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El crisol del realismo mágico. Centenario del nacimiento de Juan Rulfo

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.
Francisco de Quevedo

Parteaguas de la literatura mexicana, Juan Rulfo marca el fin de la novela revolucionaria y pasa a la historia por crear personajes que encarnan la cotidianidad y el encanto de un entorno quimérico.

Por estos días se cuentan ya 100 años del nacimiento de Juan Rulfo, escritor mexicano quien de cepa jalisciense, nació un 16 de mayo de 1917. Con El llano en llamas (1948) y Pedro Páramo (1955), Rulfo alcanzó fama rotunda a nivel nacional e internacional; éxito que él ni siquiera sospechaba, habiendo sido un autor más bien de temperamento retraído y carácter reservado.

Creo que nada es fortuito en la vida de cada ser humano y esto se manifiesta de un modo más claro y contundente en la exposición de las biografías y las obras de poetas y escritores que han dado luces, con sus vidas y pensamiento a las páginas de la historia.

El realismo mágico si bien es cierto que nace en el siglo XX, como corriente literaria, que el periodista y humanista venezolano Arturo Uslar Pietri (1906-2001) define como “… la consideración del hombre como misterio en medio de datos realistas. Una adivinación poética o una negación poética de la realidad”, parece haber nacido con esta pluma rulfiana, no obstando se diga que este estilo nace con anterioridad en Europa o que se le conceda el cetro de su inventiva a García Márquez, ya que en el crisol de la vida, las letras, la inspiración y el pensamiento de Juan Rulfo se decantaba esta manera de escribir, siendo él mismo, con toda su realidad y con aquello que llamamos magia, la materia prima del deseo, de los sueños y de la poesía, de su poesía: “Oía de vez en cuando el sonido de las palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras que había oído entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños.”1

Dado que la literatura pertenece a la esfera de lo espiritual, porque no hay letra que se escriba desde lo más puro e inocente del ser, que es el inconsciente, y si tomamos en cuenta lo que el poeta R.M. Rilke dijo, que lo más sagrado se encuentra en la infancia, es difícil hablar de Juan Rulfo escritor, sin antes asomarnos un poco al contexto histórico que le dio cuna y cama de infancia, en Apulco y San Gabriel, respectivamente; su realidad, la fuente de ese realismo que habitó y que fue siendo abrevadero y fuente de inspiración.

Y comienza la vida, en ese México revolucionario del pequeño Juan, quien no contaba con más de seis años cuando falleció su padre y apenas cumplía diez cuando su madre lo secundó, quedándose a cargo de sus abuelos en la población de San Gabriel y luego en un internado; vivió, así mismo, el crudo realismo de la Guerra Cristera que con ojos niños, el huérfano Rulfo miró muy de cerca en las puertas cerradas de las iglesias, el mustio murmullo de las calles, la amenaza en sordina como una cauda de vientos invisibles y estrujantes, las muertes de los campesinos y los sacerdotes y los germinales mártires envueltos por el sudario de la fe, en aquel México de Don Plutarco… También está el vivo realismo de una biblioteca en la que Juan tuvo el privilegio de saciar su curiosidad y que era de un cura de su pueblo y donde descubrió a temprana edad, su impensada afición a los libros.

Y en esa realidad se abrían los libros como ventanas a su deseo de ir a la Universidad de Guadalajara clausurada en aquel momento, por una huelga que lo conduce hacia la Universidad Nacional, a entrar como oyente a cursos de Historia del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras de donde fue extrayendo la más depurada bibliografía histórica, antropológica y geográfica de México, que en su ya definido deseo y pasión, impulsa a Rulfo a viajar por el país e ir al encuentro con sus propias ciencias que ya van siendo publicadas en artículos y sobre todo cuentos, en las revistas Pan y América, en Guadalajara y México. Habitante de sí mismo y de la historia de nuestro país, conoce a su bien amada Clara, compañera de sus andares por las letras y por su vida a quien prodiga multitud de cartas que acaban siendo magníficos apuntes a su autobiografía.

