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Cómo entender el arte contemporáneo ¿Una provocación a la inteligencia?

Se dice que frente al arte contemporáneo hay dos posturas: o lo aprecias o eres un ignorante que no lo entiende. Sin embargo, ¿es verdad que un urinario o una pala para nieve pasan por obras artísticas? Ambos son objetos colocados en una realidad que no les corresponde, ésta es la esencia del arte contemporáneo que exige ir más allá y buscar significados no previsibles.


En 1993, Gabriel Orozco, uno de los más afamados artistas contemporáneos de México, envió a la bienal de Venecia una caja de zapatos vacía. La obra, ¿o habría que decir el acto? fue recibida con beneplácito por quienes aplauden las expresiones artísticas poco convencionales y vista con escepticismo por quienes sospechan que tras el arte conceptual se esconden prácticas poco serias.
Hace unos meses, en la Feria de Arte Zona Maco me topé con una obra similar: una caja de cartón vacía, cuya presencia allí pudo haber sido para transportar otras obras. Eso pensaría un sujeto medianamente educado en las artes tradicionales, pero no, se trataba de una obra expuesta para su virtual venta a los coleccionistas de arte.
No es mi intención cuestionar la obra de Orozco, a quien debo el respeto y reconocimiento como artista de talla internacional, ni la del autor de la segunda caja, cuyo nombre no aparecía cerca de la obra, sino reflexionar acerca del camino que ha recorrido el arte para que una caja de cartón vacía alcance el estatus de objeto artístico, sea motivo de admiración, o al menos de polémica y ocupe en el futuro alguna página en los libros de historia del arte.
 
LOS CACHARROS SE VUELVEN ARTE
Todo empezó cuando Marcel Duchamp, a principios del siglo XX, se propuso romper con algunos de los más añejos cánones del arte exponiendo sus Ready-mades, obras hechas «en el momento y para el momento», que consistían en objetos de uso cotidiano, algunos, por cierto, bastante usados. Me refiero a obras como la Rueda de bicicleta, el Portabotellas, La Fontaine (un urinario), Antes de la fractura del brazo (una pala para nieve) y otros memorables cacharros que hoy ocupan lugares importantes en los museos del mundo.
Estos objetos, fabricados para un fin utilitario, responden a una serie de condicionantes como material, tamaño o calidad, y se valoran en la medida en la que sirven para lo que fueron hechos. El acto de declararlos obras de arte, un acto lingüístico cuya función es modificar la realidad, implica un proceso de resignificación del objeto que lo coloca en un nuevo estatus, el de obra de arte.
El espectador tiene entonces que movilizar una serie de referentes culturales para encontrar el sentido de la obra: no puede verla ya como el objeto original, porque ha perdido su función primaria, tampoco supone una experiencia estética, ¿qué hacer entonces?
Cuántos nos hemos cuestionado esto frente a una exposición de arte contemporáneo; no consideramos tener los argumentos para realizar una crítica ni las bases para apreciar su valor. Una de las reacciones más comunes es el escepticismo y la inevitable pregunta, ¿por qué esto es arte?
Apreciar la belleza de La Piedad de Miguel Ángel, la grandeza de La Historia de México de Diego Rivera o la magnífica ejecución de los retratos de Rembrandt no requiere un profundo conocimiento sobre el arte. La asimilación de los cánones estéticos de nuestra cultura nos permite reconocer estos atributos sin mucho esfuerzo. Sin embargo, el arte contemporáneo nos confronta, nos hace dudar, me atrevo a decir que es una provocación a nuestra capacidad de interpretación de la obra y su contexto, ¿cómo enfrentar, entonces, una obra contemporánea que puede ser una caja vacía, unos rayones en la pared, unas cucharas torcidas?
 

