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Familias a contracorriente

Es probable que los padres que han querido buscar el auténtico bien de sus hijos hayan ido siempre contra corriente. Sin embargo, las características sociales en que cada padre ha vivido y los aspectos culturales que favorecen la educación de sus hijos o la dificulta, se modifican continuamente. Algunas características de la sociedad actual que obstaculizan la búsqueda del bien para los hijos son el igualitarismo, la tolerancia, el utilitarismo y el hedonismo.
Igualitarismo
En muchos países se ha pasado, o se está pasando, de un “Estado de Necesidad” a un “Estado de Bienestar Igualitario”. El “Estado de Necesidad” justificaba, con una evidencia deslumbradora, que se tenía que trabajar mucho y bien, rendir cuentas, cuidar mucho los gastos, ahorrar para posibles descalabros de salud o trabajo, o para dar una educación a los que servían para estudiar. Por el contrario, en el “Estado de Bienestar Igualitario” esas bases reales pierden su conexión con el mundo de la exigencia. Quizá este tipo de Estado resultara en su momento absolutamente necesario pero, a su vez, produce una situación en que todo, o mucho por lo menos, nos es garantizado por el Estado a través de los impuestos (salud, comida, educación, vivienda) y en donde, por consiguiente, nuestro grado de responsabilidad se reduce al mínimo.
Como el mejor no recibe más, ni el peor menos, gran parte de la exigencia personal pierde su sentido. Por eso, hablar de exigir tiene tan poca validez en nuestro tiempo. Sólo una crisis en el “Estado de Bienestar” volvería a dar importancia al esfuerzo personal. El hecho es que somos distintos (la prueba de que no somos todos iguales está precisamente en que algunos dedican tanto esfuerzo y tiempo en insistir que lo somos). Por tanto, se trata de ayudar a cada hijo a desarrollar sus talentos al máximo para alcanzar cada vez una mayor plenitud personal.
La felicidad consiste en gran medida en que se logre esa plenitud personal. Si se basa la educación en unos mínimos iguales para todos –aun reconociendo los mínimos como una exigencia social–, se condena a una vida de mediocridad que evidentemente no es compatible con el bien y la felicidad.

Tolerancia

Uno de los valores más destacados en la actualidad es la tolerancia entendida en el sentido de que todos los puntos de vista tienen igual valor. No existe ni bien ni mal. Todo es relativo o, por lo menos, así parece todo lo que no comprueba el llamado método científico. Con este tipo de planteamiento de la vida, es lógico que los planes de estudio en los colegios se basen más en el desarrollo de capacidades instrumentales intelectuales que en la importancia de la verdad aprendida. Además, como todos los alumnos tienen que ser iguales, tampoco se exige de acuerdo con la capacidad de cada uno. La tolerancia requiere, entonces, no ser mejor, no saber más, no destacarse ni defender una opinión con convicción porque todas las ideas valen lo mismo.
Es difícil convencer a una persona que piensa así de su error porque, en nombre de la tolerancia es intolerante con las personas que afirman que existen verdades objetivas que pueden y deben ser conocidas. La experiencia misma muestra que el hombre se encuentra más feliz en la medida en que su vida se relacione más con la verdad y con el bien. Y nadie puede afirmar honradamente que no quiere ser feliz. Estamos de alguna manera “condenados” a querer ser felices en la vida. La tolerancia mal entendida aleja al hombre de su fin.

Utilitarismo

Una tercera característica de la sociedad actual es el interés porque las cosas sean útiles. Se entienden por útiles que favorezcan un alto rendimiento, que produzcan resultados inmediatos tangibles. Precisamente por esta atención a lo inmediato, se crea una sociedad basada en lo desechable. No se intenta conservar lo que tiene valor permanente ni se pretende dirgir la atención de los jóvenes hacia verdades que quizá no tengan utilidad inmediata pero que, sin embargo, son imprescindibles para encontrar la felicidad. Lo que no se muestra útil para las necesidades inmediatas no interesa.

