Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

Por una ciudad habitable

Estamos acostumbrados a hablar de la Ciudad de México como una excepción, pero, ¿tiene características diferentes a otras grandes metrópolis en Latinoamérica?
En términos sociales, la semejanza con otras ciudades mexicanas y con grandes urbes de América Latina es muy grande, pero su ubicación física la hace muy particular. Es un lugar privilegiado, con condiciones envidiables en comparación con muchas otras partes del mundo y que explican por qué creció tanto.
Parece ilógico levantar una ciudad encima de un lago, pero la ciudad, en sus inicios, no se construyó sobre un lago, sino sobre un islote en medio del lago. Para efectos de defensa era una fortaleza y el gigantesco volumen de agua servía para producir todo lo que se quisiera. La temperatura nunca es extremosa y no llegan los huracanes. Para quien decidió establecerse aquí significó un espacio incomparable con condiciones idóneas para fundar una gran cultura. No es casualidad que esta ciudad haya crecido en un lugar así, aunque hasta hace un siglo, nadie pensó que llegarían a habitarla 20 millones de personas.
¿Algunas ideas en defensa de esta ciudad tan vilipendiada?
A veces pienso que quienes estudiamos a la ciudad tenemos buena parte de culpa de la mala fama porque siempre hablamos de sus problemas y rara vez de sus bondades y privilegios.
A pesar de todos sus problemas, el Distrito Federal produce entre 25 y 27% del PIB con 8.5% de la población. No es cosa de decir que la ciudad es mala y fea y que no funciona, se trata de mantener sus condiciones y aprovecharlas.
El paisaje de la ciudad, las condiciones de convivencia, las posibilidades culturales, el acceso a la información, las mejoras en la preparación personal y todo tipo de actividades… la diversidad que ofrece es impresionante. Contamos con satisfactores culturales semejantes o incluso mayores a los de cualquier metrópoli: desde la ópera hasta la cultura popular o indígena en los barrios. Hay que aprovechar esa riqueza.
El problema es que se va perdiendo calidad de vida. Si uno invierte todos los días varias horas en transportarse, poco a poco se priva de ciertas cosas porque ya el costo no lo justifica. Dejamos de ir a eventos culturales por las dificultades que presenta el traslado, el estacionamiento, la inseguridad… Los habitantes de esta ciudad vivimos eso en muchas dimensiones. Hemos construido una gran urbe con muchas posibilidades y, por no atender los problemas que ha generado su crecimiento, estamos poniendo en peligro sus ventajas.
Esta ciudad tiene muchas cosas positivas, gracias a eso sigue existiendo. Ha sido el motor económico y cultural de este país durante mucho tiempo. De esta ciudad ha salido la mayor riqueza del país y yo diría que de buena parte de América Latina. Precisamente ese potencial, esa riqueza, explica sus problemas.
¿Desde su punto de vista cuáles son los problemas más graves de la Ciudad de México?
De esta ciudad y de cualquier ciudad del país, creo que el problema fundamental es la mala distribución del ingreso; de ahí nacen todos los demás. Hay cierta incapacidad de una porción importante de la población de incorporarse al mercado formal inmobiliario. Esto genera una distribución espacial que refleja la misma mala distribución del ingreso y genera zonas de extrema pobreza y otras donde se concentra la gente con mayores ingresos.
Y no hablo sólo de vivienda sino de todo lo que le rodea, los medios, equipamientos y la infraestructura de la ciudad, que también lo refleja. La polarización física espacial responde a la polarización de la sociedad y ocasiona problemas de convivencia y de interacción social y espacial
¿Qué soluciones ve a la migración a la periferia, tanto de ricos como de pobres, con los consiguientes problemas de tráfico, contaminación y costo para llevar la infraestructura necesaria?
No hay soluciones ni recetas. Los problemas se pueden conducir, canalizar, mitigar, mejorar, orientar, pero se trata de procesos históricos muy complejos, conflictivos por naturaleza, que van adquiriendo condiciones distintas y no tienen una solución.
