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De por qué Karen contaba sus cuentos

Recostada boca abajo sobre el altiplano de Kenia, la baronesa Karen Blixen apunta su rifle contra un león. Los nativos le han pedido que lo mate, pues en semanas recientes ha hecho presa de numerosos animales domésticos. El disparo de su rifle resuena en la llanura. Unos meses más tarde, la casa real de Dinamarca recibe un paquete inusual. Es la piel del felino africano, obsequio de una ciudadana danesa que vive en Kenia y que se convertirá, al paso de los años, en la reconocida escritora cuyas historias inspiraron películas como África mía y El festín de Babette.
Tiempo después, cuando la piel del león ya está decorando el palacio real en Copenhague, mientras Blixen recorre su plantación de café, la baronesa detiene su automóvil al escuchar el lastimoso llanto de un niño somalí. Tiene la pierna rota y no para de gritar.
«¿Puedes darme algo para el dolor?», le pregunta el niño. Ella saca un dulce de su bolsillo. Por un momento él se distrae con el caramelo, pero lo consume rápidamente y vuelve al llanto. Blixen se busca en los bolsillos del pantalón y de la chaqueta, pero lo único que encuentra es una carta de Christian X de Dinamarca, en la que el monarca le agradece la piel del león. «Dame algo para el dolor», suplica otra vez el niño.
«Traigo una carta del rey de mi país», le dice la baronesa, «y todo el mundo sabe que una carta del puño y letra de un rey puede quitar hasta los dolores más terribles».
Cuando Blixen apretó la carta contra el pecho del niño, los gemidos cesaron inmediatamente. El paciente se mantuvo sereno durante el pedregoso camino hacia un hospital de Nairobi y en el transcurso de la cirugía, estrujando todo el tiempo la carta entre sus manos. A partir de entonces, la gente que vivía en los alrededores de la finca de Blixen otorgó un extraño valor medicinal a ese documento, y acudían a pedirlo prestado cada vez que alguien se hallaba en un trace de dolor extremo.
Ya consagrada como escritora, Blixen contó esta historia durante su visita a los Estados Unidos, en 1959. Dijo que todavía conservaba la carta, aunque completamente ilegible a causa de las manchas de sangre que la fueron tiñendo cuando sirvió como analgésico espiritual en África, más de treinta años atrás.
«Los que somos servidores de la palabra», concluyó la escritora, «desearíamos que algo escrito por nuestras propias manos pudiera, en algún momento y en algún lugar, ser como la carta del rey para la gente afligida».
En la cinta de audio Isak Dinesen Herself (The Audio Partners, 1988) es posible escuchar el inglés impecable de la baronesa, que rondaba los 75 años, y su voz cansada pero todavía cálida, de contadora experimentada, y acercarse así a una de las pocas narradoras de la modernidad para quienes la narrativa fue primero oralidad y, sólo en segundo término, escritura.

