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Para triunfar sobre el fracaso

La proliferación de las más diversas técnicas y estilos psicoterapéuticos confunde con facilidad a los pacientes enfrentados a la necesidad de decidirse por éste o aquel procedimiento. Ante este laberinto, el lector podrá encontrar en esta obra de Frankl un adecuado marco de referencias para su orientación personal, a pesar de que el autor se ciña únicamente a su método particular: la logoterapia.
Esto es posible gracias a que Frankl empieza por reconocer las limitaciones de todo método científico. La ciencia no es la realidad: así como ayuda a conocerla, en determinadas circunstancias puede enmascararla o incluso tergiversarla. La ciencia se sirve de modelos, de prefabricadas analogías de la realidad, más fácilmente observables, cuantificables y manipulables que la realidad misma. Esto supone una aproximación a la realidad desde un punto de vista necesariamente limitado. Se renuncia, pues, a las dimensiones reales que fueron excluidas del modelo.

ALGO MÁS QUE REFLEJOS E INSTINTOS

Precisamente por eso, no debiera tomarse la parte (descubierta por la ciencia) por el todo (la realidad a que pertenece el sector estudiado), defecto en que incurre el reduccionismo.
En el ámbito de la psicoterapia, el reduccionismo científico atenta contra lo más íntimo del ser humano. El hombre queda reducido a meros reflejos, instintos, procesos cerebrales o moléculas. Pero de este modo la misma ciencia se traiciona, ya que esa imagen reductiva no es resultado de las pertinentes demostraciones científicas, sino de las extrapolaciones erróneas.
La psicología científica se ha transformado, en las manos de algunos investigadores, en una psicología sin hombre, sin sujeto, sin mente y sin alma. En consecuencia, parte de la psicología actual se ha alejado irremediablemente del hombre común. Pues el hombre de la calle no se entiende a sí mismo como una cadena de reflejos, ni como un puñado de instintos a la deriva. No se ve como un títere cuyas reacciones hayan sido genéticamente determinadas, ni como un mecanismo neurofisiológico clausurado en su propio reducto e impermeable a la conciencia de la libertad y responsabilidad.

UNA IMAGEN DEL HOMBRE

“No hay ninguna psiquiatría escribe Frankl sin una concepción del hombre y sin una visión del mundo”. Todo psicoterapeuta tiene una determinada imagen del hombre, aunque no lo sepa, ni quiera saberlo o se empecine en tratar de demostrar lo contrario.
Cualquiera que sea esa imagen, en mayor o menor grado acabará influyendo a veces decisivamente en el proceso terapéutico y en el propio paciente. No es de extrañar que vislumbren esto muchos clientes, que consideran prudente conocer la concepción del hombre que tiene el terapeuta antes de acudir a su consulta.
La psicoterapia, continúa Frankl, debe evitar la tentación de cerrar los ojos a los valores, al espíritu. Si cae en esta ceguera, pierde su mejor carta para lograr la curación del paciente. Incluso, muy probablemente, puede agravar el mal, al impedir que el enfermo se entienda a sí mismo en su íntegra realidad y, por tanto, que encuentre el sentido de su vida.
Cuando el psicoterapeuta sucumbe al reduccionismo, se indispone para encontrarse con una persona humana completa y única, es decir, con el hombre humano que no se deja simplificar por ninguna de las modalidades del cientificismo actual. El médico se enfrenta entonces al paciente sólo desde su perspectiva de especialista, actuando como si el enfermo no fuera sino un esquema, la deformada hechura a que lo ha reducido mediante sus conocimientos el especialista y su olvido de lo que es la persona humana.