Hedonismo

La última característica es la que encontramos en muchas personas que fijan su atención en el placer de lo inmediato. Corresponde a un tipo de personas con poca paciencia que seguirían el refrán de “más vale pájaro en mano…” y que no se fiarían de un futuro por si no viene; el tipo realista para el cual sólo cuenta lo que puede ver y tocar. Sólo lo fáctico, lo perceptible, lo asible, se ve como posible estado de felicidad.
Este factor de inestabilidad en el disfrute de un determinado goce se vuelve cada vez más efímero, dando lugar a seres insatisfechos y por tanto dependientes de un consumo de bienes materiales; aunque estemos llenos de placeres satisfechos, lo placentero es tan efímero que nos da a su vez una sensación de insatisfacción, de vacío, de que nada vale, de infelicidad. Lo que tiene auténtico valor exige siempre esfuerzo y tiempo conseguirlo. El consumismo es una búsqueda incansable y llena de decepciones. El disfrute de la conversación dilatada, de la amistad compartida, de la reunión familiar, del encuentro con seres distintos ya casi no son reproducibles.
La dispersión que origina el disfrutar individualmente de lo último adquirido y la rapidez con que caduca crea una inestabilidad psíquica para la cual no fue creado el hombre.
La definición de felicidad que satisface más es aquélla según la cual una persona es feliz si consigue desarrollar todo lo que es, de acuerdo, con la naturaleza humana. Convendría distinguir qué cosas o placeres pueden constituir una felicidad cada vez más estable porque sólo a eso se puede llamar felicidad: a lo que colma y dura más.
Todo esto significa que para que los hijos sean felices tendrán que tener contacto con lo que es bueno, llegar a ser conscientes de que efectivamente hay cosas buenas y malas; y luego educarlos para que sean capaces de seguir descubriendo lo bueno y distinguirlo de lo que no lo es. Capacitarlos para que sepan actuar congruentemente con lo descubierto.

Padres valientes

Y, para eso, hace falta mucha valentía en los padres, porque representará un esfuerzo continuo profundizar en lo que es bueno para ellos mismos, para no contentarse con poco, y actuar congruentemente con lo que saben bueno para sus hijos y, por lo tanto, exigirles para que sigan el mismo proceso. La fortaleza no tiene ningún sentido si no sabe lo que es bueno; cada padre tendrá que esforzarse, con su razón, en descubrir y reconocer lo auténticamente bueno. Es posible que los padres piensen únicamente en el triunfo de los hijos en sus estudios, por ejemplo, en lugar de captar las posibilidades de los hijos en su plenitud. Si esto se descubre con claridad, resistir influencias nocivas y soportar molestias tendrá sentido. Si no es así, habitualmente se intentará evitar las actuaciones que puedan producir el sufrimiento.
Esta es una de las principales dificultades de quienes intentan crear una familia feliz: creer que el bien superior es la paz y no el bien de los hijos. Es decir, prefieren una situación en que no haya disgustos ni dolor (que de hecho no significa paz sino ausencia de guerra) a otra en que se logre un bien, el auténtico bien, pero teniendo que sufrir personalmente o haciendo sufrir a otros. Por ejemplo, aguantar el disgusto de un adolescente después de haberle prohibido algo que no le convenía, u obligar a un hijo a realizar cierta tarea en lugar de realizarla personalmente y luego soportar las contrariedades que pueda producir. El aguantar y soportar alguna molestia nunca es agradable pero vale la pena si se reconoce claramente el bien perseguido.
Otra dificultad hace referencia al tiempo que debe transcurrir para lograr los resultados deseados. La educación no es un proceso rápido, esencialmente en las cuestiones más importantes o radicales. Aprender a leer o sumar puede ser rápido, por lo menos se notarán señales de avance. En cambio, mejoras de los hijos respecto al desarrollo de las virtudes, por ejemplo, serán más lentas y difíciles de notar. Por eso hace falta longanimidad, que ayuda a resistir las molestias presentes cuando un bien arduo tarda en llegar. Para superar esas dificultades, convendrá reconocer que es así y también utilizar la capacidad de observación, comentando con el cónyuge a fin de descubrir pequeñas señales de mejora, ya que habitualmente las deficiencias son más evidentes que los logros. Y eso porque los logros no llegan a hacer más que dejar a la persona “como debe ser”.
En tercer lugar, los padres tendrán que enfrentar situaciones objetivamente nocivas y malas con algunos hijos; momentos de auténtica prueba en que se pierde de vista el bien deseado por el peso de la preocupación actual. Por ejemplo, si una hija queda embarazada sin casarse, la fortaleza hará que los padres busquen el bien de la hija, del niño no nacido y del padre, y aceptar las consecuencias aunque no sean las que más convenzan a cierto tipo de crítica social.

