las salas del palacio. El orden impecable y el misterio que enlaza al hombre entre el devenir y lo eterno trazan en cada viaje su propia historia, donde cada hora se cumple como siempre y, sin embargo, tiene una sorpresa.
El universo de estos personajes tiene una textura onírica, resultado del lenguaje con cuerpo de prosa y alma de poesía; salpicado a veces por ciertas notas de sensualidad a tono con la delicadeza de la obra. Las voces, incluso la del autor, hablan en murmullos. ¿Cómo hacer de otro modo sin evitar que se rompa la magia?
Celebro la traducción de Javier Albiñana y el acierto indiscutible de Tusquets para ilustrar el ambiente de El maestro relojero con el pincel de Remedios Varo, en una analogía casi perfecta.