LA FIEBRE DEL ÉXITO

El error de las psicoterapias reduccionistas se revela particularmente en la incapacidad para curar las neurosis típicas de hoy. La raíz de estas crisis psíquicas está en una concreta concepción de la vida, que lleva a una conducta dominada por el afán de éxito. En este esquema no tienen lugar los fracasos; cuando éstos llegan, la persona se revela incapaz de encontrarles sentido. Frankl llama homo faber a este tipo humano.
“El homo faberexplica el autor es exactamente lo que se denomina una persona de éxito; sólo conoce dos categorías y sólo piensa en ellas: éxito y fracaso”. Esta clase de hombre llena su existencia produciendo. Muchos yuppies, actores, intelectuales o políticos de hoy son típicas encarnaciones del homo faber, que ha optado en su vida por la fiebre de la producción, por realizarse únicamente a través de lo hecho.
¿Cómo podrá una persona así soportar la vida cuando, a causa de una enfermedad, ni siquiera tiene la posibilidad de tomar las riendas de su propio destino? En tal caso cuando ya no es posible acción alguna, parece lógico que el homo faber se desespere. Estos pacientes llegan hoy al psiquiatra y tal vez más frecuentemente que antes en busca de consuelo y de ayuda.
La otra reacción ante el sufrimiento, señala Frankl, es la del homo patiens, aquel que ha optado por actitudes valiosas, en lugar de perseguir sólo valores productivos. Frente al homo faber para quien el triunfo del homo patiens le parece necedad, absurdo y escándalo, este segundo tipo de persona percibe el mundo de los valores como realización personal.
El homo patiens es consciente de que puede realizarse hasta en el fracaso más profundo y en el descalabro más extremo. Para el hombre doliente, el no desesperarse constituye ya un modo de realización. Así, puede llevar una vida con sentido a pesar del aparente fracaso. Y es que el sufrimiento alberga muchas posibilidades de sentido: un rango de valores muy superiores al que ofrece el producir. El hombre doliente hace suya la afirmación de Goethe: “No existe ninguna situación que no se pueda ennoblecer por la acción o por la resistencia”.

PSICOTERAPIA Y CURA DE ALMAS

En el ámbito clínico, las anteriores actitudes ante la enfermedad tienen una relevancia decisiva. El homo faber suele responder al sufrimiento rebelándose con odio por falta de sumisión o renunciando a la lucha por falta de coraje. En cualquier caso, no acepta lo que le sucede y, sobre todo, no saca de ello ningún provecho.
Por el contrario, el hombre doliente encuentra en el sentido de su sufrimiento no sólo una dignidad ética, sino además una dignidad antropológica, que es lo que le realiza personalmente. El hombre doliente descubre en el sufrimiento la posibilidad del sacrificio voluntario, donde se le revela la esencia de la persona.
En cambio, la obsesión por escapar del sufrimiento a toda costa agudiza la enfermedad. Algunos pacientes hacen depender la curación del hecho de liberarse de la neurosis. Pero, como asegura Frankl, “no es la libertad de la neurosis lo que nos convierte en auténticos, en hombres que conocen la verdad o que incluso se deciden por ella, sino que es la verdad la que nos hace triunfar sobre la tragedia que forma parte de la esencia de la existencia humana; y, en este sentido, la verdad nos libera del sufrimiento, mientras que nuestro simple estar libres del sufrimiento no sería capaz ni mucho menos de acercarnos a la verdad”.
Baste recordar aquí que el hombre no es libre frente a la verdad, sino que es la verdad la que le permite ser libre. Por eso, nada tiene de particular que la cura de almas se haya mostrado en ocasiones tanto o más eficaz para el tratamiento de las neurosis que las psicoterapias tradicionales. Porque la dirección espiritual comprensiva y exigente, paciente y estimulante, constituye una poderosa ayuda para el encuentro con uno mismo, con lo más recóndito de la propia intimidad.
Es ahí precisamente donde tiene que hacerse la luz en estos pacientes para que emerja la verdad, el principio al que ajustar la propia vida. Sólo cuando se vive en la verdad sin ocultar o enmascarar lo que realmente se es, es decir, cuando descubrimos lo que somos y lo que debemos hacer con nuestras vidas, sólo entonces comenzamos a ser libres. Desde esta perspectiva, vivir en la verdad constituye además una excelente medida preventiva contra el padecimiento neurótico.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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