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Los nuevos totalitarismos

El peligro totalitario acecha a Occidente con un nuevo ropaje: el de las ideocracias intolerantes con toda moralidad objetiva. Desde la caída del muro de Berlín se ha difundido en la cultura europea lo que se ha llamado una cierta mentalidad de búnker, tras la que alguna intelligentzia se atrinchera, y que parece alimentar una agresividad latente hacia toda valoración objetiva de conductas con vocación universalista. Sobre todo si la objetivación de valores tiene un trasfondo religioso. En esencia es la misma mentalidad, aunque son distintos protagonistas, que hace muy poco negaba a los derechos humanos su potencial universalidad, es decir, su capacidad de adaptación a cualquier cultura.
El secuestro de la verdad
Frente a este último planteamiento, la Conferencia de Viena proclamaba hace unos meses los derechos humanos como universales, indivisibles e interdependientes, de aplicación incondicional en los ámbitos nacional e internacional. Sin que pudiera esgrimirse como coartada para su aplicación la historicidad de las diversas culturas ni el juego de las mayorías. Es en esta misma línea donde hay que inscribir, en mi opinión, la encíclica de Juan Pablo II publicada oficialmente el 5 de octubre.
Ciertamente, buena parte de ella se refiere a discusiones teológico-morales dentro de la Iglesia, pero su trasfondo se eleva sobre éstas apuntando directamente a una clara preocupación antropológica que le lleva a inquirir por los grandes problemas de la humanidad. Basta reparar en a contundente afirmación de que en el corazón de la cuestión cultural está siempre el sentido moral. O en la necesidad de una radical renovación personal y social capaz de asegurar la justicia, la solidaridad, la honestidad y la transparencia, en la vida pública. En este aspecto me parece que la confirmación clave es ésta: Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder.
Efectivamente ahí radica la esencia última de los totalitarismos modernos, que no es otra sino el secuestro y la relativización de la verdad: su transferencia al individuo (totalitarismo de la conciencia), al estado (totalitarismo político), o al partido (totalitarismo de las mayorías).

Tendencias idolátricas

La Veritatis Splendor alerta frente a las tendencia idolátricas de estas nuevas ideocracias transmutadas en cuasi-religiones. O mejor, frente a su degeneración progresiva que si hace unos decenios llevó del socialismo al comunismo estalinista y del nacionalismo al fascismo, ahora corre el riesgo de prostituir los valores de la democracia liberal en una suerte de radicalismo relativista con cierto sabor totalitario. Es el peligro al que se refiere el texto de Juan Pablo II cuando se elimina de la conciencia civil cualquier punto de referencia moral despojándola radicalmente del reconocimiento de la verdad objetiva. Al conformarse el Estado en una especie de tierra de nadie, apta para ser colonizada por cualquier ideología con vocación de religión, se corre el riesgo de que la sociedad civil, una vez ideológicamente plasmada, se torne refractaria a todo otro influjo y, por tanto, intolerante. Precisamente – la observación es de Galbraight – lo contrario a lo que son esos hombres altamente civilizados, a quienes el mundo les parece bien, tal cual es en líneas generales, pero que saben ser inmensamente tolerantes con quienes creen que debería mejorarse.

Rearme axiológico

Lo que parece pedir Juan Pablo II es un rearme axiológico de la conciencia civil que impida que las ideas puedan ser instrumentalizadas para fines de poder. De ahí, que vuelva a alertar frente a ese totalitarismo visible o encubierto, a que fácilmente conduce una democracia sin valores. Lo que en mi opinión el texto pontificio observa con reticencia es un Estado o una sociedad que haga propia -a veces sin clara conciencia- aquella visión de neutralidad que denunciaba Dante cuando reservaba los lugares más profundos del infierno a los que, en épocas de crisis moral, conservan su neutralidad.
Por lo demás, no es la Veritatis Splendor una concatenación de absolutos morales negativos y rigoristas. Es más bien una serie de enunciados cuya enseñanza tiende a proteger a la persona y su dignidad haciéndole notar cuáles son los callejones sin salida si la libertad no se orienta hacia la verdad. De ahí que la nueva evangelización que postula no sea pesimista e intolerante, sino profundamente optimista y llena de esperanza en la capacidad del hombre de arrojar lejos las cadenas de nuevas y antiguas servidumbres. No una reedición de lo que ha existido, reedificando una Europa dominada por los católicos bajo, la guía del Papa, sino más bien el intento de que sean desveladas al hombre las fuentes de su identidad, y que sea capaz de desarrollar toda la plenitud de su ser. En suma, una buena guía para liberar al hombre de los totalitarismos que lo amenazan.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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