Mundo y vida. La magia se borda con la biografía y la obra de Rulfo que se van adentrando en los pasadizos de su propia existencia desde donde van emergiendo, como del laberinto del Minotauro el hilo de su Ariadna, primero en un El llano en llamas libro de 17 relatos, cuentos que son semilla y germen de su Pedro Páramo, de esa genealogía llamada Comala que se tiende como una nueva manera de concebir la realidad a través de un ensueño nutrido de verdades humanas y categóricas pasando, inevitablemente, por el tamiz de la psique, de su alma. Si bien Comala es el nombre de un pueblo que existe en Colima, es un lugar mítico, un lugar en este caso, indeseado, pero posible, que Rulfo crea con sus propias coordenadas para tender sobre ella la leyenda de su país contada con gran talento desde su propia imaginación, tomando en consideración que lo que imaginamos, es posible.

Comala, parece decirnos Rulfo, tiene más que ver con un comal: ese páramo, desierto circular, espacio de la desolación y la desesperanza que es como un infierno llevado a sus grados más elevados de calor, trayendo a la luz y a fuerza de sufrimiento, una de las más hirvientes pasiones que es el rencor de un pueblo que ha padecido el cacicazgo, la fusta de un padre autoritario e indiferente que manda y exige sin dar lo que le corresponde, es una analogía de nuestro país con sus gobiernos indiferentes, prepotentes e incumplidos y la miseria del pueblo que responde con murmullos desde el acre resentimiento que nace del abandono.

La gran metáfora que es Pedro Páramo, nos lleva de la mano de Juan Preciado, en busca de su padre, a la espeluznante impresión que provoca el escuchar los diálogos o soliloquios reiterativos y doloridos de los habitantes de Comala, voces de sus ancestros que si bien ya no viven, literalmente hablan, y que Rulfo nos transmite con inigualable talento, llevándonos del imposible a lo posible en el vehículo del horror:

“Lo que acontece es que se la pasan encerrados. De día no sé qué harán; pero las noches las pasan en su encierro. Aquí esas horas están llenas de espantos. Si usted viera el gentío de ánimas que andan sueltas por la calle. En cuanto oscurece comienzan a salir. Y a nadie le gusta verlas. Son tantas, y nosotros tan poquitos, que ya ni la lucha le hacemos para rezar porque salgan de sus penas. No ajustarían nuestras oraciones para todos. Si acaso les tocaría un pedazo de Padre nuestro. Y eso no les puede servir de nada. Luego están nuestros pecados de por medio. Ninguno de los que vivimos está en gracia de Dios. Nadie podrá alzar sus ojos al cielo sin sentirlos sucios de vergüenza. Y la vergüenza no cura.”2

El lenguaje de la novela de Juan Rulfo, es un lenguaje sencillo, la narración es tan elocuente como clara y sin embargo, a muchos se les resiste la lectura, porque es tal la alquimia y la potencia de su creatividad que le va dando forma a través de sus letras, al susto, ese territorio en donde los muertos son los personajes y las ánimas tienen más presencia que los vivos. Huérfano muy niño y testigo de la Guerra Cristera, Rulfo se echa andar por la topografía mexicana y por las páginas de los libros, en busca del bien perdido, para encontrarlo en esas voces que son multiplicadas y abastecidas formas de una fallida y espectral paternidad.

Años más tarde, una mujer (Ma. Eugenia Mata Barroso) saluda a Rulfo cuando éste entra en un banco. Lleno de estupor por el saludo y el reconocimiento a su persona:

– Usted es Juan Rulfo
– Sí
– Qué bueno que lo conozco. No sabe qué gusto me da.
-¿Por qué?
-Porque ahora le voy a reclamar algo: cuando yo estaba en la escuela me dejaron hacer un trabajo sobre Pedro Páramo y no sabe lo que debí hacer para entender la obra.
-No se preocupe, cuando yo terminé de escribirla tuve que leerla diez veces para entender lo que había escrito.


Notas finale
1 Juan Rulfo. Pedro Páramo. Lecturas 50 Mexicanas. FCE, 1983. P.62
² Ibíd. P. 67
³ Tríptico para Juan Rulfo. Poesía, fotografía, crítica. Víctor Jiménez, Alberto Vital, Jorge Zepeda. Congreso del Estado de Jalisco, Universidad Iberoamericana, Universidad Autónoma de Aguascalientes, Universidad de Colima, Universidad Nacional Autónoma de México, Fundación Juan Rulfo y Editorial RM, 2006. P.329


La autora es narradora y poeta. En 2016 fue galardonada con la Medalla de Honor por la Cultura, por el H. Congreso del Estado de Morelos.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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