¿ESTAMOS FRENTE A LA MUERTE DEL ARTE?
Una de las primeras cuestiones a considerar es que, de las cualidades que aún se conservan del concepto clásico del arte es que, precisamente, no es utilitario, no es pragmático, en otras palabras: no sirve para nada. Esta es una distinción del arte a partir del siglo XVIII, cuando arte y artesanía adquirieron un carácter diferente y surgió la clasificación de las Bellas Artes. Así, quedó fuera aquello que, a pesar de estar hecho con maestría, pertenecía al mundo de lo práctico.
Esa premisa, la de «no servir», no es problema cuando se trata de una obra de arte que claramente presenta un valor estético: una pintura, una escultura, una pieza musical. Ante ellos el espectador experimenta una serie de sensaciones o elabora alguna idea al respecto de la propuesta, como reacción al estímulo recibido, le podemos llamar goce estético. Aun cuando la obra no cumpla con los parámetros de belleza del espectador, éste podrá reconocer la estética de lo feo, de lo kitsch o de lo grotesco. Podrá apreciar la obra y definir si le gusta o no.
Pero, ¿qué sucede con un objeto que no fue creado con una intención estética? Esto mueve el concepto mismo del arte y por tanto su forma de valoración. Los Ready-mades no son una nueva expresión sino una nueva definición del arte. ¿Si el artista no crea el objeto y no pretende detonar el goce estético, es que el arte está prescindiendo del arte? o es una manifestación de lo que algunos autores han llamado la «muerte del arte».
Esta no es una idea nueva, la muerte del arte se proclamó cuando las manifestaciones artísticas fueron prescindiendo de la necesidad de representar fielmente a la realidad, el arte mimético (mímesis es imitación en el pensamiento de Platón y Aristóteles) buscaba la armonía y la perfección natural. Según autores tan influyentes como Giorgio Vasari (en el Renacimiento) o Ernst Gombrich (en los años 50), la historia del arte fue durante muchos siglos la historia estilística por la «conquista gradual de las apariencias naturales». Los griegos y posteriormente los artistas del Renacimiento hicieron esfuerzos fructíferos por lograr la perspectiva natural, el volumen y el realismo en la representación, principios de fidelidad óptica que permearon las escuelas artísticas posteriores, hasta los inicios del siglo XX.
 
LA INNOVACIÓN Y LAS VANGUARDIAS DOMINAN LA ESCENA
Recordemos que con el siglo XX llegó la tecnología que modificó profundamente el pensamiento y formas de expresión humanas: llegó la modernidad. En el campo de la representación, los artistas no fueron indiferentes al surgimiento de la fotografía y posteriormente del cine, que desplazaron de manera contundente la función artística del registro objetivo de la realidad. Aun cuando los pintores disponían de técnicas para lograr experiencias visuales cuyos efectos eran equivalentes a los logrados por los objetos y escenas reales, es un hecho que la cámara en ese sentido era superior y más de uno se preguntó, entonces, qué seguía para las artes.

La primera reacción ante la apabullante objetividad de la cámara vino de los impresionistas en el siglo XIX, quienes por medio de pequeñas pinceladas buscaron atrapar momentos o ambientes de la realidad principalmente por el efecto que la luz causaba en ellos. Era claro que no pretendían el retrato de aquellas escenas que inmortalizaron Claude Monet, Camille Pisarro o Pierre August Renoir.
Surgieron entonces las corrientes de vanguardia. Cuadros como La raya verde de Matisse, Las señoritas de Avignon de Picasso, La montaña Saint Victorie de Cézanne, El grito de Edward Munch, o las esculturas de Giacometti, eran claras manifestaciones de que el arte empezaba a avanzar por el camino de la expresión libre de toda sujeción a la realidad. Kandinsky deja claro este principio al inventar el arte abstracto en el que queda definitivamente abolida toda representación figurativa.
La innovación fue la premisa de la creación artística. Por esta razón las vanguardias se iban sucediendo unas a otras con la rapidez que exigía la invención de nuevas formas y modos de expresión. En este escenario el público conoció los referidos Ready-mades y el «mundo del arte» (curadores, críticos, historiadores y teóricos) enfrentó la necesidad de modificar la definición y el concepto que funcionaba en occidente desde el siglo XVIII. Lo que subyace en las intenciones de redefinir al arte, (toda vez que éste prescindió del objeto e incluso de la creación y se fue alejando de las aspiraciones estéticas) es el término expresión.
El Dadá o dadaísmo, vanguardia que generó los Ready-mades, constituyó el cuestionamiento más fuerte y sin duda la propuesta más aventurada para terminar con los principios del arte. La experiencia estética daba paso a una confrontación al público que asistía a sus exposiciones en las que, por ejemplo, se mostraba una escultura de madera junto a un hacha y la invitación a destruir la obra.
Desde entonces, el arte toca límites tan delirantes como la música que prescinde del sonido en la memorable 4’33’’de John Cage o la destrucción de un violín al azotarlo contra una mesa en el Solo para violín, de Nam June Paik. Tal es la consecuencia del afán innovador como condición de la creación artística en un mundo que cada vez recicla las ideas con más facilidad.
 