“Cómo sobrevivir en el matrimonio”

En la vida surgen dificultades continuamente y no es fácil desarrollar la fortaleza al enfrentarse con ellas. El bien puede estar escondido, o se puede tener miedo a sufrir, o sacrificar algo realmente bueno por algo de menor valor. Por eso es importante la ayuda mutua en el matrimonio para lograr vivir la fortaleza, conociendo las tendencias positivas y las deficiencias, ya que muchas veces se centra la atención no en los cónyuges sino en los hijos. La vida entre dos personas –además, de diferente sexo– no es fácil. De hecho, muchos libros sobre relaciones conyugales podrían titularse “Cómo sobrevivir en el matrimonio”. Y esta sobreviviencia no es sólo disfuncional, sino una auténtica tristeza, ya que el matrimonio puede ser una gran aventura toda la vida.
El matrimonio supone un compromiso mutuo para siempre y, por tanto, cualquier mal que surge no se resolverá por un cambio de situación –lo mismo sucede con los hijos, pero no con los compañeros de trabajo o el lugar de residencia, por ejemplo–.
Desde el hecho de sufrir en nombre del bien, podemos ver cómo se dividen los tipos de molestias en dos: las que son objetivamente un mal, y las que molestan no tanto por ser un mal, sino por no adaptarse al propio modo de ser. Un caso: puede haber detalles de falta de orden en el cónyuge que molestan, pero se soportan porque no suponen un mal importante para el otro. Sin embargo, hay otras actuaciones o realidades que deben afrontrse enérgicamente. La prudencia dirá cuándo conviene actuar y cuándo no. Es importante recordar que el bien propio del matrimonio es suficientemente grande como para no quedarse con poco, y también que conviene soportar las molestias buscando el bien del cónyuge y de la relación en sí.
En ambos casos (con los hijos y el cónyuge) se trata de contar con la fortaleza para soportar los daños causados por los demás y la sociedad en general. Saber decir no a situaciones convencionales pero indeseables y reconocer el daño que influencias externas negativas pueden crear, es parte del deber del padre responsable. Todo esto se hará si se acepta inicialmente que es necesario sufrir, aguantar, soportar molestias para lograr el auténtico bien.

Acometer a lo espléndido

Cuando el hombre acomete algo se está mostrando como un ser capaz de tener esperanza en el futuro. Arriesga su bienestar inmediato, rompe las ataduras de ese tipo de egoísmo en el que una angustiada voluntad de seguridad desearía permanecer. En la vida se trata de acometer empresas grandes.
En relación con los hijos el miedo, o ese deseo de seguridad, puede llevar a los padres a no plantearse el auténtico bien, contentarse con poco o dejarse llevar por la búsqueda de fines que no exigen mucho esfuerzo. Por eso conviene ver, en primer lugar, el grado en que se está viviendo la magnanimidad, ya que ayuda a emprender obras grandes, a lo espléndido, y es incompatible con la mediocridad tan asociada a la seguridad exagerada.
Ese tipo de persona necesita seleccionar muy bien sus metas y seleccionar pocas, ya que al plantearse muchas, por una parte se confunde lo importante con lo secundario, y en segundo término se reparten los esfuerzos entre muchos, de tal manera que lo importante no recibe el apoyo necesario. Si se consigue ver con claridad ese bien, automáticamente la comparación entre uno mismo y los demás deja de tener sentido. Se trata sólo de conocer el grado en que se está alcanzando el fin deseado.
Es evidente que si los padres actúan así, los hijos reconocerán con más facilidad lo que es realmente bueno y además aprenderán a apreciarlo. Si no, es posible que se queden con metas pobres en la vida. Contentarse con poco es una de las enfermedades de nuestro tiempo, aunque inicialmente parezca lo contrario: que el hombre de hoy busca más y más. En un sentido es cierto: al no encontrar el auténtico bien, no queda satisfecho por el objeto de su esfuerzo y siempre necesita más. Pero ese más es objetivamente poco y como no se encuentra lo que básicamente necesita, para no angustiarse demasiado, termina “contentándose” con poco.
Para acometer hace falta reconocer la meta, pero también las capacidades y cualidades propias. Si no es así por timidez, cobardía, comodidad o seguridad, es posible que los padres sean unos educadores mediocres, proporcionando una educación mediocre a sus hijos. Necesitan reflexionar frecuentemente sobre su situación en este sentido, ya que es fácil reconocer “cómodamente” los puntos fuertes que todos tenemos, en lugar de ver si están realmente relacionados con lo que es más importante en la vida. Cuando se busca el bien y se está dispuesto a descubrir y aceptar la realidad, se sufre.
Buscamos padres empeñados en la búsqueda de la verdad, en el desarrollo de sus capacidades y cualidades para aprovechar verdaderamente todos sus talentos. Unicamente así podemos evitar la mediocridad. Se puede aplicar esto mismo a las relaciones conyugales. Algunas personas no se han planteado la relación conyugal como objeto de atención prioritaria, auténtico bien a encontrar y desarrollar. Otras se contentan con la mediocridad de la “paz” creada por la existencia de vidas paralelas. Un matrimonio de crecimiento conjunto, utilizando sus talentos, puede alcanzar, y debe hacerlo, la nobleza de carácter y la grandeza de alma.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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