LA VIDA DE UNA CONTADORA DE HISTORIAS

Isak Dinesen fue el pseudónimo más conocido de esta mujer que nació en Rungsted, Dinamarca, en 1885. Creció en un ambiente de estricta moral, con muy estrechas opciones de vida para las mujeres, y se aficionó desde pequeña por la creación artística, el ámbito que permitía mayor ensanchamiento a su imaginación.
Después de pasar temporadas en Roma y París, se casó en 1914 con su primo segundo, el barón Bror Blixen-Finecke. Juntos se trasladaron a Kenia, donde compraron una finca cafetalera. Bror era un hombre simpático, pero su encanto era inversamente proporcional a su habilidad para administrar la plantación. Al parecer, la devoción por su esposa y la fidelidad tampoco se contaban entre las virtudes del barón. Después de siete años de casados, la pareja se separó y Karen continuó a cargo del negocio.
A pesar de sus esfuerzos, la situación económica de la finca no mejoró. Debido a la sequía y a los bajos precios del café, en 1931 tuvo que vender los terrenos y regresó a Europa. Llevaba a cuestas sus 46 años de vida, su fracaso matrimonial, el colapso financiero de los cafetales y el padecimiento de sífilis que le había contagiado su marido en África. Estaba de vuelta en casa de su madre y era necesario comenzar todo de nuevo.
Decidió retomar la escritura. En su juventud había intentado la redacción de algunos cuentos, pero abandonó la empresa después de unas cuantas publicaciones en revistas. Esta vez puso toda su voluntad e imaginación en un volumen de cuentos que había comenzado a escribir en África. El manuscrito fue rechazado al principio por los editores, hasta que a comienzos de 1934 se publicó en Estados Unidos bajo el título de Siete cuentos góticos. El libro fue calurosamente recibido por la crítica y el público en Estados Unidos e Inglaterra; en Dinamarca, publicado un año después, no tuvo la misma fortuna. Blixen escribía primero en inglés y luego traducía ella misma sus libros a su lengua materna, o más bien los reescribía con ligeras variaciones.
«Al aparecer Seven Gothic Tales», escribe Mario Vargas Llosa, «su prosa desconcertó a los críticos anglosajones por su elegancia ligeramente pasada de moda, su exquisitez e irreverencia, sus juegos y desplantes de erudición, y su escaso, para no decir nulo, contacto con el inglés vivo y hablado de la calle. Pero, también, por su humor, la delicadeza irónica y risueña con que en aquellos relatos se referían crueldades, vilezas y ferocidades indecibles como si fueran nimiedades de la vida cotidiana» [1].
Escritores como Vargas Llosa y Truman Capote han subrayado la cualidad miliunanochesca de los cuentos de Blixen, una especie de Sherezada que sabe hilar varios relatos diversos dentro de una misma historia. No es infrecuente en sus escritos que un personaje anuncie que va a contar una historia y lo haga con tal pericia que el lector llega a olvidarse de que está leyendo una narración subsidiaria, apenas una parte de la historia principal.
Sus narraciones poseen el equilibrio de sensualidad y espiritualidad, de corporeidad e inteligencia que el verdadero arte reúne con una intensidad que nos reconcilia con nuestra doble naturaleza. Cuando uno de sus personajes desarrolla una idea, explica una tesis, lo hace con la seducción y cadencia de un baile. Cuando la narradora se ocupa de avanzar en la sucesión de los hechos, lo lleva a cabo con la elegancia y esbeltez de un silogismo que, para llegar a la conclusión, demandara irremediablemente los adornos y matices que requiere un ave para demostrar su belleza.