HEREDERO DEL DADÁ Y VÍCTIMA DE LA GLOBALIZACIÓN
Los principios de Marcel Duchamp y del Dadá fueron retomados en la década de los 60 por los artistas del arte conceptual que buscaban un arte sin objeto en el que el gesto o idea del artista constituían la obra.
Los conceptualismos dieron entonces origen a múltiples formas artísticas, una de ellas, la conversión de una caja de cartón en obra de arte mediando solamente la voluntad del artista para que así sea. No se piense sin embargo que es un gesto fatuo o carente de sentido: el arte conceptual tiene sustento en toda una posición ante la vida, ante el consumo, la banalidad, los valores tradicionales y las aspiraciones humanas.
Una obra conceptual pone a trabajar el sistema cognitivo del interlocutor, es una obra dirigida al intelecto al no pretender la experiencia estética sino el reto de entrar en contacto con el objeto desde su inutilidad, por su sola presencia. ¿Qué nos sugiere, por ejemplo, una caja vacía? un espacio disponible o la nada. No podemos desechar la idea de que la caja fue hecha para albergar algún contenido, de manera que aun en la resignificación que implica su nuevo estado, el coqueteo con el espacio vacío es inherente a la «lectura» de la obra: ¿un espacio para llenar o un espacio que ha sido vulnerado?
El desarrollo de estas formas artísticas fortaleció un principio que nos permite atisbar una explicación a lo que actualmente vemos en las muestras de arte contemporáneo: en el arte es válido cualquier recurso expresivo. No se vislumbra ya una evolución lineal de la historia en el sentido expuesto por Vasari sino una falta de dirección que permite la expresión artística en una suerte de «entropía cultural» (término expuesto por el propio Danto en «La muerte del arte»).
En este caos aparente, en el que sin duda cabe la superchería, encontramos múltiples y diversas expresiones artísticas que constituyen la «narrativa» del arte actual. Utilizo el término en su sentido más amplio: una cultura necesita relatos en qué creer, relatos que constituyen una construcción histórica que nos permitan conocer el pasado, vivir el presente y vislumbrar el futuro. El progreso fue el gran relato de la modernidad: esa historia que prometía el bienestar humano a partir de la ciencia, la tecnología y el desarrollo económico.
 