La segregación genera muchos problemas. Por lo general es una autosegregación, también de parte de los pobres, no sólo de los ricos, aunque en estos sea muy evidente. Si vamos a un campamento del Frente Francisco Villa, aquí en la Sierra Santa Catarina, aunque con casitas pobres, encontramos algo similar a un fraccionamiento residencial: una gran manzana con una sola puerta de acceso y vigilancia. Son autosegregaciones semejantes, ambas negativas y síntoma de problemas sociales profundos. Grupos sociales defendiéndose de otros grupos de la misma sociedad.
¿Cómo resolverlo? Parte de la solución, quizá la menor, está en el ámbito físico, en que la administración lleve a las zonas más pobres agua, drenaje, electricidad, escuelas y equipamientos elementales. Esto ayuda a mitigar los extremos y a que la sociedad conviva mejor. Pero la solución de fondo está en la distribución de la estructura económica y social, en la generación de empleo y la posibilidad de un ingreso razonable. Esto permitiría una sociedad más equilibrada y, consecuentemente, una ciudad mejor.
¿Por qué en Europa no se dio este fenómeno de ciudades inmensamente populosas con tantas zonas marginadas, si todavía en el siglo XIX la desigualdad económica era también notoria?
Desde luego que la había, pero el proceso demográfico fue diferente. Las ciudades europeas se industrializaron cuando la medicina moderna estaba todavía muy retrasada y la alta natalidad, natural en la población de todo el mundo, se contrarrestaba con una altísima mortalidad. Esas sociedades no crecían tan rápido como nos sucedió a muchas capitales de Latinoamérica y de Asia en la segunda mitad del siglo XX.
En México, la aparición de antibióticos y medidas sanitarias llevó la esperanza de vida en poco tiempo de 30 o 35 años a 60, y ahora estamos arriba de 70. En los países subdesarrollados con tasas de reproducción elevadas, esas mejoras coincidieron con los procesos de industrialización que privilegiaron a las ciudades como espacios de desarrollo.
Si sumamos la explosión demográfica al proceso de urbanización, de repente, nuestras ciudades crecieron brutalmente y los gobiernos se vieron rebasados. Ni los recursos, ni la capacidad de organización ni de previsión les permitieron ir por delante; se convirtieron en una especie de bomberos, apagafuegos de problemas que iban surgiendo ante un enorme incremento que implicó también un crecimiento económico.
La razón fundamental de la migración es que la gente busca posibilidades de empleo. Lamentablemente, siempre las expectativas son mucho mayores que las oportunidades reales. Gran parte de esa nueva población recurre a espacios periféricos inadecuados, sin comunicación, sin servicios, porque sólo allí puede establecerse con su bajísimo ingreso. Multiplicado esto por cientos de miles ha sido la base del crecimiento de las ciudades en muchos países.
¿Entonces, las ciudades crecen de forma tan desordenada por la necesidad de atender lo urgente antes que lo importante?
Sí, crecen sobre todo porque vamos detrás del niño ahogado. Lo lógico, lo razonable sería que el gobierno lo previera y tuviera planes claros. Nuestra legislación de desarrollo urbano es bastante completa y por supuesto que existen planes, pero la realidad va más rápido que las previsiones y, además, carecemos de una cultura para vivir en un Estado de derecho.
Mucho se culpa al gobierno del caos urbano, pero quizá buena parte del problema es la falta de urbanidad de los ciudadanos.
Por supuesto, el gobierno representa a la sociedad que tenemos, un gobierno con muchas deficiencias que representa a una sociedad igual. Ni los ricos ni los pobres respetan los planes, no los conocen, no hay información ni organización social, no hay cultura de participación comprometida en los procesos sociales y el resultado es un crecimiento desordenado, anárquico, costoso y peligroso para el equilibro ambiental.
Es muy común que todos queramos cambios, pero «no junto a mi casa». Esta falta de conciencia cívica y social trae complicaciones. Se requiere una campaña de conciencia cívica permanente, clara y acompañada de acciones que vayan generando caminos concretos para resolver problemas. ¿Qué estímulo tiene un ciudadano para separar la basura si cuando llega el camión la junta toda? Está bien concienciar a la gente, pero tiene que verse claro que es parte de un sistema que ha de funcionar en todas sus dimensiones.