En medio de historias enmarcadas en un ambiente de castillos almenados, claustros decimonónicos, cortes nobiliarias, elegantes hosterías, balnearios para el descanso de la aristocracia, irrumpe de pronto un elemento fantástico que llega a rozar con lo grotesco, un elemento oscuro por el que lo inexplicable entra en la lógica narrativa. Vargas Llosa repara en una sentencia pronunciada por el personaje de un Cardenal en el primero de los Seven Gothic Tales: «Lo que el príncipe de la Iglesia predica en ese cuento: Be not afraid of absurdity; do not shrink from the fantastic (No temas lo absurdo, no rehuyas lo fantástico) podría ser la divisa del arte de Isak Dinesen», afirma el escritor peruano.
Después de este libro vendrían, entre otras publicaciones, Memorias de África (1937), Cuentos de Invierno (1942), Anécdotas del destino (1958) y Ehrengard (1963). Una edición de bolsillo de los Cuentos de Invierno fue publicada en Estados Unidos y enviada a las tropas norteamericanas que peleaban la Segunda Guerra Mundial en diferentes partes del mundo. Reconocidos escritores saludaron con entusiasmo el arte de Blixen. Ernest Hemingway, por ejemplo, tras recibir el premio Nobel en 1954, afirmó que la escritora danesa lo merecía más que él.
La cinta Isak Dinesen Herself contiene dos cuentos, representativos de sus dos principales vertientes literarias: «La carta del rey» es una historia verdadera de sus años en África, mientras que «El vino del tetrarca» es una ficción de tema bíblico. Una parte de la inspiración de Blixen proviene de la época en que administró la granja cafetalera en África. El resto surge de su imaginación y de las atmósferas literarias de la Biblia, los cuentos de hadas, la literatura romántica y Las mil y una noches.
El cine ha retomado también estas dos vertientes. En 1985, Sydney Pollack dirigió Out of Africa (África mía), que obtuvo siete premios Oscar y sirvió para renovar el interés por la escritora danesa. La película está basada no sólo en el libro homónimo de Blixen (en español
Memorias de África), sino también en un grupo de cartas que permiten acercarse mejor a la intimidad de la escritora. Meryl Streep hizo el papel de la baronesa y Robert Redford el de Denys Finch-Hatton, el cazador inglés de quien Blixen se enamoró en Kenia.
Al otro extremo se encuentra El festín de Babette, cinta del danés Gabriel Axel que en 1987 obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera. Basada en un cuento de Anécdotas del destino, la ambientación es nórdica, como en muchas de las historias de Blixen, y retrata el conflicto entre dos mujeres de estricta moral puritana y su cocinera francesa, dispuesta a mostrarles, a través del arte culinario, que el mundo de los sentidos es más amplio y menos pecaminoso de lo que pudo imaginar su filosofía. No en una entrevista, sino metida en una de sus narraciones, casi como una fábula sobre el sentido de la creación literaria, al terminar la anécdota de «La carta del rey», Blixen ha respondido a esa pregunta tan difícil: ¿Para qué escribo? Los motivos plausibles de los escritores son casi innumerables: para ganar dinero, para adquirir fama, para dejar testimonio, para matar el tiempo, para provocar una transformación, para demostrarle a cierta mujercita que no soy tan bobo como ella pensaba, para jugar un juego que me gusta.
Generalmente son varias motivaciones combinadas. La respuesta de Blixen es mi favorita: para que a alguien, en algún momento y en algún lugar, le sirva como remedio contra el dolor, es decir, como una ocasión para seguir amando la vida, para reconciliarse con la existencia.