¿EL EMPERADOR VA DESNUDO?
El arte contemporáneo se circunscribe en una serie de valores alejados de aquellos ideales. Si su historia ya no es lineal, vive, como diría Fredric Jameson, en un presente perpetuo, en un contexto en el que todo ha sido puesto en duda menos las posibilidades de interconexión tecnológica y cultural que proveen las redes y que nos mantienen súper informados en «tiempo real». Las problemáticas locales se acentúan pero se vuelven globales en cuestión de minutos. Las narrativas del arte contemporáneo pueden sintetizar las grandes problemáticas del mundo en una variedad de formas que coinciden en un grito desesperado por encontrar sentido a la profusa y contradictoria información del mundo.
El arte no puede ser ajeno a esto; en un afán de encontrar la historia que nos cuenta podríamos iniciar con los temas y después con las formas.
Los temas: racismo, medio ambiente, calentamiento global, violencia urbana, hiperconsumo, vida mediatizada. En las últimas exposiciones de arte contemporáneo a las que he asistido, encuentro propuestas neo vanguardistas que trascienden los viejos paradigmas estéticos como la inserción de la cultura pop en el arte (iniciada desde los años 60 con un éxito fulminante por Warhol, Lichtenstein, Hamilton, Segal y otros artistas creadores del pop); la inundación de las calles por productos pirata que emulan los estilos glamorosos propuestos por los medios; todo es mercado, desde la educación hasta el arte.
La hiperconciencia y obsesión por el cuerpo nos hacen partícipes de su explotación en el mundo audiovisual y la vida cotidiana se vuelve un frecuente escaparate de productos saludables frente a la comida chatarra. Los grupos antes marginales toman fuerza, como el movimiento LGBT; los materiales de construcción se vuelven objetos con carga semántica propia (piedras, ladrillos rotos, pedazos de pared conforman obras artísticas), el ruido adquiere estatus de música (desde las experimentaciones de la música concreta en los años 50), los objetos cotidianos inmortalizados en la vanguardia por el Ready-made se utilizan ahora para editorializar el proceso artístico, es decir, para verter el comentario agudo, la crítica, el punto de vista o la invitación a la reacción, a favor o en contra, de lo que se está mostrando.
Las formas: objetos en sí mismos, instalaciones, luces de neón, videos, obras de técnica mixta como el collage, la fotografía retocada o la escultura móvil. El performance como narrativa artística más elocuente del arte actual: integra acciones en tiempo real, sonidos, imágenes, formas teatrales híbridas que van desde una mujer saliendo de una gran olla llena de espagueti hasta el hombre que de manera interminable hace huevos fritos frente al público. Todo es posible, todo es válido.
En la gráfica y la pintura encontramos cuadros de trazo elemental, rayones, letreros que recuerdan al grafitti, retratos hiperrealistas o fotos con pegotinas de todo tipo. El uso de expresiones lingüísticas fue una de las formas que aparecieron en la pintura desde la posguerra: por ejemplo, el grupo Art and Languaje empezó a insertar palabras, letras o frases como parte sustancial de la obra, de modo que ya no nos extraña que una obra consista en una oración escrita, como aquella expuesta también en Zona Maco que aseveraba «Balance the universe, eat the rich».
Estas y otras extravagancias suceden en el escenario del arte actual. No es fácil determinar dónde radica la obra de arte o el hecho artístico, lo cierto es que todas constituyen un comentario o al menos un guiño a la condición humana y su relación con el mundo. Algunos conceptualismos nos acorralan en el mundo de los objetos: balones ponchados, lentes rotos, radios que ya no suenan, envolturas de dulces, carritos del supermercado, todos ellos «descolocados», vistos de otro modo, dispuestos en una realidad que no es la previsible. El hecho artístico es el gesto, la idea que subyace, el concepto que encierra el acto, pero también el trabajo del espectador para vérselas con su propia elaboración mental.
Algunas derrochan sentido del humor, lo cual siempre se agradece, otras invitan al cuestionamiento social, político o personal, lo que se agradece más. Otras, honestamente, nos hacen dudar si no sería pertinente alzar la voz y decir de una vez por todas, que el emperador va desnudo.
 
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Bibliografía
Arthur Danto, Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia. Paidós. Barcelona, 1999.
Cirlot, Lourdes. Las claves del Dadaísmo. Editorial Planeta. Barcelona, 1990.
De Michelis, Mario. Las vanguardias del Siglo XX. Ed. Alianza. Madrid, 2002.
 
 

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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