El cambio de actitud es un problema que tarda mucho en consolidarse, cualquier cambio social toma generaciones. Cuando yo fui funcionario en esta ciudad, era la época de peor relación entre gobierno y ciudadanía, cualquier cosa que dijera o hiciera el gobierno, simplemente por venir de él, estaba mal y había que combatirla. Cambiar esa imagen, enseñar que el gobierno es parte de la ciudad, que puede trabajar junto con la gente para mejorar las cosas, cuesta mucho. Ahora hay una relación enferma, desde arriba se decide qué hacer y desde abajo se acepta, a veces se sigue y si acaso, se protesta, pero se participa poco.
Ya hablamos de los pobres y ricos en la periferia, pero, qué hay del proyecto de repoblar las colonias centrales, donde se pretende que ambos estratos sociales cohabiten, ¿es posible?
La estrategia de repoblar las delegaciones centrales estaba ya en los planes de desarrollo urbano aprobados desde 1996 o antes. De acuerdo con el censo, las delegaciones centrales, perdieron población desde hace muchos años. Al medio día, el centro histórico está rebosante y, sin embargo, cada vez menos gente duerme ahí. Esto implica pérdida de la riqueza que surge de la diversidad de usos en un mismo espacio.
Las ciudades equilibradas tienen vida social nocturna. En cambio, en el centro se ha generado un círculo vicioso: la gente que habita los inmuebles, como no es propietaria, no acepta invertir en mejorarlos; estos se deterioran y las rentas decrecen. Los propietarios no los arreglan por las bajas rentas que perciben. Los edificios cada vez se deterioran más y los habitantes los abandonan o son presionados a abandonarlos. Finalmente se arreglan y se rentan para usos comerciales.
En muchos edificios del centro histórico, las plantas bajas son comerciales y las altas están deshabitadas o funcionan como bodegas, simplemente porque en términos económicos eso resulta más atractivo. Sin embargo, llega un punto en que deja de serlo. A las siete u ocho de la noche cierran los comercios y aquello se vuelve un lugar inhóspito. Además, se desperdicia la mejor infraestructura de la ciudad (agua, transporte, drenaje, calles, electrificación) durante ocho o 10 horas al día.
Para que la ciudad sea más rica en convivencia social surgen políticas para atraer gente al centro. El problema es caer en una interpretación simplista. No se trata únicamente de atraer gente a las delegaciones centrales y prohibir el crecimiento poblacional en el resto. Esa actitud ha causado mucho daño. Dentro de cada delegación hay condiciones muy distintas, zonas que requieren repoblarse y otras que hay que preservar. Los planes deben vigilar dónde puede haber crecimiento poblacional y de qué intensidad.
¿Es suficiente la infraestructura de las delegaciones centrales para albergar un número mucho mayor de habitantes?
Hemos de tener muy claras algunas cosas. Primero, la ciudad no puede responder al capricho de nadie, no es un problema de decreto sino un fenómeno social. No podemos prohibir o evitar la migración. Ni siquiera en ciudades con gobierno totalitario y planificación central se pudo evitar el crecimiento poblacional. Es un proceso social que obedece a la generación de empleo, al interés de gozar de servicios, de oportunidades.
Afortunadamente, la población ya no crece como en épocas pasadas. En el DF, sigue incrementando cada año, pero más lentamente. Sin embargo, en los municipios conurbados todavía hay más población entrante que saliente. La zona metropolitana crece alrededor de 2%, más alto que la media nacional, pero comparado con el 5 o 24% que llegó a darse en algunas partes de la ciudad, ya es menor.
Que sea menor no quiere decir que no se necesite más vivienda. Los niños que nacieron hace 20 o 30 años ahora necesitan viviendas nuevas. Tratamos de resolver hoy las necesidades creadas entonces. Vamos a requerir vivienda por 20 o 25 años más para dar cabida a esa ola de explosión demográfica.