BREVE DISPUTA SOBRE FONDO Y FORMA

Hace tiempo leí un artículo en donde se hablaba de Blixen como una cuentista que escribió a contrapelo de las vanguardias. El autor (cuyo nombre he olvidado) afirmaba que Blixen urdió narraciones tradicionales en un siglo de ruptura. La frase me sonó verdadera, pero requería explicación; buscarla se me impuso, casi inconscientemente, como una tarea ineludible. Cosas que pasan por andar leyendo papeles. Y, como el que escribe se aclara, se obliga a articular pensamientos vagos, arriesgué poner en papel (en pantalla) esto que apenas llega a un bosquejo de explicación.
Karen Blixen fue la última gran escritora en cuyas narraciones importa más lo quese cuenta que cómo se cuenta. Escribió sus historias de espaldas a la obsesión vanguardista por la renovación incesante de la forma. Lo cual no significa que su estilo sea descuidado o que el esquema de sus textos se repita. Su estilo está lleno de matices y tonalidades; su lenguaje es poético, es decir preciso; la estructura de sus historias parece poseer una cualidad hipnótica.
La obsesión vanguardista por la forma produjo, por cierto, maravillas. Los cuentos de Cortázar, por mencionar a uno de esos genios vanguardistas del siglo XX, consiguen asombrarnos muchas veces por la manera de contar un asunto baladí. Todo el encanto de la narración en que un hombre se equivoca al momento de ponerse un suéter (trata de meter la cabeza por una de las mangas y termina asfixiándose) radica en la maestría formal. La anécdota se cuenta en dos segundos, pero se transforma en literatura por virtud de la forma. Como se ha repetido tantas veces, la forma es fondo.
En las obras maestras de literatura termina sucediendo que el fondo y la forma parecen inseparables: este cuento sólo podía ser contado de esta manera. Enunciar la anécdota desnuda es bobo, es traidor, es impensable porque todo el chiste está en cómo se cuenta. Borges lo dice más o menos así: todas las artes tienden hacia la música, en la que el fondo y la forma se confunden.
La experimentación formal conlleva el riesgo de que, cuando el experimento no cuaja, el resultado no es solamente un fracaso, sino un fracaso pretensioso. Y es parecido al artista plástico que hace cualquier cosa con tal de evitar pintar sobre el lienzo, convencionalmente, y se pone a dar brochazos en pisos y paredes, o coloca una banca en medio de las paredes desnudas y se sienta y se presenta a sí mismo como una obra de arte viviente, cuyo propósito es desafiar las nociones tradicionales de autor, obra y espectadores. En suma, una tomadura de pelo, que para colmo ya no es original ni provocadora. (Cuando el artista tiene talento, bien puede pintar sobre la dueña de la galería: su obra tendrá un valor plástico y no solamente un valor argumentativo cuestionable.)
Las narraciones de Blixen no recurren a quiebres temporales para provocar perplejidad, ni a violencias sintácticas que sacan de quicio el lenguaje, ni a otros artificios formalmente inusitados que permiten hacer de una anécdota anodina una pieza literaria. Siempre tiene algo que contar. Algo nuevo que contar.
Una historia todavía no contada exige una narración única: una forma que no se parece a las otras porque lo que ocurre en esa historia no ocurre en ninguna otra. El fondo exige su forma. El fondo también es forma. Pero si el fondo es forma y la forma es fondo, ¿qué sentido tiene sostener que existe alguna diferencia entre estos dos conceptos? Si son lo mismo, no hace falta nombrarlos con dos palabras distintas. Gabriel Zaid se refiere a esta paradoja como «la desorientadora distinción entre fondo y forma».
«No es difícil ponerse de acuerdo en que la distinción entre fondo y forma resulta de un valor limitado», dice Zaid. «Lo difícil es sustituir el uso de esa distinción con otras formas de hablar de la obra de arte» (Leer poesía). Así que estas ideas hay que pensarlas y enseguida desecharlas. Como el filósofo que concluye su tratado diciendo: Todo lo anterior no tiene sentido, pero era necesario para entender por qué no lo tiene. ¿Estamos?
En cualquier caso, será mejor dejarlo de ese tamaño.

EL QUE BUSCA ENCUENTRA

Hace falta paciencia para encontrar los libros de Karen Blixen/Isak Dinesen. Por descontado, lo primero sería ir a ver qué hay disponible en librerías, que con frecuencia es nada. Se puede entonces encargar al librero un ejemplar en castellano de Memorias de África o de Siete Cuentos Góticos, y esperar.
Lo aconsejable, naturalmente, sería intentar la lectura de Blixen en inglés. Al menos la de un volumen pequeño y encantador como Ehrengard, o probar suerte con algunos cuentos. Comprar los libros a través de internet resulta casi siempre lo más práctico.
Existe una edición mexicana de los Cuentos de invierno, impresa en 1990, producto de la colaboración entre el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la editorial Alfaguara, pero me temo que no es fácil de hallar. Ahora que, si algún amigo va a viajar a España próximamente, no se pierde nada con encargarle que pregunte por la traducción que hizo Javier Marías de Ehrengard, publicada por la pequeña editorial Reino de Redonda.
En caso de aficionarse, uno verá la manera de hacerse de la cinta de audio que ya he citado, de conseguir las películas, de visitar los numerosos sitios de Internet que hacen referencia a su obra y quizás de echar mano de las cartas de Blixen que se han ido editando poco a poco.

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[1]Mario Vargas Llosa. «Extemporáneos: Los cuentos de la baronesa» en Letras Libres n. 5. México, mayo 1999.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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