Mencionó usted la falta participación de los ciudadanos, ¿cómo resolver cuando hay intereses encontrados y su participación no hace sino bloquear muchas iniciativas?
La sociedad no es una masa homogénea donde todos piensan igual y tienen las mismas características. Hay grupos con intereses distintos y muchas veces confrontados.
Si pensamos en el milagro que implica que 20 millones cohabiten en la misma metrópoli, el saldo es bastante positivo. Qué complejo es que yo llegue aquí, accione el apagador y se encienda la luz, o abra la llave y salga agua todos los días. No se advierte el esfuerzo gigantesco y cotidiano que hay detrás para que esto funcione, lo damos por hecho. Si tuviéramos mayor conciencia de ello, mayor compromiso, las cosas serían más fáciles.
El transporte, por ejemplo, representa un problema muy serio, más que el agua o la contaminación, podría incluso paralizar la ciudad. Todo mundo quiere movilizarse al mismo tiempo y, además, en su propio vehículo. Si no dejamos esa comodidad y damos preferencia al transporte público, no habrá forma de que la ciudad aguante. Esto sí implica una diferencia importante con relación a los problemas de otras ciudades. El transporte público debe ser mucho más eficiente, cómodo, cubrir la totalidad de la ciudad y competir con el privado.
¿Eso se pretende con el Metrobús?, ¿algo similar a lo que sucede, por ejemplo, en Curitiba, la ciudad donde se utiliza mejor el transporte público por la eficiente red?
El caso de Curitiba es muy interesante, el arquitecto Jaime Lerner fue alcalde durante tres administraciones casi consecutivas y su equipo de trabajo se quedó en el gobierno con los mismos proyectos. Después fue gobernador del estado de Paraná y mantuvo las mismas políticas. El sistema de autobuses confinados en Curitiba no se hizo en una administración ni fue lo único. Se requieren muchas acciones en muchas dimensiones que en conjunto deben obedecer a una estrategia de desarrollo para poder dar resultados.
Afortunadamente el Metrobús ya funciona en México, pero una sola línea es insuficiente. Necesitamos una red conectada con el metro, un sistema integrado que se construye poco a poco. Sin embargo, hay cierta contradicción cuando un mismo gobierno construye segundos pisos a las vías rápidas y lanza el Metrobús, porque el segundo piso promueve el uso del automóvil mientras el Metrobús, el del transporte público.
En algunos textos usted propone una forma de vida centrada en el propio barrio. ¿Esto no impide que los habitantes vivan la ciudad en su totalidad?
Cuando decimos que hay que rescatar la vida del barrio, no me refiero a poner una muralla e impedir que la gente se conecte con el resto de la ciudad. Vivir en la comunidad implica compartir responsabilidades, seguridad, limpieza, cuidado del ambiente, muchas cosas que cuando vivimos una ciudad sin límites no nos interesan.
Pero también significa poder allegarse las cosas que se necesitan todos los días sin tener que sacar el coche y andar 20 kilómetros, encargar los niños a la vecina, enviar a los hijos a la escuela del barrio? Lo ideal, lo lógico sería que no se generaran tantos viajes, congestiones, consumo de combustible, contaminación, en fin, una cadena de cosas que se podrían evitar funcionando más naturalmente en una estructura en donde los habitantes se sientan identificados con su barrio.
Sin embargo, la sofisticación de la vida moderna nos lleva a elegir muchas cosas que desde el punto de vista urbano carecen de lógica.
*Profesor-investigador en la UAM-Xochimilco y profesor de la maestría en Urbanismo en la UNAM.
Arquitecto con especialización en Estudios Urbanos, en Holanda.
Fue Secretario de Desarrollo Urbano y Vivienda en el Gobierno del DF (1997-2000).
Ha coordinado numerosos proyectos urbanísticos.
Autor y coautor de libros sobre desarrollo urbano y vivienda.
Ponente y conferencista en seminarios y congresos nacionales e internacionales.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter